Dismorfia snapchat: Belleza al filo del bisturí
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Si Narciso el de la leyenda, el joven hermoso enamorado de sí mismo, estuviera hoy entre los mortales de este siglo XXI, andaría pegado al celular haciéndose selfie tras selfie sin parar.
Pero estaría súper angustiado, porque de emplear alguno de los populares filtros que hoy retocan las fotos digitales, anhelaría con desesperación parecerse a ese yo mejorado que le devuelve la pantalla.
Como él, hoy suman muchos aquellos que en distintas latitudes sufren por parecerse a esas fotos mejoradas que suben a las redes sociales. Para conseguirlo, recurren a disímiles variantes que abarcan desde horas maquillándose hasta la más extrema: la cirugía plástica.
Y se lo toman tan a pecho, que expertos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston declararon en un artículo publicado este agosto que “no solo se trata de una tendencia de moda, sino de una obsesión.”
A tal punto llega esa obsesión que ya lleva nombre propio: Dismorfia de Snapchat, porque así se llama una de las más exitosas aplicaciones para “embellecer” fotos. Así la bautizó la doctora Neelam Vashi, directora del Ethnic Skin Center en Boston Medical Center.
Pareciera cosa de ciencia ficción, hasta de manicomio, pero esa obsesión por ser igual a la versión gráfica mejorada de uno mismo va en aumento, especialmente entre jóvenes.
Según un informe de la Academia Estadounidense de Cirugía Plástica Facial y Reconstructiva, comentado por el sitio web mexicano Genbeta, durante el 2017, el 55% de los cirujanos atendió a pacientes que "querían verse mejor en sus selfies", cantidad que representa un 13% más que el año anterior.
El mencionado texto académico cataloga a las redes sociales de "fuerza cultural" capaz de cambiar la industria de la cirugía plástica. Lo que no aclara es si tal fuerza debería identificarse en este caso con un signo negativo o positivo.
Resulta imposible identificar cuántos ni dónde han sucumbido a esa tendencia, pero algún que otro especialista asegura que a quienes llevan su selfie mejorada ante cirujano plástico se les ha enfermado la percepción de la belleza.
Pudiera ser una sentencia un tanto categórica porque con solo aproximarse a las reflexiones del escritor y filósofo Umberto Eco en su libro Historia de la Belleza, es posible ratificar lo cambiante que ha sido y sigue siendo la definición de belleza. Los pechos colgantes y el voluminoso vientre también pendular de la Venus de Willendorf (tallada en piedra caliza del Paleolítico) hoy resultan poco tentadores junto a las siluetas de modelos anoréxicas que ganan portadas y anuncios publicitarios.
Pero, de todos modos, aunque esta posmodernidad de redes sociales desdibuje cánones, destruya referentes y pretenda seguir haciendo aun más ancho el desierto al que Nietzsche hacía alusión allá por el XIX, de algún modo deberán salvarse las esencias de las apariencias.
Aunque un batallón de cirujanos plásticos esgrima sus bisturíes para recomponer rostros y hasta colorear sonrisas donde hubo muecas, las esencias deberán salvarse.
No importa que un anuncio para promover cierta aplicación de retoque de selfies apunte que “un poco de ayuda no está de más cuando se trata de compartir una foto de nuestra cara con lo demás”. Siempre habrá asuntos más genuinos para compartir que una cara tan coloreada como irreal.
De hecho, ahora mismo en algún lugar del mundo –y sin redes sociales mediante- hay quien comparte su único vaso de agua, su última ración, su poco de oxígeno, su sangre, con otro que igual lo necesita.
Son formas de amar y de amarse a sí mismo. Que es mucho más que contemplarse todo el tiempo en la superficie de un estanque como Narciso, o multiplicarse en infinitos selfies retocados.
Aunque cada cual está en su libre derecho de hacer con su rostro lo que le plazca, amarse a sí mismo pudiera ser mucho más que situar la cara bajo el filo de un bisturí para parecerse a versiones mejoradas y fantasmales de uno mismo.
Hasta causa cierto dolor saber que algunos lo resumen a cortes y puntadas en un quirófano, a agrandarse los ojos o engrosarse la boca bisturí mediante buscando recibir el aplauso, los “me gusta” de otros.
Mejor gustarse a uno mismo, autoestimarse, que anda por aceptarse y tratar de mejorar cada día, sí, pero desde adentro. Ya lo decía hace varias centurias el viejo Plotino, quien como filósofo griego sabía de algunas cosas, pero nada de selfies ni redes sociales.
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