ARCHIVOS PARLANCHINES: Mago y señor de las abejas
especiales
Él es, hasta el fin de la anterior centuria, el alma del Cabo de San Antonio, en el extremo oeste de Cuba; la encarnación de la nostalgia por la paz y las quietudes acechantes; el máximo representante de un destino de trabajo, constancia e integridad; el protagonista de peleas tan cortantes como la punta de un cuchillo.
Nacido en el mismo Cabo a principios del siglo pasado, en el punto donde las aguas del sur y el norte se juntan en occidente, Fisco, síncopa de Francisco, creció descalzo, harapiento, a la intemperie, en total amorío con los puercos que engorda su padre, el mallorquín Santiago, y las abejas productoras de una miel agreste salvadora de toda la familia. A pesar de ello, comió mucha harina de maíz, junto a toda la paridera del campo, y se empinó fuerte, robusto, al igual que sus hermanos, con quienes trató de concretar una certeza de cuna: en la Península de Guanahacabibes había un tesoro de piratas cubierto por la mugre de la vastedad y el salitre oprobioso e inmune. ¡Y había que encontrarlo!
A los dieciocho años, su habilidad para manejar las abejas era tal, que su padre, con el laconismo de los rudos, le ordenó: «Ocúpate de las abejas; de los cerdos me ocupo yo». A partir de ahí, El Cabo será su reino y los vecinos empezaron a llamarlo el Hombre de la Miel. Con los años, llegó a identificar el sabor del noventa por ciento de las plantas melíferas del Cabo. Cuando olía o saboreaba la miel, en presencia de los caberos, podía definir, ante el asombro general, si esta provenía del eucalipto, el almendro silvestre o la uva caleta. En una entrevista que le hicieron en los novecientos en Radio Guamá reconoció:
«Dicen que yo tengo una relación de hechicero con las abejas, y claro, no es cierto, aunque en realidad cuando algo les pasa, lo siento como propio, me da dolor, y trato de ayudarlas en todo lo que puedo. A veces ni duermo pensando en el panal. Sí… sí también tengo otros gustos. Me gusta caminar por el vacío, por la tierra libre de árboles, para ordenar mis ideas y hacer planes, me gustan los planes, ¡y soy caprichoso!, no lo niego».
Los viajeros que llegaban en aquellos tiempos al Cabo de San Antonio no dejaban nunca de buscar al apicultor Fisco Varela. Era la realidad y el pretérito. Cuando falleció, en el 2000, se murió y calcinó parte de esa tierra, como afirmó Viñas Alfonso en su artículo «Mago y señor de las abejas». En una entrevista que le hizo Luis Sexto para Juventud Rebelde el 12 de noviembre del 2000, este hombre de piedra y mar aseguró:
«Mi valor es estar siempre con las abejas y en el mismo lugar: en el monte. Tengo una alegría: vivir en El Cabo. El ser humano es feliz solo donde le gusta vivir. Yo me he divertido aquí haciendo una familia grande. Tengo 12 hijos y todos adoran esta tierra dura y seca, pero muy agradecida».
En el 2006 Luis Sexto publicó El Cabo de las mil visiones, que cerró el ciclo basado en las narraciones de los habitantes del Cabo de San Antonio. En esta obra, por supuesto, Fisco Varela tiene un lugar cimero y no para un minuto de provocarnos calambres estomacales por tanto soñar con la buena miel.
Añadir nuevo comentario