Disentir desde la cultura
especiales
¿Cómo será esa sociedad futura con la que sueñan los revolucionarios de todos los tiempos, profesor?, preguntaba un estudiante de preuniversitario. El debate pintaba álgido, como es común en los encuentros con muchachos de esa edad en Cuba.
Ese día había comenzado el conversatorio con el tema del libro Enemigo, La guerra de la CIA contra la juventud cubana y poco a poco tomó otros senderos. Los muchachos preguntaban a ráfagas, inquietos, sin cortapisas. El auditorio vibraba.
El estudiante esperaba respuesta y una decena de manos se alzaban, la interrogante me daba la oportunidad de soñar en vivo, eso les dije, vamos a soñar en vivo, vamos a visualizar ese mundo futuro sin explotadores ni explotados, una sociedad donde el hombre establezca relaciones basadas en el amor con sus semejantes y con el medio, con la naturaleza, donde la principal ocupación del ser humano —como dijo Carlos Marx— sea la vida y no la producción de los medios de vida, una sociedad verdaderamente libre, desenajenada, donde el hombre esté libre de la pobreza material y espiritual. Donde la vida sea una aventura llena de dicha y esperanza.
Los muchachos escuchaban en silencio, cuando una chica alzó de pronto su brazo y sin esperar a que le dieran la palabra preguntó:
—Profe, si esa sociedad es tan hermosa ¿por qué no la construimos y ya, por qué no la hacemos, por qué hay gente que se opone a ella? —añadió otra decena de por qué lanzados al hilo, apasionadamente, sin pausa. Sus ojos brillaban, su pecho latía acelerado, podía sentir la tensión. ¿Por qué hay pobres que se oponen a la revolución? ¿Por qué hay pobres que votan contra Chávez en Venezuela? ¿Por qué hay personas en Cuba que añoran el capitalismo?
No es nada fácil, dije, debemos dar batalla en el alma de los hombres, la dominación vive en el alma y es allí donde se necesita una verdadera revolución, una sanación que cure al ser humano de lastres bien pesados, de esos mecanismos sembrados en el subconsciente durante siglos.
(...) Recuerdo que en una oportunidad conversamos sobre las elecciones y un grupo de estudiantes planteó con fuerza que Cuba era el único país del mundo que no elegía directamente al presidente. Cuando dije que no era verdad, uno de ellos interrumpió para precisar que tampoco lo hacían Corea del Norte, China, Vietnam. El asombro fue absoluto cuando les dije que estaban equivocados, que en el mundo existían sistemas parlamentarios, presidencialistas y mixtos, que la mayoría de los países de Europa no eligen directamente a su presidente, que incluso en algunos ni siquiera esa figura existía, sino solo la de Primer Ministro. En Estados Unidos —les expliqué—, un país que ustedes han usado como paradigma, no se elige directamente al presidente. Este es designado por los votos electorales que obtiene y que le dan los diferentes estados de la Unión, no por el voto popular. Aquel es pues, un sistema creado para garantizar el poder de la plutocracia.
En el sistema presidencialista el presidente ostenta el poder ejecutivo, mientras que el poder legislativo lo suele concentrar el congreso, sin perjuicio de las facultades que en materia legislativa posee el presidente. Este, además de ostentar la representación formal del país, es también parte activa del poder ejecutivo, como Jefe de Gobierno. Ejerce, pues, una doble función porque le corresponden facultades propias del Gobierno, siendo elegido de forma directa por los votantes y no por el Congreso o Parlamento. Tales son los casos de Brasil, Afganistán, Bielorrusia, Bolivia, Chile, Uzbekistán, Venezuela, Sudán, Sierra Leona y Perú. Alrededor de 80 países del mundo poseen ese sistema.
El parlamentarismo, también conocido como sistema parlamentario, es un mecanismo en el que la elección del Gobierno (el llamado poder ejecutivo) emana del Parlamento (el poder legislativo) y es responsable políticamente ante este. A esto se le conoce como «principio de confianza política», en el sentido de que los poderes legislativo y ejecutivo están estrechamente vinculados, dependiendo el ejecutivo de la confianza del parlamento para subsistir. En sistemas parlamentarios el jefe de Estado es diferente del jefe de Gobierno y no es elegido por sufragio directo; es el Parlamento quien lo elige. Son las llamadas repúblicas parlamentarias, como Albania, Alemania, Austria, Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Grecia, Hungría, Israel, Italia, Polonia, Suiza, Irlanda o la India.
Existe también la monarquía parlamentaria, una de las formas de Gobierno de las democracias occidentales de hoy en día, en la que el rey ejerce la función de jefe de Estado bajo el control del poder legislativo (Parlamento) y del poder ejecutivo (Gobierno). Es decir, el rey reina pero no gobierna. Las normas y decisiones emanadas del Parlamento regulan no solo el funcionamiento del Estado, sino también la actuación y las funciones del propio rey. Son los casos de Australia, Antigua y Barbuda, Andorra, Bélgica, Belice, Canadá, España, Japón, el Reino Unido, Suecia, los Países Bajos, Dinamarca, Tailandia y Jamaica.
Durante un viaje reciente a Italia, me encontraba de visita en un castillo del siglo XI, cerca de Parma, en la Emilia Romagna. En una de las terrazas nos reunimos un grupo de personas. Resultaba verdaderamente extraño, en medio de aquel ambiente medieval, discutir sobre la democracia cubana. Al responsable del cuidado de aquella joya histórica y arquitectónica y a sus acompañantes se les hacía asombroso lo que yo les explicaba: en Cuba no hay partidos electorales, el pueblo nomina y elige a los candidatos en el propio barrio, sin campaña electoral. Los diputados, delegados y concejales rinden cuenta periódicamente a sus electores y pueden ser revocados en cualquier momento por ellos. No reciben salario ni prestaciones de ninguna clase; no son profesionales, siguen desempeñando sus labores habituales. La sociedad civil cubana nomina al 50 por ciento de los candidatos a diputados a la Asamblea Nacional; el resto de los candidatos proviene de los delegados electos en la base.
Por supuesto, preguntaron sobre el Partido Comunista de Cuba. Les expliqué que el PCC no es electoral, no nomina candidatos. Es un partido político selectivo integrado por los mejores ciudadanos, elegidos por sus condiciones humanas, no por sus riquezas, carisma o poder.
No era lo que les habían dicho de Cuba. No es lo que dicen de Cuba. Pero lo que resulta verdaderamente increíble es que muchos de los protagonistas de este sistema, posiblemente el más justo del mundo, no explotan todas las posibilidades que ofrece para ejercer la democracia, la nuestra, la del pueblo. Se debe reconocer que los espacios de debate, de ejercicio del poder son poco utilizados en Cuba, o usados esquemáticamente.
Tampoco es conocido a cabalidad su funcionamiento, y estas debilidades limitan el ejercicio pleno de la democracia y sirven de puerta al enemigo para realizar su influencia y ganar terreno en la mente de los cubanos.
Los cubanos debemos tener presente que lo que busca el enemigo es dividirnos, quebrar la unidad, crear una masa crítica de gente a la que no le interese la Revolución, para que débiles, confundidos y divididos sea más fácil derrotarnos. Hacen y harán todo para lograrlo; fabricarán pretexto tras pretexto para tener el casus belli con que justificar la agresión militar y ocupar el país, que es el único modo en que piensan poder quebrar nuestra resistencia y ponernos de rodillas.
Cuando terminen su trabajo los símbolos, cuando crean que nos han derrotado simbólicamente, en el terreno de las ideas, vendrían los bombarderos. Conocí de cerca esos planes, tuve la oportunidad de contribuir a combatirlos.
Espero que este intento pedagógico —pues es de lo que se trata— sirva para darle a la juventud sobre todo, elementos, armas para defender la Revolución que somos todos y cada uno de nosotros.
El enemigo apuesta a la juventud de hoy, como apostaron a la de las décadas de 1960, 1970 y 1980, según trato de demostrar en este libro, pero la Revolución es obra de la juventud de todos los tiempos.
Como maestro confío plenamente en mis alumnos. No creo que la juventud cubana esté perdida; ese es uno de los rumores que propalan los enemigos para resentir la autoestima de nuestros hijos y hacerlos presa fácil de los que desean entregar la patria en brazos de las transnacionales. Estoy seguro de que dentro de la Revolución podemos hacerlo todo, podemos cambiar lo que se precise cambiar, porque la Revolución es la garantía de la independencia, la soberanía y la justicia. Sin ella estaría en peligro la existencia de la nación, esa que es fruto del sacrificio de los hijos de esta tierra, de todos lo que han jurado defenderla, de todos los que le han entregado la vida, de todos lo que la quieren libre, democrática, ejemplo de justicia; de todos lo que la quieren próspera, virtuosa, independiente; de todos los que luchan por el bien de todos.
Tomado de Juventud Rebelde
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