El baile de casino lleva el nombre de «El Purito»
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Se llama Julián y es un maestro del baile popular, aunque todo el mundo lo conoce como “El Purito”. Tiene más de 50 años, pero cuando lo vemos mover los pies en un salón, o simplemente en el portal de su casa- donde imparte clases de baile- a uno le dan ganas de aprender a bailar así como él, con esa alegría y vitalidad.
Foto: Annaly Sánchez/CubaSí
Le sonroja hablar ante un micrófono, sin embargo, no tiene límites cuando de baile se trata. Sus figuras en el casino (lo que nosotros llamamos comúnmente “vueltas”) son complicadas, audaces, pero para El Purito eso es pan comido; no hay una pareja de baile que se le resista y apuesto a que muy pocos rivales pueden hacerle una fuerte competencia. El baile es algo que lleva dentro, le corre por las venas y nada puede contra esa pasión tan auténtica.
Foto: Annaly Sánchez/CubaSí
Su interés por bailar surgió desde temprana edad. “Quien me inspiró fue Michael Jackson, cuenta Julián. Me llamó tanto la atención que quería imitarlo y logré hacer algunos de sus movimientos. Fue así como la gente empezó a conocerme dentro del mundo del baile. Era una época en que el baile popular y de casino estaba en decadencia, no se practicaba mucho.”
Julián nos adentra en su mundo y relata sobre sus inicios como bailarín.
“En los años 60 la hoy Casa Central de la FAR había sido matriz del casino en La Habana. Mis hermanos mayores me llevaban cuando yo era un niño, y los veía bailar a ellos. Me crié en un ambiente de baile aunque ellos no se dedicaron a eso de forma definitiva. Mi hermana mayor fue fundadora del Conjunto Folclórico Nacional y al poco tiempo lo dejó”.
“Desde entonces me llamaba la atención el baile popular, pero lo que me motivó seriamente fue la música americana de Michael Jackson y Lionel Richie. Era lo que me gustaba escuchar.”
Comenta Julián que en los años 70 la gente en Cuba se inclinaba por la música americana, “que era lo de afuera”, hasta que surgió el programa de TV “Para bailar”, precisamente con el objetivo de rescatar la música y baile cubanos.
“El casino cogió entonces una fuerza tal que le dio la vuelta al mundo”, asegura nuestro invitado.
“Un día vi bailar a Ángel Santos, quien fue ganador de “Para bailar”, y sentí que yo también quería bailar así. Empecé a practicar encerrado en un cuarto, amarré dos cintos en una puerta. Yo quería aprender, pero con mi estilo, no parecerme a nadie, porque ya había tenido la experiencia de imitar a Michael Jackson y todo el mundo decía: “¡Mira qué bien baila, como Michael Jackson!”; pero no decían: “Qué estilo más lindo tiene Julián”. Me llamaban “El Michael”, ese fue mi primer nombre de baile entre los demás.
Foto: Annaly Sánchez/CubaSí
—¿Te era difícil el casino?
—Me fue muy fácil. Ya yo era un adolescente. Creo que nací con eso. Pero tenía miedo escénico, iba a los lugares y no me atrevía a bailar delante de los demás.
Bailaba en los rincones y bailaba fuerte, me metía tan adentro del baile que no me percataba de que la gente me rodeaba para verme, paralizaba el lugar. Era el círculo José Antonio Echeverría, que me queda cerca de mi casa. Los demás me aplaudían, me decían “No te pares, sigue”. Y cuando me daba cuenta del público me daba pena.
Con el tiempo tener la aprobación de los demás por mi baile me dio más seguridad y me sentía mejor, pero no salía del Echeverría, ese era mi nido.
La gente me llamaba para hacer retos y yo no perdía ninguno. Un día conocí a Carlitos, de La Habana del Este, quien también estuvo en Para bailar. Tampoco perdí con él, pero a partir de ahí la gente de otros lugares de la ciudad me conocieron. Él me incitó a que fuera a otros clubes o círculos sociales para medirme con otros bailadores ya que yo siempre resaltaba entre los míos.
Nunca fui con intención de retar a nadie. Más bien yo llegaba inadvertido y esperaba a que la gente me descubriera de forma espontánea. Ya no me decían El Michael sino que me llamaban por El morito, El del Vedado, El casinero…
Me propuse aprender rumba y ritmos afros en la casa de la cultura. De ahí pase al grupo Patakín, luego al club San Carlos en la víbora, hasta que llegué a Tropicana.
—Entonces fuiste bailarín de Tropicana…
—Eran tiempos de muchos prejuicios. Eso fue ya en los 80; en ese época decir “Yo soy bailarín de cabaret” era interpretado como gay. Inicialmente no fui aceptado en Tropicana por la estatura, pues exigían bailarines de mayor talla, pero una bailarina me explicó cómo lucir más alto y logré entrar. Ensayé para el show, pero nunca salí a escena.
—¿Qué pasó? ¿Te sentías presionado por tu familia o amigos?
—Por todo el mundo, por la sociedad cubana… Creo que debido a esos prejuicios quedaron tronchados muchos otros como yo.
—¿Y renunciaste a bailar?
—Decidí inclinarme al baile folclórico, que era visto de otra manera. En Tropicana también había de folclor, pero la fama que tenía el cabaret era fuerte con respecto a este tema de la homosexualidad.
Estuve como bailarín en el Festival Acuático de la Casa Central de la FAR, convocado por Iraida Malberti y Carlos Alberto Cremata. Quizás hoy estaría trabajando con él porque él trató de halarme al teatro, pero en ese momento me daba miedo escénico el teatro, hacer monólogos en fin. Creo que fue en parte inmadurez mía. Hoy sí sería capaz de hacerlo.
De ese proyecto me fui con el cuarteto Los Amigos; ellos cantaban y hacían humor y yo bailaba. Viajamos por todo el país.
Pero después de eso me fui corriendo a buscar dinero. Era una época difícil en la que un artista o bailarín ganaba menos que otras profesiones. Yo era el más chiquito de nueve hermanos, mi madre estaba separada de mi padre y yo necesitaba cooperar con la familia. Ya yo estaba casado y con hijos.
Foto: Annaly Sánchez/CubaSí
—Entonces dejaste el baile para dedicarte a otra cosa…
—Sí. Fui taxista durante 15 ó 16 años. No bailé en un tiempo, ni siquiera en fiestas de familia. Pero siendo taxista me retiraron la licencia por tres años y regresé al baile de forma accidental.
Fui al 1830 un día. Había alguien cerca de mí que alardeaba de su propio baile y me retó a bailar. Me insistió. Cuando salí al salón el público me aplaudía, todos eran jóvenes y alguien dijo “Qué duro baila ese purito”. De ahí quedó mi nombre artístico “El Purito”.
El director del 1830 me propuso trabajar allí y bailar con Los Fundadores del Casino. Allí estaba Juan Gómez, a quien llamaban “El abuelo” y venía de la generación casinera de la Casa Central de la FAR.
—Después de tanto tiempo, ¿cómo te respondía el cuerpo en el baile?
—Sabía que me faltaba algo, tenía que practicar, me faltaba la música en los oídos, la agilidad en las piernas; pero lo que bien se aprende, nunca se olvida. Mi pasión era la misma y la destreza para hacer figuras o vueltas complicadas sí se mantenía.
Aunque seguí trabajando un tiempo más en los taxis me fui metiendo adentro nuevamente del baile. Fui de nuevo a la Casa de la Cultura de Plaza y mientras ayudaba a un monitor de la clase de baile varios alumnos me pidieron que impartiera yo la sesión, pero la institución no lo permitió porque yo no era graduado de una Escuela de Instructores de Arte. Yo expliqué que no quería el salario, solo que el grupo lo hiciera bien, pero se negaron y me fui de ahí. Al final nunca me he evaluado.
—¿Y no te interesa evaluarte?
—Quizás. Con una evaluación la ventaja es poder trabajar en una institución del Estado y ser profesor. A donde quiera que voy me dicen “profe”. Cuando salgo a la calle los bailadores me reconocen, pero los institutos de enseñanza no porque no tengo título.
Tú impartes clases de manera particular en tu casa.
Sí, tengo mi licencia y pago la ONAT. Gracias a eso he conocido otros países. Estuve en África, Suiza, Francia, Alemania. Di clases en una escuela en Egipto. Hoy los árabes de allí bailan la salsa cubana gracias a mí porque antes conocían la portorriqueña.
—¿Qué identifica a la salsa cubana en el mundo?
—Lo que ahora llaman salsa en el mundo siempre fue el son cubano. La cultura cubana sufrió un bloqueo hace décadas. Cuando Celia Cruz llegó a Estados Unidos le dijeron que tenía que hacer salsa y según sus propias palabras, cuando ella escuchó de qué se trataba la música dijo: “¿A esto ustedes llaman salsa? Esto yo llevo años haciéndolo con la Sonora Matancera en Cuba. Esto se llama son”. Pero en el mundo se publicitaba como salsa para opacar a Cuba.
—Y en cuanto al baile, ¿cuáles son las diferencias?
—El casino se baila en rueda. En el mundo mucha gente baila en línea, y así se conoce a la salsa portorriqueña. La portorriqueña salió con mucho empuje y muchos creyeron que desplazaría a la salsa cubana. Creen que nuestro baile tiene límites, pero la salsa cubana es infinita.
—¿Crees que ha habido oportunidad de probar eso?
—Seguro. Aquí a Cuba vienen numerosos grupos que aprenden en su país la salsa portorriqueña, pero vienen a nutrirse de nuestro baile en talleres y conferencias. De hecho ya hoy promocionan nuestra salsa en el mundo. La gente se ha dado cuenta de que la madre de la salsa esta aquí en Cuba. Hay pruebas de que antes de 1959 ya en Cuba se bailaba casino.
—¿Qué es lo mejor que tiene el baile cubano de casino?
—Para mí es la música, la orquesta que lo acompaña. Mientras más fuerte sea la música, mejor será el baile. Una orquesta que no suene bien, no estimula al bailador.
Foto: Annaly Sánchez/CubaSí
—Después de tantos años bailando, con tanta gente que te conoce, ¿cuál es tu sueño?
—Mi sueño es hacer un récord de horas bailando. Hasta ahora la marca está en 16 horas, yo quiero romperlo, pero no con varias parejas sino bailando yo mismo, con varias bailarinas que salgan y entren en el transcurso de esas horas. Cada vez que planteo eso a alguien me tildan de loco y dicen que hace falta mucho dinero para eso.
Estuve a punto de hacerlo en Egipto, en 2011, pero estábamos en medio de la revolución egipcia y un amigo me aconsejó irme. Allí hice el primer Festival de Salsa en el Desierto. Y me impuse con la salsa en rueda porque allí todos bailaban en línea.
A veces me pregunto si tengo que irme de Cuba para romper el récord fuera. No me gustaría, quiero romperlo aquí. Solo hay que decirme dónde tengo que presentarme, yo estoy dispuesto.
Muchos bailarines cubanos se han ido a vivir al extranjero y a su regreso a Cuba tienen mayor reconocimiento que cuando estaban aquí. Quisiera que esa imagen cambiara, que la gente no tuviera necesidad de irse afuera para ser reconocido como famoso. Para eso tienen que darnos más valor a los bailarines desde aquí mismo.
En La Habana muchos han sido mis alumnos. Ese es mi orgullo. Yo me sentiría feliz de enseñar y ver el fruto, quiero vivir esa historia, ese sueño, que la gente aprenda de mí. No quiero que los alumnos me alaben, sino que reconozcan de forma espontánea dónde y con quién aprendieron a bailar casino.
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