MIRAR(NOS): Si de besos se trata (II)

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MIRAR(NOS): Si de besos se trata (II)
Fecha de publicación: 
14 Agosto 2015
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El más difícil no es el primer beso, sino el último.
 
Paul Géraldy

 

Hay pensamientos que carcomen, muerden el alma y nunca nos dejan en paz ni durante un segundo de nuestras existencias. Aunque en algún momento se sienta libre de esa eterna tortura, el recuerdo sigue ahí, sin importar cuánto se esmere en enterrarlo por todo el tiempo que dure esta vida y dado el caso, por si las mocas, también la que viene.

 

Justamente, eso pasa con las primeras veces. Nadie en esta esquina podría decir que no ha caído en el humano error de las comparaciones. Pasa todo el tiempo, con las películas y los actores, con los sabores y los batidos y entre otros elementos, con este novio y el anterior.

 

No quiero decir que el objeto de análisis implique una necesidad inquebrantable de vuelta al pasado. Quiero decir, con todas las letras, es normal que se compare.

 

Por supuesto que mi primer beso no fue como el de la foto que acompaña este intento de artículo. No lo fue, en primer lugar, porque la instantánea de arriba fue un montaje. Ahora dirán que no había Photoshop, que estoy viendo fantasmas donde no los hay.

 

En mi defensa responderé que Robert Doissenau habló (tal vez les pagó) con un par de jóvenes actores. Disfrazados de marino y enfermera posaron para su lente. Ahora estoy más segura de que pagó, si no, vean la posición de la columna de ella.

 

Yo tenía incertidumbres aquel día. No el de la foto de arriba, que data de 1950, donde ni mis padres estaban en los proyectos de mis abuelos. No. Me refiero al día de mi primer beso. Quizás en lo más profundo le sabía inevitable, incluso por esa vez supongo que me alegraba de la imposibilidad de que algo no ocurriera. Iba a pasar de todas formas; aunque el miedo me borraba los pensamientos, al mismo tiempo procuré atesorar cada gesto, cada palabra.

 

Por supuesto, ahora no les contaré la historia de mi vida. La dejaré hasta aquí precisamente porque quiero referirme a ese temor que nos embarga cuando incursionamos en cualquier cosa, inclusive, en el arte de besar. Dicho sea de paso, no es que yo sea una voz autorizada, pero todo el mundo es ducho en la materia.

 

No existen los “malos besadores”. No hay asignaturas optativas donde se enseñe pasión, y si bien nadie termina siendo totalmente experto en cuestiones sentimentales, hay parejas que simplemente a la hora del beso, en el instante supremo del ósculo divino (porque proviene del ser amado), no se llevan bien.

 

Siempre se puede llegar a un acuerdo, incluso en las guerras. En este asuntico también.

 

Por otra parte, algunos mal llamados expertos, autocatalogados así dependiendo del número más o menos grande de sus relaciones sentimentales, aseguran que es preciso llegar al acto sexual propiamente dicho para saber si eres compatible con esa persona.

 

Quienes así piensan, como es de suponer, otorgan al sexo un alto nivel protagónico, e incluso le confieren una pátina de superhéroe. Sí, porque según ellos, si todo va bien en la cama, entonces no hay de qué preocuparse.

 

Pero ¿y la convivencia? ¿Dónde queda el hecho insoslayable de que en la vida cotidiana, de lunes a lunes, dos no se lleven bien bajo el mismo techo? Dudo mucho que se resuelva en la cama.  

 

He comprobado, sin llegar a hacer de eso una regla fija, que desde el primer inocente toque puedes determinar si te gustará lo otro.

 

Coincidirán ustedes conmigo. Exigente por naturaleza, al ser humano le gusta la experimentación, salir de lo convencional… por eso, entre otras muchísimas cosas, inventó el Kamasutra.

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