Sin cultura, no hay nación
especiales
Los espacios de la cultura son todos los espacios de la actividad humana. O sea, no se puede hablar de cultura como si fuera un concepto aislado. La cultura está en todas partes, porque toda obra humana, en todas sus manifestaciones, es obra cultural.
Establecida esa premisa, podemos entrar en el debate que ocupó este lunes a la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente del Parlamento Cubano. ¿Qué cultura promovemos en nuestros espacios públicos? ¿Qué cultura debemos promover?
El primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, cree que el tema es cuestión de esencias, en una época en que los contenidos, su distribución e impacto, tienen una gran importancia en el terreno político.
Lo simbólico es vital en estos tiempos, dijo el dirigente durante el debate; los adversarios del proceso cubano pretenden utilizar la cultura como plataforma de restauración capitalista. Por eso insisten en la banalización, en la vulgarización de la cultura.
La política cultural de la Revolución cubana es garantía de la soberanía nacional. El Ministerio de Cultura es el ente rector de su aplicación, pero en su articulación deben participar todas las instancias gubernamentales —insistió el Vicepresidente.
Está claro que las instituciones tienen una responsabilidad, por cierto, perfectamente definida por la ley, por el entramado estatal. Pero la articulación de eso que llamamos «política cultural» va mucho más allá del ámbito institucional. Es necesario buscar consensos, lograr integraciones efectivas.
Nadie puede imponerle a nadie la música que tiene que escuchar, las películas o los programas que tiene que ver en su casa. Nadie puede obligar a nadie a ir a un teatro o a leer un libro. El reto está en promover lo mejor del legado cubano y universal, influir en los esquemas de consumo cultural. Porque el gusto, de alguna manera, puede ser orientado.
Concretando: no se trata de prohibir, sino de jerarquizar desde discursos abiertos, desprejuiciados, dinámicos.
Hay espacios privados, personalísimos, que no pueden ser violentados, aunque sí pueden ser influidos.
Porque, cuando en un ómnibus de transporte público, en un restaurante, en una plaza... se colocan ciertos productos de dudosa estirpe estética... se está influyendo en esas rutinas.
Y lo que se coloca en los espacios públicos sí es responsabilidad de las instituciones. Y ahora mismo, en numerosos lugares, hay claras distorsiones de la política cultural, que obdecen a lógicas mercantilistas, reaccionarias y reduccionistas. El asunto se complejiza, comienza a ser un tema de interés nacional.
La cultura es acumulación, sedimento. Pero hay que ver qué se acumula. El proyecto de nación se sostiene, necesariamente, en un proyecto cultural. La primera trinchera de la identidad, de la independencia y la soberanía, es la cultura misma.
Una cultura que tiene su base en la familia, pero que se matiza, se consolida, gracias a las instituciones. Empezando por la escuela, que tiene que ser el principal centro cultural de las comunidades.
El tema es amplio, tiene muchas aristas. Habría que insistir en los procesos formativos, en la calidad de la propuesta creativa... Y en la manera en que se involucran los entes estatales y gubernamentales y en la política cultural.
Habrá que volver sobre el asunto.
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