Estado Islámico: Cada vez más peligroso

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Estado Islámico: Cada vez más peligroso
Fecha de publicación: 
18 Julio 2015
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La resistencia kurda en la ciudad siria de Kobane y el mantenimiento de la fortaleza del Ejército Árabe Sirio son dos puntos vitales por estos días de la resistencia al constante avance del Estado Islámico (EI), toda una organización transnacional que compite en métodos de terror con el imperialismo norteamericano.

Precisamente, hace poco más de un año, el 29 de junio del 2014, coincidiendo con el primer día del Ramadán –mes sagrado para la población musulmana-, el Estado Islámico de Iraq y el Levante anunció la proclamación de un califato, pasando a llamarse Estado Islámico.

A diferencia de otras organizaciones como Al Qaeda, ha estado funcionando como un estado en las ciudades que están bajo su control, con recursos militares y económicos propios, financiándose principalmente a través de la venta de petróleo a Turquía procedente de pozos petrolíferos que están bajo su control, así como de saqueos, secuestros, del cobro de impuestos, etc. Incluso han llegado a emitir un pasaporte propio y están planteando tener su moneda, basada en la que existió durante uno de los califatos que gobernó el imperio islámico durante el siglo VII.

Repetidamente, ha trascendido que esta entidad fue una creación del Imperio, con el apoyo de las inteligencias occidentales y del Mossad de Israel, cuyas armas han servido de apoyo a acciones militares de los neoterroristas, principalmente contra las milicias libanesas Hizbullah -causantes de fuertes derrotas a los sionistas- y al ejército sirio, arma principal del gobierno de Damasco en su postura antimperialista.

De una manera u otra, el grupo Al Daesh fue el escogido como base para la futura creación del EI, cuyo proyecto se le ha escapado a Estados Unidos, que creó una coalición internacional de dudosa efectividad, en lo que propagandísticamente se supone un nuevo episodio de la “guerra contra el terror” islamista que se inició en el 2001 contra Al Qaeda en Afganistán.

A diferencia de aquella, esta nueva “cruzada” contra el terrorismo cuenta con el apoyo no solo de sus aliados occidentales habituales, sino que en esta ocasión también participan varios países de Oriente Medio y de la Liga Árabe. Estados Unidos busca con ello mantener la poca credibilidad que le queda tras el fracaso de la agresión del 2003, así como su dominio imperialista en la zona.

Asimismo, mantener la confrontación con Irán, con fuerte influencia en Iraq y Siria, y apoyar a países vecinos como Arabia Saudita o Qatar, que, aunque lo financiaron originalmente, ahora tratan de evitar que este tipo de movimiento se extienda y pueda llegar a desestabilizar sus regímenes autoritarios. En este contexto, se encuentra la guerra genocida emprendida por Riad contra Yemen.

Lo cierto es que lejos de conseguir frenar el avance del Estado Islámico o incluso de llegar a destruirlo –como defiende Obama–, esta nueva incursión bélica ha logrado el reforzamiento de este tipo de grupos yihadistas, además de los efectos devastadores que conlleva sobre la población civil, como ocurre en todas las guerras.

Precisamente estos grupos suelen aprovechar este tipo de situaciones para ganar influencia y reclutar, mostrándose a sí mismos como los auténticos combatientes que están liderando la lucha contra el imperialismo, y ofreciendo –según ellos– una “salida digna” a parte de la población musulmana sunnita, que está sufriendo la represión de gobiernos autoritarios o guerras civiles sectarias.

De hecho, ya se pueden comprobar las consecuencias que está teniendo esta guerra en el avance de Estado Islámico, con el anuncio de la adhesión de la principal organización yihadista en Egipto, Ansar Beit al Maqdis, que ha aprovechado la expulsión de miles de familias de beduinos de sus casas por el ejército egipcio.

Recuento

El Estado Islámico en sí mismo es producto del fracaso de la guerra de Iraq del 2003 y también indirectamente de la invasión de Afganistán en el 2001, así como del avance de las diferentes fuerzas reaccionarias en la región, tras las falsas revoluciones que comenzaron con la denominada primavera árabe a finales del 2010.

Esta organización en concreto se desarrolló a partir de un movimiento salafista yihadista que fundó Abu Musab al-Zarqaui, tras huir de la invasión de Afganistán en el 2002. Una vez allí, en el 2003 formó un grupo islamista que se adhirió a Al Qaeda un año más tarde, siendo al-Zarqaui el líder de la filial de dicha organización en Iraq.

Tras su muerte en el 2006, debido a un ataque estadounidense, este movimiento cambió su nombre a “Estado Islámico en Iraq” (ISI), momento en el que comenzó a debilitarse, debido a enfrentamientos con clanes sunnitas apoyados por Estados Unidos.

Después de varios años de combates, y como informamos antes, a principios del 2014, el entonces denominado Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIL) consiguió hacerse con el control de la ciudad iraquí de Fallujah, a raíz del malestar causado por el violento desalojo de un campamento pacífico que tenía lugar en esa ciudad por el ejército iraquí.

 
Tras ese episodio, supo aprovechar la situación, ofreciendo su “protección” armada a la población, de mayoría sunnita, que estaba siendo masacrada por el gobierno chiíta del ya defenestrado Al Maliki.

La guerra sectaria promovida por el gobierno de Al Maliki y el ocupante estadounidense, así como la represión de la revolución iraquí, favorecieron el fortalecimiento y la extensión del EI en Iraq, hasta tal punto que su llegada a ciertas ciudades llegó a ser celebrada por la población musulmana sunnita en algunas de estas zonas.

Como se puede apreciar, esta información, aun inconclusa, revela que algunos de los líderes del EI pertenecen o han pertenecido a servicios de inteligencia de Occidente, principalmente a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.

Ello explica en parte los métodos crueles utilizados contra sus oponentes, principalmente los combatientes del ejército de Siria y la sistemática destrucción de los monumentos históricos de esta nación, mientras que, por otra parte, no han dañado ni con el pétalo de una rosa a los regímenes de Israel y Turquía, los más fuertes opositores internacionales a Damasco. Hay todavía mucho que decir.

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