Roles en la pesa
especiales
En la última oportunidad me cobró dos pesos de más. ¡Qué raro, eh!
Está claro que esa cantidad no decidirá mi situación financiera, pero me da mucha rabia que roben así, al descaro, y por eso fui donde el muchacho tras su tarima de ajíes y cebollas a preguntarle: ¿A cuánta gente al día le estás cobrando de más?
Por supuesto que no esperaba removerle la conciencia y con ello, una respuesta honesta, una confesión o algo así. Su contesta fue lo que esperaba: «Cualquiera se equivoca, mi tía».
Sí, cualquiera se equivoca, pero ellos nunca se equivocan cobrando menos. En realidad, creo que hasta a su tía si se entretiene, también le dan.
Pero sería una tontería escoger este asunto como tema. Es sabido que el consumidor, el cliente o como se le llame, vive aquí, como tendencia, la más pasmosa indefensión. Es engañado, estafado, timado.
Por qué, si en el agromercado hay una o dos personas que te «traducen» el resultado de la pesa de comprobación y te precisan exactamente cuánto te tumbaron, ¿por qué —pregunto— esas mismas personas también no averiguan cuál vendedor fue el del timo? No he investigado, pero si esos empleados son ubicados ahí solo para leer la pesa de marras, entonces están subutilizados y bien podrían hacer lo otro.
Es más, al administrador, a la máxima autoridad del mercado, de los mercados en general, debería interesarle saber cuáles de sus trabajadores están robándole sistemáticamente a la gente a lo descara'o. Porque, además, es muy probable que también estén robándole a la unidad, si les dan el chance.
Zapatero, a tus zapatos
Justo por estos días se exhortaba a la prensa nacional a reflejar el día a día del país. Está muy bien la convocatoria, si apunta a develar zonas en penumbras o a hacerle sitio a esa anónima heroicidad cotidiana. Pero si el caso es únicamente jugar con la cadena y no con el mono, reiterar lo que el cubano dice, vive y sufre, entonces yo repito una vez más la sentencia de Ifá: «Lo que se sabe, no se pregunta».
Para qué voy yo a reflejar otra vez, y otra —y dale Juana con la palangana—, lo que todo el mundo conoce. Tengo un amigo que se ve tan feo —lo es—, que decidió no mirarse más al espejo.
Entonces, pienso que más que reflejar lo sabido —en casos semejantes al del agromercado, que es de lo menos grave que acontece—, la cosa puede andar por un accionar consecuente con la realidad harto conocida.
Seguro que en el mercado donde me roban cotidianamente hay administrador, viceadministradores, jefes, directores, responsables de…, y seguro también que sistemáticamente crean comisiones. Esas comisiones tan de moda y que resuelven tan poco porque, simplemente, se crean para hacer lo que a alguien le tocaba por plantilla o por decoro y no hizo.
Qué bueno sería que quienes crean esas comisiones para investigar lo que ellos no controlaron o no supieron dirigir, fueran los primeros a quienes la comisión propusiese sanciones.
Sin dudas, al periodismo corresponde reflejar cotidianidades, denunciar, investigar.
Pero creo que una de las peculiaridades del periodismo que se hace en esta Isla radica en que, a diferencia de otros lares, aquí la prensa no es oposición, sino parte del sistema; de un sistema económico, político y social donde cada quien tiene sus funciones específicas, aun cuando existan vasos comunicantes e interrelaciones.
Está muy bien que el reportero denuncie que el vendedor del agromercado anda robando al cobrar y/o al pesar las viandas, pero ¿tengo yo que ir a casa ajena a descubrir lo que quienes viven ahí no ven, tan evidente que resulta?
Como aseguraba desde su sabiduría, compromiso y sensatez el doctor Julio García Luis —que descansa en paz, pero probablemente triste—: «Cualquier estructura de poder puede funcionar en la medida en que cada eslabón conoce sus atribuciones y las ejercita. Debe estar claro quién responde por qué y ante quién».
Julito —el siempre «dequi», como sus alumnos le llamaban— afirmaba lo anterior a propósito de las relaciones entre los sistemas de autoridad, «y la prensa es uno de ellos», recordaba. Pero su reflexión igual se ajusta a este ejemplito del agromercado, que es de los peores, que conste, y que para nada resume los problemas que aquejan al periodismo cubano.
De todos modos, viene bien recordar que no son pocos los que hoy hacen como el avestruz, porque es fácil y a veces conveniente. Que venga otro —léase el periodista— a sacarme las castañas del fuego… si las descubre.
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