Kaspárov versus IBM: ¿Puede un robot ser más inteligente que un humano?
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Siete años más tarde la supercomputadora de IBM Deep Blue venció al ajedrecista en la primera partida de una nueva competición; sin embargo, Kaspárov contraatacó y finalmente derrotó a Deep Blue por 4-2. La computadora podía calcular 100 millones de posiciones por segundo. Kaspárov tenía maestría.
Solo un año después, en 1997, una versión mejorada de Deep Blue ganó al jugador por 3 ½-2 ½ en una enormemente publicitada competición a seis partidas. Tras cinco partidas jugadas, la situación era de empate, pero la máquina superó al maestro en la última. La supercomputadora de procesamiento paralelo masivo, con 30 nodos, cada uno con 30 microprocesadores y ampliada con 480 procesadores más especializados en ajedrez, era capaz de calcular 200 millones de posiciones por segundo. Si la inteligencia se mide por la capacidad de cómputo, la máquina debería haber aplastado a Kaspárov.
Por el contrario, la victoria de Deep Blue fue muy ajustada, y para colmo existe una gran controversia alrededor de esta competición. Al parecer, al principio de la sexta partida Kaspárov cometió un error garrafal. El ajedrecista esgrimió el cansancio y el descontento con la conducta del equipo de IBM como la razón principal de su fallo.
Después de la derrota, Kaspárov sugirió que en la partida intervinieron jugadores humanos, contraviniendo las reglas establecidas. IBM lo negó y no quiso proporcionar las copias de los registros de la computadora cuando Kaspárov lo solicitó. El jugador pidió una revancha, pero la multinacional rechazó la oferta y retiró a Deep Blue.
¿Ganó realmente la máquina a Kaspárov? ¿Existió intervención humana en las jugadas de Deep Blue? ¿O perdió Kaspárov debido al cansancio y otros factores emocionales? Personalmente creo que es irrelevante. El hecho de que una supercomputadora de semejante capacidad tuviera tantas dificultades para ganar a una persona es suficiente como para arrojar dudas acerca de la inteligencia de la máquina.
Quizá la parte emocional que interviene en la toma de decisiones de los humanos tenga un doble filo: puede conducir a la victoria o provocar un fallo colosal. En cualquier caso, esta capacidad es inherente al ser humano y no al robot. Al robot le falta todo lo que aloja el hemisferio derecho de nuestro cerebro: la intuición, la emoción, la tenacidad, la ambición, etc. Podemos seguir multiplicando la capacidad de procesamiento de los microprocesadores, podemos seguir revolucionando la tecnología computacional mediante algoritmos y teoría de probabilidades. Pero somos nosotros quienes diseñamos el cerebro del robot y quienes le dotamos de ‘inteligencia’. Y justo ahí radica la dificultad más insalvable: el cerebro humano es un enigma para el propio ser humano. Aún no sabemos cómo programar la inteligencia emocional.
*Elena G. Armada es investigadora en el Centro de Automática y Robótica (UPM-CSIC) y dirige el equipo que ha fabricado un exoesqueleto biónico que permite caminar a niños con tetraplejia.
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