“De iremes está lleno el arte”
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El arte lo refleja casi todo. Poco se ha escapado a su lupa. Esa categoría libre y siempre cambiante que recoge, transforma y transmite el conocimiento buscando acercarlo a las masas a través de sus diferentes manifestaciones acompaña desde el origen mismo de la vida al hombre, en su constante necesidad de expresarse.
Toda una vida ella nos ha permitido hablar de lo que no se habla, mostrar lo que no todos pueden ver y lo más importante conocer nuestra esencia, aquello que nos hace pertenecer a un sitio aceptando lo que ello implica.
La Sociedad Secreta Abakuá es parte innegable e insustituible de nuestra cubanía. Ha existido y existe hoy día, y aunque desvirtuada para unos, tergiversada y manipulada para otros o incomprendida por muchos lo cierto es que este segmento de la sociedad solo ha hecho por enriquecer la cultura cubana.
Con su indumentaria, su gestualidad, sus términos, en fin todo lo que rodea las prácticas, rituales y ceremonias religiosas de los abakuas, el arte ganó una nueva temática a plasmar. Un nuevo universo cargado de magia y misticismo para nada irreal.
De esa naciente visualidad se nutrieron la mayoría de las ramas artísticas, principalmente las artes plásticas, la música y la danza. Uno de los primeros en quedar atrapado fue el grabador y pintor español Victor Patricio Landaluze, quien desde el siglo XIX se encargó de dibujar escenas de procesiones abakuas, dejando así representadas las costumbres de un sector poblacional muy significativo en ese entonces.
Con sus iremes sin rostro y llenos de color Landaluze les abrió el camino a otros artistas también influidos por la novedad y exoticidad del asunto. “Fue la época de oro de la pintura cubana. A partir de los años 30 estos artistas empiezan a inquietarse por el asunto de las religiones afrocubanas y asisten a ceremonias que los impresionarían de por vida”, afirmó la etnóloga Natalia Bolívar.
Por esos años Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Cundo Bermúdez, Carlos Enríquez, y posteriormente, Belkis Ayón, la propia Natalia Bolívar, entre otros artistas, cada uno desde su estilo, técnica y épocas diferentes, se interesaron en representar al abakuá en todo su esplendor.
Según la investigadora cada gesto del ireme significa una frase. Su expresión corporal es muy fuerte. Tan fuerte que incluso hoy no hemos podido desprendernos de gestos y movimientos que realizamos cada día y reafirman la herencia abakuá.
Con todos esos artistas los códigos y hábitos internos de esta hermandad comenzaron a mostrarse a todos, ganando popularidad y logrando inculcar en los cubanos ese sentimiento de pertinencia y sana curiosidad.
Como mismo los cuadros salieron de la cotidianidad, también la música y la literatura obtuvieron su musa en ella. Y es que en los distintos toques sagrados tienen su base rítmica géneros musicales como la rumba, el guaguancó y hasta el jazz. Toda esa amalgama de sonidos que hacía bailar a los practicantes en plena colonia fue nutriendo nuestra tradición musical.
Ya en la literatura la historia es otra porque como estamos ante palabras y la Asociación Abakuá es “secreta” no todo podía decirse. Hay que atender al hecho de que entre nosotros siempre ha existido un complejo mestizaje, prejuicios de una mentalidad todavía provinciana y mal informada que lejos de estimular el interés de posibles investigadores, lo desvían hacia lo negativo.
Por ello muchas veces en los textos se asocian a los abakuas con los personajes antagónicos. Desde 1880 cuando el gobierno español desataba una sórdida persecución contra el ñañiguismo, ve la luz “Manga Mocha”, de R. P. Zoël, texto que nos presenta a un temible iniciado proveniente de la “mala vida”.
Después, en otros muchos libros, se asoman personajes de este tipo, en “El iniciado” de Manuel Sáez, Premio David de la UNEAC. En “Ecue yamba-O”, primera novela de Alejo Carpentier. En “Cuando la sangre se parece al fuego” de Manuel Cofiño y en “Habana Babilonia” de Amir Valles, entre otros.
Todos ellos, en mayor o menor medida, con historias de superación personal incluidas o no, mostrarían la impronta abakuá abordada de forma estereotipada, viciada o esquematizada, una imagen que aún hoy perdura. Cada vez que se necesita representar a un ladrón, un asesino, es decir, a un criminal en algún audiovisual se resuelve el problema con un negro abakúa.
“No se pueden romper estereotipos sin que desde las primeras etapas de la vida estudiantil se enseñe la historia en toda su amplitud y no solo lo que se desea contar. Solo asi fomentaremos la creación de una cultura que fomente un criterio universal en el que pese lo que realmente interesa de los abakuas”, concluyó la experta.
Cuando logremos eso podremos entonces darle su lugar y su valor a la Sociedad Secreta Abakúa, una hermandad que ha sabido sostenerse por sí misma, abriéndose paso frente a la incomprensión y discriminación de hombres que se llaman ecobios los unos a los otros sin saber lo que dicho acto representa.
Los abakuas de hoy no son como los de ayer. Esa es la verdad. Pero el culparlos de los males que aquejan a nuestra sociedad no es la respuesta. Además, quienes aportaron tanto a nuestra cultura merecen una tregua. Recuerde que de iremes está lleno el arte y el arte, sea cual fuere su procedencia, también es Cuba.
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