Graffitis de mi ciudad, ¿para bien o para mal?
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En nombre de la «libertad de expresión», los espacios públicos de La Habana son violentados por jóvenes que, más allá de embellecer, destruyen la ciudad. Por otro lado están quienes, amparados por instituciones como las Casas de Cultura, se ganan un espacio para mostrar su arte.
El término graffiti, de procedencia italiana, fue acuñado por los romanos que plasmaban en las paredes y sitios públicos sus profecías y protestas, llevados por el incontenible deseo de compartirlas con los demás ciudadanos.
Sus orígenes se remontan a civilizaciones aún más antiguas. Los macedonios, los griegos, los antiguos egipcios, e incluso los hombres de las cavernas, utilizaban las paredes de tumbas, viviendas y edificios para satisfacer, a conciencia, uno de los más ancestrales instintos del hombre: el de comunicarse.
En Cuba, en tiempos de la neocolonia, los jóvenes universitarios, indignados por el gobierno de turno, escribían en los muros de lugares públicos carteles de protesta, a modo de inconformidad.
Pero en la actualidad las cosas han cambiado, pocos lugares escapan de los «garabatos» que algunos jóvenes con ínfulas de artistas dejan como rastros por doquier, sin importar afectar la propiedad pública, e incluso hasta la privada.
Estos jóvenes se hacen llamar «graffiteros», pero ¿son en realidad graffitis lo que hacen?, ¿se le puede llamar arte a estos movimientos de spray sobre una superficie?
Aunque en muchos casos hay que reconocer que algunos graffitis callejeros transmiten una idea o simplemente un mensaje, otros son claros actos de vandalismo, y justamente la característica de ser una manifestación artística callejera hace que se salga del marco de lo institucional, para a veces caer en lo marginal.
Por lo general, quienes se dedican a estas prácticas son jóvenes ente los 16 y 20 años, asociados al rock o al hip hop. Aunque muchos han dormido una noche en prisión por ser sorprendidos en el medio de esta «ilegal» manifestación, aun así, son reiterativos.
Si les preguntas por qué lo hacen, responden que para expresar sus sentimientos y dar a conocer a todos «su arte», pero en los llamados tags, como se les conoce a las firmas distorsionadas de quienes ensucian la ciudad, no hay mucho sentimiento, y sin embargo, sobra el vandalismo.
Lo de ilegal es hasta cierto punto, pues las instituciones culturales en Cuba, sobre todo las Casas de Cultura municipales y hasta las Escuelas de Instructores de Arte, brindan apoyo a estos jóvenes a través de talleres donde se les enseña a hacer graffitis a los interesados con un sentido social, que sirvan para transmitir una idea, no diseños de letras, lejanos de tener un fin decorativo.
Incluso, existen algunos espacios que se han dedicado a modo de mural para que los jóvenes que muestren tener las competencias plásticas para realizar graffitis, puedan demostrar de lo que son capaces, y quienes no se acercan a estos espacios y obran por su cuenta, y no respetan nada, son los responsables de algunas barbaries artísticas.
Aun así, falta mucho por hacer en este sentido, aunque los espacios deben ganarse por aquellos a los que les toca de cerca este asunto, pues nada se hace con denunciar la falta de apoyo sin demostrar a quienes se necesite la verdadera pertinencia de esta práctica.
Kevin López, de 18 años, opina que «no todos los graffitis carecen de un fin social, en ocasiones hay algunos que tienen un mensaje que sirve para sensibilizar a las personas y en el lugar donde están, las paredes estaban sucias y despintadas y el graffiti, en sitios como esos, de alguna manera se convierte en un arte que embellece».
«El problema real —agrega— es que muchos de los que andan por ahí con un spray no son siquiera graffiteros e intentan aparentar que lo son, aunque se limitan a pintar solo sus nombres hasta en las paredes del transporte público, intentando darse a conocer y ensuciando así no solo a la ciudad, sino también la imagen de los verdaderos graffiteros».
Muy cerca o muy lejos pueden estar de convertirse en Bansky quienes con aerosoles, plantillas y trazos, intentan dan color a La Habana, todo depende de cuán talentosos sean y de que su voluntad de dejar su marca por la ciudad sea la de regalarle a los transeúntes un pedacito de arte en lugares insospechados, y no solo la de dejar un nombre como pista anónima.
No se puede permitir que la irresponsabilidad destruya la labor de quienes limpian y cuidan la ciudad, no se puede perder el respeto por los sitios que lo merecen solo por el egoísmo de darse a conocer, no todo el que tenga un spray y lo aviente desperdigando color puede llamarse graffitero, pero para aquellos que son dignos de admirar y de verdad lo merecen, va mi aplauso.
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