CRÓNICAS TRINITARIAS: El llanto de la Ermita de la Popa

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CRÓNICAS TRINITARIAS: El llanto de la Ermita de la Popa
Fecha de publicación: 
3 Febrero 2014
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Desde casi cualquier sitio de Trinidad, el visitante advierte una edificación peculiar que parece cuidar con ansia de madre a la ciudad desde lo alto de una colina. Allí, en la loma de la Vigía, donde acaba el barrio la Popa, la Ermita de igual nombre llora el olvido de los habitantes de esta tierra. Aun más por estos días, tiempos de celebración en honor a sus santos patrones, La Candelaria y San Blas, tradición exclusiva de la zona que ha quedado varada en el tiempo.

Cuando uno sube la calle Desengaño, bien arriba hasta acabarse la ciudad y percibir el olor a monte, se encuentra con una pendiente repleta de mala hierba, tierra por doquier, casas humildes. En la cima están las ruinas de la iglesia, templo más antiguo de la ciudad, hoy sumido en un huracán de albañilería porque justo a su lado crece un hotel 5 estrellas. Desde allí, dicen, existe una vista hermosa de sus contornos, del mar y las montañas en armoniosa relación con la villa.

Pero en ese lugar agreste hubo una vez el esplendor de los tiempos de la colonia, cuando casi todo por allí se resumía a la vida religiosa, y que el célebre barón Alejandro de Humbolt definió como “sitio célebre de Romería”. Donde hoy aparecen rocas antes hubo una escalinata a modo de recibidor, con rústicos adornos que invitaban a pasar. Por aquel entonces, cuando el almanaque marcaba el día 2 y 3 de febrero, la comunidad se sumergía en jocosas fiestas en homenaje a sus santos.

 

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“Todo el barrio (…) andaba de fiesta, se adornaban las casas con palmas y ramajes, se decoraba la calzada con faroles y, por las noches, se quemaban barriles llenos de paja, a manera de luminarias, permaneciendo mucha gente en vela”, refiere el antiguo historiador de la ciudad Francisco Marín Villafuerte en el libro Historia de Trinidad.

A La Candelaria pedían la buena salud de la familia, sobre todo los niños, quienes iban del brazo de sus madres con la certeza de encontrar en la divinidad la dicha de crecer sanos porque, creían, aquella santa habitaba entre las cuevas cercanas. Solo bastaban las velas encendidas.

Al otro día una feria de cordones de estambre, tejidos a mano por las mujeres del pueblo, daba un toque especial a la celebración en honor a San Blas, santo patrón de un poblado cercano, que encontraba en estas festividades un aliciente especial. Un poco de agua bendita bajo el crucifijo del sacerdote y aquellos collares iban a parar a infinidad de cuellos en espera de sanar las gargantas enfermas de la gente.

La tradición de estas festividades no se remonta solo a la antigüedad de esta ciudad al centro sur de Cuba. Yo mismo recuerdo usar aquellos cordones en mi niñez, dispuesto a poner a prueba su magia y exponer mi salud ante cualquier aguacero. Pero nunca, ni aun en mi etapa más temprana, logré visualizar las grandes ferias alegóricas a la fecha, donde un pueblo se aprestaba, más que a defender un dogma, a vivir tradiciones únicas.

 

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Por eso hoy la iglesia, o mejor dicho, las ruinas, lloran enardecidamente. La gente de por acá poco recuerda de aquellas alegrías, ni siquiera detienen el paso para percibir los dolores de una edificación a la que el tiempo le arrebata casi toda su esencia. De aquellas tradiciones solo quedan fiestas pueblerinas en los asentamientos de Condado y Caracusey, y algunos todavía se reúnen con el cura del pueblo para tomar los cordoncitos.

Poco menos de una fachada con grietas permanece de la iglesia, y aun, desde cualquier sitio de la ciudad, el visitante puede observarla cuidar a Trinidad con ansia de madre, todavía con la esperanza de que un día aquellas tradiciones revivan el jolgorio de un pueblo fiel a sus tradiciones.

Comentarios

Que linda Trinidad!!!<br />Como me gustaria volver.
Que historia, que gente,linda Trinidad,que arquitectos, deberian restaurar estas ruinas, si los arquitectos son magos, ha quedado muy linda la villa de los ingenios.soy un Bayamoes Trinitario.<br />Ricardo Amador Almeida.
Soy trinitaria y pude vivir la gran vida que cobró Trinidad en su medio milenio de vida, ciudad hermosa y llena de esplendor.

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