HISTORIAS GUAJIRAS: El inventor deportivo
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A primera vista, lo menos que uno se puede imaginar es que este muchacho es profesor de Educación Física. Callado, de andar lento. Se acercó a donde yo estaba y me dijo casi en un susurro: «Yo soy Orisbel, ¿usted me estaba buscando?».
Y traía entre sus manos las dos cosas por las que había pedido que lo localizaran: una raqueta para jugar bádminton y un tablero de ajedrez. A usted le parecerá normal que un entrenador deportivo ande con esos instrumentos. A mí también me lo parece.
Pero el asunto no es ese, sino de qué están hechos ambos. Solo viéndolos pude creerlo, sobre todo el tablero de ajedrez. No se asombre: ¡de paja de maíz!
Orisbel López Valera atiende varias escuelas y asentamientos de la zona rural del municipio villaclareño de Manicaragua. En sus andanzas de un sitio para otro, los tableros de cartón se le fueron deteriorando. «Unos se cuartearon, otros se despintaron. Y los que se me mojaron en un aguacero, ni para cartón reciclado sirvieron», me cuenta.
«Poco a poco me fui quedando solo con las fichas y algunos tableros que hacía con cartulina. Hasta que un día, ayudando a mi familia a despajar la cosecha de maíz, se me ocurrió la idea.
«Había pajas moradas y blancas, las escogí por la fortaleza y textura y empecé a tejerlas cruzándolas. El primero no me quedó tan bueno, pero el segundo sí.
«La gente se reía de mí, pero yo no les hice caso. Y a los niños les encantó. Ahora puedo hacer simultáneas en las escuelas y en los festivales recreativos sin miedo a que llueva. Es más, la lluvia los robustece».
¡Vaya invento! En La Habana quizás sea difícil. Pero en el campo, donde abundan los maizales, hay suficiente materia prima, y Orisbel se da el lujo de escoger las mejores pajas para que los tableros sean auténticamente criollos, fuertes y vistosos.
¿Y la raqueta esa?, le pregunto. «Con esta es mucho el juego de bádminton callejero que se ha echado», responde.
Un día unos niños le dijeron que querían practicar el deporte de Osleinis Guerrero, y ahí mismo se quedó en blanco. No tenía más que una raqueta. «Por cierto, vieja y rota», me confiesa.
«Me fui para la casa pensando en cómo hacer raquetas. Dónde buscarlas. Los jefes me dijeron que ellos no tenían tampoco.
«En la casa vi un jabuco de recoger café hecho con fibras de guaniquiqui, un bejuco muy fuerte y dúctil. Y ahí mismo se me encendió el bombillo. Unos amigos me ayudaron, y al otro día ya estaban las raquetas. La malla la hicimos con nylon de pescar.
«Aún hay que perfeccionarlas porque a veces los volantes se quedan incrustados, pero sirven para enseñar las técnicas del bádminton y hacer competencias en los festivales recreativos. Durante los meses de verano fue mucho el raquetazo que dieron los niños con ellas».
Orisbel anda muy feliz con sus inventos. Mereció premios en eventos científicos regionales, pero su satisfacción mayor es buscar alternativas para que la gente pueda practicar deportes y divertirse.
«Es una forma de burlarse de la escasez y poner el ingenio de los cubanos al servicio del bien común», concluye este joven villaclareño.
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