OPINIÓN: Elier desde su, nuestra Ínsula

especiales

OPINIÓN: Elier desde su, nuestra Ínsula
Fecha de publicación: 
25 Febrero 2025
0
Imagen: 

Palabras de presentación del libro Desde mi Ínsula, de Elier Ramírez Cañedo.

Mantener las pesadas puertas de la Academia abiertas al bullicio de la calle, conectar los anaqueles, las mullidas sillas, los salones, al latido sanguíneo de la época, es una vieja aspiración de la Humanidad y una exigencia de la Revolución. Pero no es Elier Ramírez Cañedo un académico de oficio. Tiene los méritos, los estudios y la obra suficiente —datos que no es menester enumerar aquí—, pese a su edad, para tal condición. Elier es, desde sus años de estudiante universitario, un riguroso combatiente del pensamiento. En el gabinete busca respuestas que sirvan para pelear y abrir caminos. Sentadas las bases científicas de su percepción, monta guardia en su trinchera de ideas, alerta ante los ataques enemigos, burdos o sutiles. Esas escaramuzas defensivas adquieren una inusitada importancia para entender la exacta dimensión de su aporte académico.

Este libro, inusual en su bibliografía, similar a otros de diversos contenidos que han aparecido en los últimos años, no es un hijo menor; muestra sus obsesiones de investigador y su elección de vida, es una útil selección de textos breves, agrupados en cinco secciones: Historia, Relaciones Estados Unidos-Cuba, Polémicas (donde se reasumen los dos universos anteriores, pero en franca carga al machete), Entrevistas (útil para “entrever”, como diría Retamar, preocupaciones y motivaciones), y Cuba hoy. Podría decir que todos los textos conducen y preparan la sección final. Cuba ayer, Cuba hoy, podría titularse el libro.

Dos grandes temas se transversalizan: el primero es el estudio y la crítica de la corriente autonomista o “tercera vía” decimonónica —ni independentista, ni integrista, tomadas esas opciones como los supuestos “extremos” de la época— que le permiten entrar en un debate de plena actualidad política. El interés que suscita esa corriente en la batalla ideológica actual es comprensible. Elier la asume con la mesura y el rigor de un cientista social, y la convicción de que el historiador es un constructor de futuro. Como dice en una de las entrevistas que el libro recoge:

“Me gusta (…) la definición de Marc Bloch sobre la historia como “la ciencia de los hombres en el tiempo”, y ese tiempo puede llegar a incluir el mes pasado, el día de ayer, y hasta el minuto transcurrido en que te respondo (...) La historia neutral es un mito. Siempre se toma partido por más que trate el investigador de desprejuiciarse. Se puede ser más o menos objetivo, pero la objetividad absoluta no existe”.

Su mirada es martiana: denuncia la raíz clasista y racista del autonomismo, su desconfianza en el pueblo y su papel retardatario, de contención del movimiento revolucionario, pero no juzga por igual a todos sus exponentes y valora el aporte cultural de muchos de ellos. Su cruzada intelectual no se detiene en las personas, sino en las ideas. Así procedía Martí, el más implacable crítico de aquella corriente, al tender la mano, con el elogio oportuno, a hombres como Enrique José Varona, devenido después en independentista, y más tarde en símbolo moral del antimachadismo.

Pero ante quienes intentan colorear el pasado, y presentar la opción inviable del autonomismo como la mejor, Elier desenvaina el machete mambí. Permítaseme recordar, en apoyo a su tesis, estos fragmentos de una carta que escribe José María Gálvez, presidente del Partido Liberal Autonomista al anexionista José Ignacio Rodríguez, radicado en Washington, el 3 de septiembre de 1899 (rescatada por mí en la Biblioteca del Congreso), ya ocupado el país por tropas estadounidenses, reveladora de cómo los intereses de clase y el desprecio al pueblo, a la “turba mulata”, unifican las aspiraciones de un tutelaje extranjero:

“La independencia absoluta es la ilusión del día, fomentada por los ‘patrioteros’ y acariciada por la turba mulata. Conviene desvanecerla antes de emprender la demostración de que á la anexión ha de llegarse de todos modos. [...] Creo haberte dicho antes y repito ahora que suspiran por la anexión todos los que tienen algo que perder, los que aspiran á adquirir, y la masa general de españoles.”

portada_de_elier1.jpg

No es casual que la segunda sección (y el segundo gran tema) del libro aborde las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Todos los grandes pensadores cubanos de los siglos XIX y XX, —y de esta categoría no excluyo a quienes como Antonio Maceo, tenían tanta fuerza en la mente como en el brazo, al decir de Martí— expresan admiración o rechazo, preocupación o cautela ante el imponente desarrollo, la prepotencia y el desdén del vecino y sus pretensiones expansionistas. La línea matriz que conduce toda la historia de Cuba, desde los primeros balbuceos de su nacionalidad —que se consolida de manera paralela y a solo 90 millas del lugar donde nace el imperialismo—, la traza esa tensión histórica. Elier Ramírez es uno de los más competentes especialistas en estos asuntos, sobre todo, en lo referido a las décadas de Revolución. En el libro aparecen, siempre desde un ángulo novedoso, escritos con elegancia y precisión, los hitos más importantes en esa relación en los últimos 60 años:  la Crisis de Octubre y el papel de Fidel, el reclamo del origen ilegal de la Base Naval de Guantánamo, los primeros acercamientos bilaterales, incluido el poco conocido encuentro del Che Guevara con un asesor de Kennedy en Montevideo, las luces y sombras y las sombras de aquellas luces, en los períodos presidenciales de Carter y Obama, así como el retroceso de Trump, el tema migratorio, y la consecuencia de Fidel y su apego al ideario martiano. Dos mentores tiene el autor, y no lo oculta: Martí y Fidel.

Ya en plena sección de polémicas, aparece un Elier que esgrime con sutileza, conocimiento y valentía sus argumentos. No es que los escritos de las primeras secciones carezcan de punta y filo, es que ahora el combate es frontal. En su respuesta a un libro de Rafael Rojas, que intenta justificar la pertinencia del autonomismo Elier señala:

“En su criterio, Martí inventó una nación moderna que contemplaba la comunidad negra dentro del espacio nacional y donde solo se exaltaban las virtudes morales del pueblo cubano, pero una nación que no tenía nada que ver con la que existía en la práctica y que se sustentaba en el imaginario de la aristocracia blanca, en donde era discriminado el negro criollo. Está claro que, para Rojas, la real nacionalidad cubana estaba representada por los autonomistas y que lo que Martí exaltaba era una nacionalidad inventada. “Un breve recorrido por la historia de Cuba —señala Rojas— convencería a cualquiera de que ese pueblo martiano no ha existido, no existe y, probablemente, jamás existirá”.

Me parece oportuno recordar la célebre frase de Martí cuando un emigrado le dice que en la atmósfera de Cuba no se observan esos ímpetus emancipadores, a lo que responde: pero yo no hablo de la atmósfera, yo hablo del subsuelo. Es necesario establecer el carácter de la prosa martiana, que no describe como los positivistas la realidad visible, sino la posible, que también (no hay que olvidarlo) forma parte de la realidad, y cuya consumación depende de la actividad de los seres humanos. Ante esa realidad posible y deseable, la tarea de los revolucionarios es propiciar su advenimiento. Esta característica de Martí confunde a los reformistas, prolijos descriptores de lo inmediato, y ciegos ante el elemento “invisible”, que radica en la fuerza del pueblo al que desprecian o desconocen.

Dos de los textos de esta sección forman parte de una intensa polémica desarrollada en 2017, en la que tuve el privilegio de compartir trinchera junto al autor de este libro entre aquellos que impugnaban el proyecto político de la revista digital Cuba Posible, autopercibida por sus editores como centrista, una publicación financiada, entre otras ONG de claro perfil interventor, por la desaparecida y desenmascarada USAID. En esta ocasión los supuestos extremos eran la radicalidad revolucionaria de La Habana y el furibundo anticomunismo de Miami. En realidad, como demuestra Elier, ni el independentismo revolucionario de Martí, ni la radicalidad revolucionaria de Fidel son extremos de nada: son las únicas soluciones realistas y de fondo frente al colonialismo y al neocolonialismo. Por eso creo que la palabra “extremista”, usada por la contrarrevolución para confundir, exige siempre una aclaración de contenidos.

Pero son las entrevistas la que humanizan al autor, la que presentan al hombre sin mediaciones. Y en un plano más íntimo, responde así cuando le preguntan por sus hijas, las de carne y huesos, María Fernanda y Alejandra, y las de tinta y papel: “Por supuesto, los hijos son algo único en la vida, la mayor creación, pero al mismo tiempo estaría incompleto si no tuviese libros.”

El libro reserva para el final textos de muy variada índole: intervenciones en Congresos políticos y académicos, artículos periodísticos de temas variados y actualidad máxima. En ellos aún destella el filo de su palabra, como si nunca abandonase el caballo de pelea. Y está Fidel, por supuesto: en su revalorización de textos esenciales, como sus Palabras a los Intelectuales, o su discurso en el Aula Magna de la Universidad en 2005, pero también en ese homenaje póstumo en el que muestra algunas de sus herejías geniales. Hay mucho más y cada lector lo descubrirá por sí mismo, porque para entender la obra historiográfica de Elier Ramírez Cañedo, sus lectores del futuro tendrán que consultar este libro.

 

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.