La paz del Zanjón: ¿por qué ni independencia ni abolición?
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El Pacto del Zanjón, firmado el 10 de febrero de 1878 en el centro de la Isla, puso fin a la primera guerra mambisa en la mayor parte de Cuba. Pero, ¿por qué los criollos no alcanzaron entonces la independencia y la abolición de la esclavitud?
Lo que sucede es que tanto el bando insurrecto como el ejército colonial llegaron a 1878 muy desgastados. Tras casi 10 años de luchas, los patriotas antillanos no habían logrado desalojar a los españoles de Cuba; a su vez, España seguía siendo incapaz de sofocar la insurrección por la vía armada, a pesar de su incuestionable superioridad militar.
Fue en ese contexto cuando los destinos de la ínsula más grande del Caribe se entrelazaron con una prominente figura hispana, Arsenio Martínez Campos. Este hábil político y laureado general, entonces al frente de las tropas colonialistas en la Isla, entendió el conflicto cubano mejor que sus colegas. Unos 26 000 soldados habrían llegado como refuerzo desde septiembre de 1876 para la pacificación, algo que, sin dudas, suponía una enorme presión sobre el Ejército Libertador. Pero no fue el poderío militar por sí solo la clave del éxito de Martínez Campos en su misión de acabar la guerra.
Este militar, nacido en Segovia el 14 de diciembre de 1831, relajó las tensiones con sus rivales cubanos. Tomó medidas decisivas para desestimular el aliento bélico de oficiales y soldados de filas mambises: emitió un bando en el que se indultaba a los que desertaran del campo insurrecto, dispuso la entrega de dinero a quienes se presentaran con armas y caballo y accedió a un armisticio a fines de 1877, que expiraría entrado el nuevo año. Para colmo, algunas autoridades mambisas no impidieron el abandono de los campamentos de parte de los combatientes, según ha trascendido.
A nivel discursivo, también hubo un cambio de enfoque. Para Martínez Campos los jefes mambises ya no eran enemigos irreconciliables de España, sino adversarios que podrían salir del país si así lo preferían o participar en la reconstrucción de la colonia tras el final de la guerra. Unas cuantas reformas y garantías fueron prometidas a cambio de la deposición de las armas insurrectas.
Del lado revolucionario, el tiempo que duró el armisticio no fue empleado, como había propuesto el general Máximo Gómez en una reunión nocturna en Camagüey, para fortalecer las bases de la insurgencia y debilitar la moral del enemigo. Ocurrió lo contrario. La confusión se apoderó del campo insurrecto. Martínez Campos avanzó en las negociaciones con varios líderes mambises por separado. Aumentaron el desprestigio y la falta de autoridad de los poderes civiles de la República en Armas.
El Ejército Libertador había logrado proezas impensables si se tienen en cuenta las condiciones de su lucha desde el 10 de octubre de 1868. Pero había sido casi una década de altísimas limitaciones logísticas, de insuficiente apoyo de la emigración revolucionaria y de no reconocimiento del gobierno de Estados Unidos, actor de emergente importancia en el hemisferio. A ello se suman la conocidas falta de disciplina de parte de las tropas mambisas, el regionalismo, el caudillismo y la falta de unidad entre los patriotas.
De tal modo, las bases del Pacto del Zanjón constituyeron una tabla de salvación para los no radicales, los confundidos, los agotados y los que, probablemente, creyeron de buena fe que los ofrecimientos de Martínez Campos era lo más que se podía obtener para la patria y sus soldados en aquellas condiciones.
Así, aunque en febrero de 1878 terminaba la guerra en gran parte del archipiélago, la abolición de la esclavitud y la independencia de la metrópoli, no contempladas en la paz del Zanjón, continuarían siendo anhelos pendientes de los revolucionarios cubanos.
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Carlos de New York City
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