Erislandy, por encima de los adjetivos y los espacios mediáticos

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Erislandy, por encima de los adjetivos y los espacios mediáticos
Fecha de publicación: 
9 Agosto 2024
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Llegó a París para batirse hasta el final sobre el ring, aunque no lo rodeaban a cada paso adjetivos, cantos, historias ni gozaba de grandes espacios en los medios. Al cubano Erislandy Álvarez no le importaba. Venía en busca de la corona de los 63.5 kilos y se había preparado muy bien para lograrlo. Muchos deportistas de diversas partes del mundo llegaron aquí disfrutando de una propaganda tremenda. Eran luz de sus delegaciones, en muchos hogares eran más conocidos que algunos familiares, eran punto de conversación en centros de trabajo y estudio. La gente sabía la estatura, el peso, fecha y lugar de nacimiento de esos atleta. Y en los Juegos de 2024 le apagaron la luz: hasta se marcharon sin galardón.
 
El muchacho, desde el primer encuentro, mostró su valía, junto a la técnica un ataque incesante capaz de desarticular cualquier estrategia del rival. Sonaba por arriba y lo combinaba con su labor en los planos bajos. Lo habían enseñado a cumplir con lo que me dijo Kid Chocolate: "Un buen ataque abajo, detiene al más veloz y debilita al más fuerte".

También el quehacer de Álvarez me recordó cómo siguió aquella conversación: ¿Qué otra virtud aprecia en un boxeador?, pregunté. Más rápido que uno de sus jabs me respondió: "La agresividad". Y me señaló: “Entre los boxeadores cubanos de esos tiempos quien me impresionó más ha sido Douglas Rodríguez. Han existido otros muy agresivos, pero Douglas sabía que su negocio era pegar y salía a hacerlo sin dar respiro al contrario buscando los puntos débiles de aquel, metiéndose en la guardia, tratando de colocar sus golpes  allí donde más daño hacían. Iba a lo suyo y mantenía ocupado al contrario, sin dejarlo realizar el plan de pelea trazado”.
 
Mientras, en el cuadrilátero Erislandy se fajaba durísimo, iba hacia la candela de manera constante para quemar al adversario, sin soslayar la esquiva; rápido con los brazos, era un bailarín elegante. Y se ganó al público por su deportividad. Así elaboró una cadena de triunfos; y en la final derrotó por decisión 3-2 a un púgil galo idolatrado, con superior experiencia y cetros. Ni siquiera consiguió amilanarle la lógica preferencia a gritos por el local: aun le sirvió de combustible para pelear mejor. Más allá de obtener la medalla de oro se graduó de púgil, de atleta, de olímpico. El buque insignia del nuestro deporte no podía irse sin aportar muy alto a la batalla cuando tanta falta hacía.

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