OPINIÓN: La Olimpiada de Cuba
especiales
Mijaín López, único deportista en la historia en ganar títulos en cinco Juegos Olímpicos, el más longevo en subir al podio en la lucha con sus casi 42 años y por supuesto, el único gladiador con cinco oros.
Fotos: Prensa cubana acreditada a París.
Esta pequeña isla ha llenado de atletas y de entrenadores el mundo. Las razones son disímiles, pero la primera condición, por la que son bienvenidos en otras naciones y equipos, es que son buenos; es decir, que el deporte revolucionario —como dicen entrecomillando la palabra, con rabia infantil— produce excelentes deportistas. A veces hay, además, una razón sencilla, y entendible: nadie me lo ha dicho, pero Yasmani Acosta no hubiese podido representar a su país, porque tuvo la desgracia de nacer y competir en la era de Mijain López. En Chile es la estrella. Tampoco hubiese podido llegar a una Olimpiada Loren Alonso, quien ahora viste la camiseta de Azerbaiyán, porque La Sombra La Cruz, a quien venció (así es el deporte) “es el mejor de todos los tiempos”, según admite. Hoy, para algunos, no parecen existir amarras: la lealtad es para la mejor o más jugosa oferta. Pero duele más “el salto” cuando quien se marcha es la primera figura de un deporte, la persona en la que su país depositó la esperanza, después de años de esfuerzos y recursos invertidos. Es que a veces la razón es el dinero, aunque se traduzca como “una vida mejor”. La judoca María Celia Laborde, que integra el equipo estadounidense, lo confiesa sin pena: “En Cuba no tenemos tantas cosas”, explicó a USA Today. “Incluso si eres campeón del mundo o campeón olímpico, hay problemas con todo: comida, medicinas, las cosas básicas que necesitamos los atletas. Me dije: Bueno, quizá si compito por otro país, pueda tener una vida mejor. Y además, podré ayudar a mi familia”, agregó.
La explicación es tremenda —obviemos por ahora “el detalle” de que reclamara la ciudadanía del país que provoca esas carencias en el suyo, con un bloqueo despiadado—, porque me obliga a mirar de cerca a los míos, a los que a pesar de todo se quedan para representar a su país, y recibir el cariño y la admiración de los suyos. Leuris Pupo, por ejemplo, que ha participado en siete Olimpiadas y ha sido campeón olímpico en Londres 2012 y subcampeón en Tokio 2020 (2021), ha tenido que entrenar la mayoría de las veces con pistolas sin balas. Cada uno de nuestros atletas comparte las dificultades cotidianas que padecemos todos, las mismas que soportan nuestros médicos, científicos, ingenieros, maestros, técnicos, intelectuales de las más diversas esferas… Ellos son los que pudiéramos catalogar como VIP en nuestra sociedad, aunque no exhiban en sus cuellos gruesas cadenas de oro. Sí, la Bayer paga infinitamente más que el CIGB, o que el Instituto Finlay, pero ¿podríamos haber creado tres vacunas efectivas para salvar a miles de compatriotas de la Covid-19, si nuestros científicos hubiesen optado por “una vida mejor”?
Esta Olimpiada, como todas, ha revelado o confirmado la existencia de grandes campeones, pero el tiempo la resumirá en un nombre: Mijain López, el único deportista en la historia de los Juegos que ha conseguido cinco títulos olímpicos consecutivos en la misma especialidad individual. Su última medalla de oro trajo consigo otra hazaña, la de ser el más veterano gladiador de la historia en lograrla, con casi 42 años. Tuve el privilegio de integrar junto a él la delegación de la sociedad civil cubana que asistió a la Cumbre de los Pueblos de Lima, en 2018. Entonces, era “apenas” tricampeón olímpico. Un día, mientras desayunábamos en el hotel, nos confesó que el dolor físico no lo abandonaba nunca.
Cuando se convirtió en tetracampeón pensó en el retiro, pero nadie podía ganarle y lo convencieron de que continuara hasta París. Luchó contra el tiempo, contra el peso, contra el dolor. Cualquiera podía dudar, muchos lo hicieron, él no. Cuba lo había apostado todo a su quinta medalla de oro, y sin embargo, ¿alguien se hubiese atrevido a decir que la de plata o la de bronce significaban la derrota? Aquel grandulón, de aspecto temible, es un hombre noble, que nunca se excedió en la victoria, ni humilló al adversario. Yasmani, en el banco de Chile, recibió sus consejos como si aun estuviese en el suyo. Con toda la solemnidad de la que es capaz un cubano, dejó sus zapatillas en el centro del colchón, un homenaje a París, que había presenciado y apoyado su último combate. Al abandonar el recinto lo escoltaban, de un lado, su actual entrenador Raúl Trujillo, pequeño solo de tamaño, que lloraba como un niño; del otro, Héctor Milián, primer campeón olímpico cubano de la lucha grecorromana en Barcelona 1992.
¿Qué puede darle Cuba a cambio? Mijain procede de Herradura, un pueblo de Pinar del Río. Es un ídolo allí, lo es en su provincia, en todo el país. El cine Yara, en La Habana, se llenó de jóvenes que disfrutaron su victoria en la pantalla grande. Donde quiera que aparezca, recibirá el cariño de su gente, la que estuvo pendiente de su trayectoria, la que apostaba por su triunfo. Nadie se cuestionará si vive mejor, porque lo merece. No será rico, al modo en que se concibe un “ganador” en la cultura del tener, pero tendrá “una buena vida”, según otros parámetros. Es la primera medalla de oro de Cuba en esta Olimpiada, pero es la decisiva, la que nos declara triunfadores. Ojalá vengan otras, pero si Mijain cumplió, cumplimos. Esta es la Olimpiada de Mijain, la de Cuba.
Comentarios
Carlos de New York City
Carlos de New York City
Añadir nuevo comentario