Archivos Parlanchines: Petrona, reina de los caracoles

Archivos Parlanchines: Petrona, reina de los caracoles
Fecha de publicación: 
2 Agosto 2024
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Petrona Cribeiro, una artesana popular de la provincia de La Habana, fue una mujer difícil, de pocos intercambios, alejada de las sonrisas de vitrina; sin embargo, le sobraron, la perseverancia, el talento y la audacia para llevar a cabo sus, a veces, inauditos proyecto.

¡Con el mazo dando…!

Petrona Cribeiro nació en 1907 en un palmar de la finca El Francés, en Caimito, actual provincia de Artemisa, y a los nueve meses pasó a vivir en El Rosario, en la zona de Corralillo, en Bauta, donde crece como una campesina enorme acostumbrada a recoger las cosechas, a pulir de rodillas los suelos de ceniza y a gobernar el bullicioso gallinero.

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Fue la primera de nueve hermanos de ojos azules condenados a no ir a ninguna parte. Jamás visitó una escuela y sus progenitores le enseñaron a leer y escribir para que se convirtiera en una pieza clave en la educación del clan.
Aunque ella tenía otras aspiraciones. En la entrevista “Una abuela artista” que le hiciera María Helena Capote en Mujeres de 1978, Petrona regala una anécdota muy reveladora:

“Mientras mi papá hacía pozos yo iba recogiendo el barro amarillo que sacaba. Después lo mezclaba con cemento y hacía figuras de animalitos: el perro, la jicotea, unas vacas, los gallos. Un día las saqué al sol, en el patio, y allí las vio un inspector del central Toledo y las elogió. Tenía nueve años. Mis padres consideraban el arte como un privilegio de los ricos, excéntricos o vagabundos, pero eso a mí siempre me importó un carajo.”

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Ya veinteañera, se casó con José Benjamín Alpízar Quijano, un hombre enfermizo, y tras sufrir continuos desalojos durante el gobierno de Fulgencio Batista compró en 1948 la finca El Doctor, en Playa Baracoa, un poblado del municipio de Bauta, la cual abarcaba todo el territorio de la actual comunidad de Los Cocos.

Aquí, a un lado de la hoy Autopista Panamericana, creó una vaquería y construyó una casa de madera en solo veinte días con el apoyo de sus dos hijos varones (uno nació con problemas físicos) y de su niña. La leche la vendía en los alrededores y en Santa Fe y Bauta.

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Lo que más sorprende de esta guajira casi analfabeta son sus posibilidades de multiplicarse para garantizar el sustento de su gente: es la comadrona de cientos de parturientas, sobre todo, en las lomas de Guanajay; cose para la calle; vende quesos y vinos; castra las colmenas; realiza numerosos injertos en árboles frutales y en flores; y usa las plantas medicinales para curar los males de estómago y otras muchas dolencias.

Su nieta Raquel Alpízar Linares cuenta: “Una noche vinieron unos perros cercanos de Playa Baracoa y les comieron las orejas a sus carneros e incluso destriparon algunos. Ella les advirtió a los dueños que si venían otra vez los mataba. ¡Y así fue! En otra ocasión, se dirigió al encuentro de un perro con rabia de un senador que había mordido a treinta y dos animales en el vecindario. Ella tenía una escopeta calibre 16 y lo tumbó de un tiro.
 
El renacer del pelícano

Viuda desde 1955, con sus hijos ya grandes y una familia en estirón, Petrona se volcó hacia la creación artística como una alternativa para ocupar su tiempo libre.

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Poco a poco, introdujo sus manos en los extractos de semillas y flores para pintar cuadros naturalistas y con sus pinceles rústicos experimentó, más adelante, con las pinturas industriales de aceite sobre soportes rudimentarios: yute, tela, papel, cartón o madera.

Sus temas fueron numerosos: escenas hogareñas, paisajes, temas campesinos, bodegones, flamencos, montañas y ríos. También nos regaló retratos de líderes revolucionarios: Che, Camilo… Fidel. Y, casi al final, apareció un Lenin.
Como buena representante del arte ingenuo o primitivista usa colores intensos, frescos y alegres que le dan realismo a sus obras. Para algunos, en sus imágenes hay una poética contagiosa, casi infantil, graciosa, y un tanto áspera.

Mas, aquí no terminaron sus búsquedas. Con el paso del tiempo esta infatigable pintora se rió de los comentarios sobre sus “excentricidades” que hacían los chismosos y montó un taller de arte popular con varios pequeños colaboradores.

Alpízar Linares narra:

“Reunía a los nietos y a los niños revoltosos del barrio para irse con ellos a la playa virgen El Cachón. Nos pasábamos el día allí recogiendo moluscos, conchas, caracoles, corales, caballitos de mar, estrellitas, cangrejitos y otros trofeos. Pero, además, en sus mejores tiempos, ella recibió caracoles de colores desde Guantánamo hasta las Minas de Matahambre en Pinar del Río”.
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Petrona empleó en su trabajo, además de los elementos marinos, semillas de todo tipo, frutos secos, fibras vegetales, plumas de ave y hasta pieles con las cuales preparó cuadros de caracoles, jarrones repletos de lisonjas, bandejas de frutas y composiciones esculturales que representan mascotas y demonios muy codiciados.

Emblemáticos resultan, asimismo, el mural de la fachada de su casa, donde trazó con caracoles y conchas un gran árbol lleno de flores, y la jardinera de cemento en forma de dragón que preparó con los mismos materiales en el jardín repleto de rosas de su vivienda.

Pocos saben que el fuego del lagarto es un brazo metálico de un banco abandonado no se sabe en qué plaza.

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También disecó un pez guanábana, una lechuza, un camarón y un apolíneo pelícano encontrado muerto en la desembocadura del río Baracoa. A él le dedicó horas para hacerlo su héroe.

El canto de la abuela

Petrona fue descubierta por el profesor Alberto Fernández, el Gallego, quien en diciembre de 1974 patrocinó la presentación de treinta y ocho de sus cuadros en la Galería de Arte de Bauta. Tiene sesenta y siete años y, entonces, pide a gritos que no se le acaben los días para seguir con su febril ajetreo.
 
Muy pronto comenzó a recorrer Cuba acompañada, a veces, por el Poeta Nacional Nicolás Guillén. Ello le permitió recibir diversas distinciones en las ferias nacionales de Arte Popular, en los concursos del movimiento de artistas aficionados y en eventos de la ANAP.

Nunca vendió un cuadro o una pieza de semillas o caracoles. Trabaja, porque le gusta, no le da valor al dinero. Les regaló obras a organizaciones sociales y donó otras a festivales internacionales que tienen como sede a nuestro país.
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Tomó parte en exposiciones colectivas en las antiguas Unión Soviética, República Democrática Alemana y Checoslovaquia, así como en Polonia y Bulgaria, sin dejar de sorprender con su lirismo a públicos diversos en México y Nicaragua.

Odia la hipocresía y tiene una humildad que resulta chocante para algunos funcionarios y ciertos colegas del gremio. En realidad, esta campesina entera y cósmica tiene un carácter fuerte, de temple. Le gustan las cosas bien hechas y es muy exigente e implacable con los desagradecidos.

Para sus hijos y cinco nietos, es la jefa de la familia, la matriarca.

Sobre las supuestas “malas caras” de Petrona, atestigua Miguel Alexei Rodríguez Mendiola, artista de la plástica de la Casa de la Cultura de Playa Baracoa:

“A los artistas populares se les trataba como si su labor no tuviera trascendencia. A veces, entrega piezas para una muestra y solo le regresan unas pocas dañadas por el descuido. Era frecuente, además, que sus obras se convirtieran en fondos de premio sin su visto bueno. Claro, ella peleaba y entonces la acusaban de majadera.”
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Petrona Cribeiro falleció el 15 de diciembre de 1999 y el escritor costumbrista Mongo P., un veterano de Bohemia, despidió su duelo.

Dejó un extenso catálogo de obras que en los últimos años ha sido blanco fácil de la polilla y el comején. Las autoridades de la cultura nacional han intentado iniciar un proceso de restauración; sin embargo, la familia no desea desprenderse de sus recuerdos.

 

 

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