Las elecciones norteamericanas en el mundo multipolar naciente
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El panorama electoral de los Estados Unidos se ha tornado más complejo desde el último debate presidencial en el cual las dos figuras descollantes de ambos partidos cruzaron palabras. Visiones contrapuestas de la república y del imperio desfilaron en unos momentos en cámara que sirvieron para que la audiencia sacara dos conclusiones medulares: Biden no está listo para ir a la batalla por la silla presidencial y Trump quiere reeditar el estilo de gobierno de su anterior mandato, lo cual puso en peligro a las instituciones del sistema político. El líder demócrata, aparte de una gestión cuestionable, no puede sostener un intercambio sin que se le dé por escrito todo, su deterioro lo lleva a saludar a amigos imaginarios en público, a confundir a Putin con Zelensky, a olvidar porciones inmensas de su discurso e incluso a leer hasta las pausas que están pautadas en el papel por sus asesores. La salud del comandante en jefe de las fuerzas armadas más poderosas del mundo es una preocupación para los líderes del Occidente colectivo que están enfrascados en una guerra fría reeditada con Rusia y China ya no por cuestiones de ideología sino de geopolítica.
Trump, que carga sobre sí todo el cuestionamiento del establishment por los sucesos del Capitolio, intenta lucir quizás más coherente que su adversario, pero sin renunciar al discurso ultraderechista que es una garantía de sus votantes. En ese intercambio además de los fallos de ambas administraciones y las promesas incumplidas, se hizo evidente la incapacidad del gobierno norteamericano y de la clase política de darle salida a las demandas de las grandes mayorías. El debate parece secuestrado entre dos facciones que solo se centran en el mero ejercicio del poder más allá de si ello está o no comprendido entre las preocupaciones de la gente de a pie. O sea, se vienen unas elecciones donde se prevé por un lado el voto militante de ultraderecha (los llamados MAGA) y por otro, la decepción de grandes mayorías que otra vez irán a engrosar el abstencionismo. El Partido Demócrata, que había logrado en las anteriores elecciones captar incluso a una parte del electorado republicano a partir de la mala gestión de la pandemia, ha perdido el crédito luego de la crisis migratoria, los problemas de la inflación y la política exterior errática. En medio de todo eso, se realiza la cumbre de la OTAN y las potencias occidentales están abocadas a tratar con un Donald Trump que no quiere sostener dicha organización con el dinero federal. El programa fiscal de los republicanos es aislacionista y solo quiere invertir en el crecimiento interno. Las fronteras de la Europa globalista no le interesan a no ser que los líderes del Viejo Continente entren en la clasificación ideológica del capitalismo conservador duro, lo cual es algo que ya está pasando.
¿Las elecciones pueden significar una transformación en la situación de las mayorías del pueblo? No en la medida en que la clase política responde a un empresariado y a unos lobbies con una visión geopolítica de la relación con las instituciones. Todo es un negocio y en ello les va la existencia a los poderes fácticos. Dos guerras sobrevuelan la política norteamericana y que representan la crisis del modelo liberal financista. Por una parte, Israel, que es respaldado por Trump pase lo que pase. Por otro lado, Ucrania que en su cruzada globalista ha extendido el choque con Rusia a costa de los fondos federales y de la destrucción de su propia infraestructura. En estos escenarios se están definiendo importantes variables del mundo posterior a 1991. En Ucrania existe un enfrentamiento no solo bélico sino cultural en el cual el globalismo europeo, cosmopolita, arrollador e irracional, intenta borrar los horcones de sentido del gran gigante del continente. La razón es geopolítica además porque Moscú representa el contrapeso a los planes de dominación de los globalistas sobre la población mundial, a la cual quieren hacer decrecer. Lo de Israel tiene que ver con la debilidad de los Estados Unidos y el fortalecimiento de grupos de poder irregular como los yemeníes que han colocado en crisis el precio del petróleo y son una importante fuerza de equilibrio en la región junto a otras fuerzas del llamado islam fundamentalista. Tal parece que el mundo liberal que triunfa en 1991 está en franca decadencia y que los líderes no logran articular políticas globales que de alguna forma frenen la deriva.
Trump es el retorno de la vieja escuela, pero en un mal momento. Los conceptos del neoconservadurismo (neocon) a la usanza de Reagan, de la Doctrina Monroe; pero en un mundo cada vez más multipolar donde él tendrá que jugar con que la hegemonía militar ya es compartida, donde la economía en los Estados Unidos ya es un gigante con los pies de barro pues la deuda y la fuga de capitales hacen de los servicios de la sociedad norteamericana un escenario de fragilidad que puede ser afectado por cualquier suceso. Es en ese contexto en el cual Trump quiere gobernar, pero que ya no tiene nada que ver con la nación de hace un tiempo que era capaz de sostener con ventaja su poderío. Hoy en día los líderes de Sillicon Valley no están muy por delante de China y pudiera ser que en poco tiempo sean alcanzados y sobrepasados lo cual quiere decir que la ventaja tecnológica que los globalistas pensaron que sería eterna no está tan segura. Y es que para el globalismo el nuevo mundo multipolar solo era concebible si se les daba a las naciones centrales el papel de rectoras a partir de controlar la tecnología y la industria cultural junto al dinero, o sea el poder financiero. Pero todo eso, en manos de un mercado desaforado, se ha salido de control.
Las tesis en torno a la excepcionalidad norteamericana no son ya tan pragmáticas cuando China dispone de las mayores reservas de crecimiento y hace que el resto del mundo dependa de la exportación de esos bienes. O cuando Rusia como superpotencia está ganando en territorios que eran habitualmente globalistas como las zonas de África, hoy en franca rebeldía y repensando cómo volver a construirse como entidades nacionales a partir de un tipo de relación diferente con Moscú. Y es que el desarrollismo del modelo liberal financista que se basa en el crecimiento infinito no va ya con la realidad de unas potencias occidentales que no son capaces de mantener la producción industrial a la altura de tal categoría. Ni siquiera han podido surtir a Ucrania con un parque de armamentos que pueda frenar a los rusos y si la guerra no ha concluido con un arrasamiento de Ucrania es porque Moscú ve más ventajoso que sea Occidente quien se rinda o busque soluciones de paz y no hablar con un gobierno pelele como el de Kiev. La guerra en Europa es peligrosa, pero si escala es una especie de fórmula final en la cual todos perecemos. En esto, pesa mucho el mal manejo de Biden que en su senilidad no percibe, al parecer, en el sitio que ha puesto esa situación.
Putin y el mundo antiglobalista están esperando a que llegue Trump a la Casa Blanca, porque entonces puede que se derive a un acuerdo de paz y bajen las tensiones. Por descabellado que parezca, el líder republicano es mucho más preferible a la locura de Biden que ha pertrechado al títere de Kiev hasta los dientes y ha llevado el mundo al borde de desaparecer. No es que Trump posea una solidez ética mayor ni un entendimiento superior de la política, sencillamente para la propuesta de poder del republicano, el globalismo y Europa no son centrales. La preocupación es si Trump hará su propia propuesta realidad o tendrá que plegarse a los globalistas del estado profundo que ya lo sacaron del juego en las elecciones anteriores ante Biden. A veces perdemos de vista que la política en los Estados Unidos es un juego de ilusionismo en el cual son las sombras detrás del escenario las que rigen el proceso.
Las elecciones no pueden resolver nada, pero son como un espejo de hasta donde el mundo va a soportar el modelo liberal financista y cuáles son las opciones que les quedan a los pueblos. El antiglobalismo es ahora mismo más una vertiente de oposición que una línea cultural articulada que esté en condiciones de ser hegemónica. Su esencia es la resistencia y no la toma del poder global. Son conatos de lucha que poseen aquí y allá determinado liderazgo siempre insuficiente ya que se da desde lo regional y se requiere de todo un sistema que sustituya la extracción y el comercio internacional tal y como los entienden los liberales financistas de occidente a partir del cálculo de valores en la bolsa y de los modelos bancarios de gestión.
El modelo globalista está emparentado con la crisis del sistema mundo del capital y el establecimiento de nuevas rutas de comercio que reconfiguran la política y les otorgan un nuevo cariz a las relaciones entre las potencias viejas y las emergentes.
El surgimiento de un nuevo sistema financiero en el cual se piense en una moneda y en determinados mecanismos de desarrollo pasa por la muerte del globalismo. Solo en la comprensión de que el mundo que surge en 1991 ya envejeció y que se está a las puertas de un mundo en el cual se tiene que contar con el poder tangible de la cultura, el conocimiento, la inteligencia artificial y las dinámicas digitales; habrá una transformación de la política. Occidente parece no enterarse, a pesar de ser el caldo de cultivo del modelo que está en su lecho de muerte.
Las elecciones en los Estados Unidos son una especie de laboratorio en el cual estamos ensayando como humanidad cuál es el mundo que queremos y cual no, pero no a partir de las opciones que nos da la clase política global; sino de las tesis que de ello se desprenden y que conforman las matrices de análisis.
El atentado a Donald Trump en Pensilvania lo torna todo más oscuro y difícil de desentrañar. Por una parte, una vez vivo tras el intento de magnicidio, el ex presidente es más fuerte para enfrentar a los demócratas con lo cual el suceso le otorga el rédito que él esperaba. Es un mártir vivo como lo llamó Elon Musk. O quizás no tanto, quizás solo es un candidato de una parte de las élites que ahora va a buscar una elección en base a las fuertes narrativas que se derivan del suceso. En cuanto a Biden, no solo era débil antes del atentado, sino que ahora con el enfoque que el Partido Demócrata le está dando al atentado se produce el espaldarazo mayor. Al decir que en los Estados Unidos las agrupaciones políticas son enemigas en lo formal pero unidas en la esencia deja entrever el poder del estado profundo y de la entidad mayor que subyace a los procesos políticos. A la vez, abre un nuevo momento para los republicanos al colocarlos como víctimas de quienes quieren barrer con la democracia liberal burguesa. Nada, que gracias a la torpeza de Biden, los que ayer llamaron a tomar el Capitolio ahora son los sacrosantos defensores de las instituciones y del orden. Pero lo que queda claro es el nivel de violencia que sobrevuela el enfrentamiento por el poder en los Estados Unidos y cómo los proyectos políticos se construyen en base a formas excluyentes y peligrosas. En esa visión de la concreción del poder popular hay que descansar todo análisis que se haga y de hecho allí está la esencia. Si todo el mundo no dependiera de las elecciones norteamericanas, el suceso no pasaría de ser un show de mala calidad en el cual se enfrentan dos de los peores candidatos de la historia. Pero sabemos todo lo que se decide allí y por desgracia tanto una como otra opción no le dejan al mundo otra salida que políticas con un alto nivel erosivo.












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