Bibliosmia

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Bibliosmia
Fecha de publicación: 
18 Junio 2024
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Imagen principal: 

Fotografía tomada de https://www.traveler.es

 

Bibliosmia aún no es una palabra aceptada por la Real Academia Española, pero cada vez se utiliza con más fuerza para definir esa experiencia olfativa que todos hemos tenido alguna vez al hojear un libro. Es muy característica, sensorial, y a muchos nos remonta a grata historia pasada.

Nunca había concientizado que este aroma debería tener un nombre, como lo tiene la tierra mojada (petricor), por ejemplo; simplemente es una sensación que está ahí, tan instintiva como respirar, asumida como lógica, normal, pero sumamente importante para la construcción de nuestras memorias.

La bibliosmia posee un efecto singular en quienes adoramos los libros en físico, porque los convierte en un artículo especial. Como tantas palabras del idioma español, es griego su origen etimológico, y tan básico su significado como juntar los términos libro y olor.

Sin embargo, bibliosmia es un concepto nuevo para mí. Lo conocí por mi mamá cuando, hace muy poco, encontré un papelito entre sus pertenencias con su significado escrito a mano. El primer impacto fue preguntarme cómo había llegado a ella, de dónde lo sacó. Pero, no importa, lo conservaba porque me conocía bibliomaníaca, y ya eso es suficiente para mí.

No sé por qué los lectores tenemos esa manía de olerlos como en busca de una conexión, pero es común. Es una práctica que me acompaña desde niña y me trae buenos momentos a la mente. Me recuerda la casa de mis padres, a mí misma allí sin más preocupaciones en la vida, leyendo, organizando mi librero; y también me devuelve a mi casa de adulta, a mis tantos estantes y al sueño truncado de hacerme una biblioteca.

Leer es un placer personal. A menos que le leamos unas líneas a otra persona, el acto de leer es íntimo. No me refiero a la lectura para aprender, aunque si esa ofrece regocijo, pues, bienvenida.

En realidad, hablo del hecho de leer porque lo deseamos; de escoger un ejemplar porque nos interesa su contenido, nos ensimisma y nos dejamos llevar por la trama sin siquiera pestañear. Esa es la lectura que prefiero, la de distraerme y olvidar que el mundo existe porque allá afuera, siempre, la vida es con dolor.

Esto es lo que llega a mi mente cuando huelo un libro, nuevo o viejo, no importa, cada uno tiene su encanto. Pienso en la posibilidad de disfrute, en la oportunidad de perderme y conocer nuevos temas. Oler uno que ya leí es experimentar un nexo distinto, un flashback; es revivir de golpe cada detalle como si los personajes de un cuento se despertaran de un letargo y me contaran en un segundo todas sus vivencias.

En la memoria guardo muchos buenos ejemplares que he tenido en mis manos, tantos, que ya no soy capaz de poder hacer una lista. Recuerdo historias que me hicieron feliz o me provocaron desasosiego, de verdad, como prueba real del poder de la imaginación. Creo que este ejercicio de nostalgia se refuerza con las notas olfativas del libro, hace que sea más agradable, nos remueve las emociones, y eso nos atrapa a los lectores.

A eso huelen, a remembranza y oportunidad, a casa familiar, nuevas aventuras, romances y conocimientos. Para mí bibliosmia significa buen augurio, preludio de todo lo bueno que está por venir, añoranza de lo que fue, de todas aquellas páginas en las que fuimos felices. Me convence, entonces, del tremendo poder de este sentido del olfato para la vida y de las implicaciones sentimentales que nos aporta.

Incluso con el alto costo de las alergias y otros males respiratorios que su polvillo provoca en mí, ese vaho dulzón, medio vainilla, con todo y la presencia de sus ácaros, microorganismos y la descomposición de sus componentes, crean un mejunje delicioso.

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