El año de Lula
especiales
Fotografía tomada de https://www.elmundo.es
Hace un año ya que Luiz Inácio Lula da Silva asumió el poder de Brasil como una nueva oportunidad de devolver bríos, y muchos retos de reparar una nación dolida, viciada, deprimida y muy afectada por el gobierno antecesor de Jair Bolsonaro, y con una carga muy pesada, quizás, para un Lula mayor que debe trabajar duro para limpiar toda esa mugre acumulada por gestiones anteriores.
Desde su promesa electoral, Lula pretendió volver a ubicar a su país en el mapa mundial como si no existiera, como si hubiera estado en pausa en el transcurso de todos estos años. Y es cierto, durante bastante tiempo de Brasil no nos llegaba nada positivo, sino informaciones de las élites, del descalabro social y las consecuencias del cambio climático; se encontraba un poco silenciado, y, ahora, intenta emerger de la nebulosa y volver a ser un gran estado, pensado para las mayorías.
Por supuesto, el desafío es inmenso. Es muy difícil administrar un país de tan grandes dimensiones, por tanto, costará un poco más lograr recomponerlo, rescatar proyectos sociales que en el pasado proveyeron a los brasileños de nuevas fuentes de empleo y educación, y crear otros que motiven a las masas. Lula debe estudiar cuáles son las necesidades más imperantes, porque, sin dudas, se trata de un panorama distinto al de ayer.
Pero ahí lo vemos dando pasos, fortaleciéndose con nuevas alianzas, recuperando un espacio internacional donde ya no era protagonista. Recordemos a Lula este año buscando restablecer la confianza ante el bloque económico del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), o en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y el Grupo de los Veinte, el principal organismo económico-financiero del mundo gracias a la participación de las potencias más poderosas; también destacó la importancia del grupo BRICS y remarcó la creación de una moneda común como alternativa al dólar estadounidense.
Incluso los grandes medios tienen que reconocer que la situación financiera de Brasil es otra, y esto se evidencia no solo porque subió el salario mínimo, por ejemplo, sino en las capacidades demostradas en esferas como la agropecuaria, en el control de la inflación hasta ubicarla en la más baja desde 2019, la disminución del desempleo y de las tasas de interés.
Lula trabaja duro para levantar la economía nacional y doméstica, por la unión de sus connacionales, por restaurar un estado social inclusivo, y reducir los índices de inseguridad. Procura desterrar palabras tan fuertes como el hambre y la miseria con políticas diseñadas no solo para identificar las deficiencias sino para catalogarlas y ofrecerles respuesta, casi, personalizada, pero es un proceso arduo, lento.
Además, todo eso mientras propone justicia por los daños políticos, e, incluso, medioambientales al atenuar la deforestación y la minería ilegal en la Amazonía. Lula se esfuerza por darle voz a quienes lo precisan con especial atención en sectores primordiales como la educación, la salud, la vivienda; y se empeña en aprovechar el enorme potencial de un país rico en recursos y con una diversidad envidiable que pudieran hacer de Brasil el territorio de mayor progreso en Suramérica.
Continúa siendo una nación polarizada, con una fuerte campaña política en su contra, pero cuenta con respaldo popular. No obstante, este es un escenario habitual, ningún presidente del mundo cuenta con apoyo absoluto —sobre todo el que tenga tendencia a la izquierda— y aprende a lidiar con la oposición y su pujanza en contra de cada acción que haga, además de la presión desde afuera, que también es fundamental.
Después de un inicio convulso por el intento de golpe de Estado por simpatizantes de Bolsonaro, el gobierno de Lula muestra avances económicos, sociales, y apuesta por una activa agenda de política exterior que ya ofrece sus frutos, poco a poco, en contraste con mandatos precedentes.
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