Los Juegos Panamericanos y la memoria de los ausentes... (I)
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Foto: Panam Sports
En septiembre pasado se cumplieron 50 años del golpe militar en este país, que derrocó el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, instauró la dictadura de Augusto Pinochet y cambió para siempre la vida de los chilenos.
La historia está manchada de sangre y sufrimiento, de asesinatos, torturas, desapariciones, traiciones, cinismo, mucho cinismo.
La sociedad chilena lleva tatuados aquellos hechos de una manera indescriptible, ya bien por el dolor que emana de las ausencias y las cicatrices en la piel y el corazón, ya bien por el temor a que se repita, ya bien por el deseo o la conveniencia de olvidar y hasta reescribir lo sucedido.
Para quienes arriban de visita a este país resulta imposible obviar ese recuerdo, sobre todo si se camina ante La Moneda o se atraviesan cada día las inmensas áreas del Estadio Nacional de Chile.
Aunque pesen mucho las historias deportivas, sobre todo la inolvidable Copa Mundial de la Fifa de 1962 y varias victorias de La Roja de América, los pensamientos no dejan de representarse un templo, un gigante monumento que nos recuerda hasta qué punto pueden llegar la maldad humana, el rencor y los extremismos.
Ahora, pintado su exterior todo de blanco, emite un intencional mensaje de paz, limpieza, pulcritud e ingenuidad. Así lo han querido los chilenos para continuar saneando los horrores vividos allí a partir del 11 de septiembre de 1973, cuando miles de personas fueron hacinadas por ser comunistas o parecerlo, por leer a Marx, al Che o a Fidel Castro, por creer en Allende y odiar a militares formados en el ideario nazi, claramente.
Los XIX Juegos Panamericanos tienen como epicentro a esta manzana gigante que guarda en lugar privilegiado al gran Estadio. Hace 50 años la zona era muy diferente, pues donde hoy se levantan varias nuevas instalaciones (polideportivos, canchas de hochey y tenis, etc…) predominaban canchas auxiliares de fútbol divididas por caminos de arcilla…
Sí existían, por supuesto, lo que hoy se conocen como sitios de memoria, pues allí quedó grabada para siempre la huella del golpe… Allí permanecen los camerinos, las escotillas, el segmento de graderío intocable, el velódromo con su caracola sur y el túnel, así como el acceso desde la avenida Pedro de Valdivia, por donde entraban los camiones y buses cargados de detenidos, ya bien vivos, heridos o muertos.
Esos sitios y otros erigidos para resguardar la memoria de los recluidos, una cifra entre 7 mil y 20 mil, forman parte del variopinto ambiente y la estética de estos Juegos… Y bien que sea así. Donde hoy predominan la alegría, la esperanza y el poderoso mensaje social del deporte, ayer funcionó un camposanto, incluso.
Ahí están los relatos de quienes vieron cadáveres apilados a un lado en una de las entradas al graderío, de quienes escucharon los gemidos de dolor ante culatazos y torturas, de quienes vivieron la experiencia de un falso fusilamiento para que hablaran hasta de lo que no sabían… De quienes subieron varias veces al edificio de la marquesina para ser interrogados, y peor, de quienes visitaron una o varias veces la caracola del velódromo, donde las preguntas eran mucho menos civilizadas.
Hoy, durante los Juegos Panamericanos, recorrer el Estadio Nacional ofrece en definitiva una perspectiva diferente… Competencias, venta de souvenires y alimentos, áreas de interación para niños y adultos, feria para las artes, sets de televisión, inmensas y modernas instalaciones, publicidad, música...
Por las plazas caminan familias enteras, atletas, periodistas, aficionados, visitantes… Son mayoría. Carabineros de Chile posee una carpa en que muestra sus símbolos. Oficiales vestidos de gala posan para fotos. Dos damas espléndidas parecieran hacer posta, pero no llevan fusiles, no miran amenazantes, no dan culatazos. Apenas sonríen y saludan. En algún lugar varios soldados andan en esbeltos caballos. La gente acaricia sus crines. No embisten.
También están otros altos en el camino… Están los sitios de memoria y está un inmenso mural a partes creado por Mon Laferté y Alejandro “Mono” González. Va por muros al sur, al norte, al este, al oeste, se eleva en un vetusto tanque para agua. Narra momentos de dolor, desesperanza, búsqueda, pérdida… Habla de mujeres, niños y padres. Por ahí también caminamos en estos días…
Cerca de la entrada principal del Estadio, por la avenida Grecia, donde se agolpaban los familiares para tratar de ver a sus detenidos, hay una carpa blanca que muestra fotos del holocausto chileno y una pieza escultórica denominada Los espejuelos de Allende. Nos recuerda su vida apagada en La Moneda. Cada día, en cuatro ocasiones, salen visitas guiadas a los sitios de memoria.
Allí, y en varios lugares, puede leerse el mensaje más estremecedor de todos: «Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro». Esa idea es una alerta necesaria, de ahí que por convicción no pudo omitirse tampoco en la ceremonia inaugural, aunque veladamente…
Por la escotilla ocho entró el fuego al recinto, bajó a la grama entre los bancos y escalones del palco intocable. En un alto, cuando se iluminó la sentencia, se iluminó Chile y todos los pueblos de América. Se iluminó la memoria.
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