Fascismo no tan corriente
especiales
Miembros del Movimiento Nacional Socialista, una de las agrupaciones neonazis más extendidas en Estados Unidos, uno de los pocos lugares del mundo donde ser abiertamente neonazi está amparado por la Constitución. Foto tomada de BBC
De la gélida nación simbolizada en las hojas de arce llegaron aires nada agradables con el reiterado reconocimiento a un veterano ucraniano nazi nada menos que en el Parlamento y con la aquiescencia de un primer ministro joven que se disculpó, pero aplaudió.
Así, el Canadá oficial, por obra y gracia de congraciarse con el régimen de Kiev y un grupo de familias nazis residentes, hizo inmerecidos elogios que siempre debían haber sido hechos a personas de esa nacionalidad, como el médico internacionalista, antimperialista y antifascista Norman Bethune.
Desde hace mucho he escrito sobre Bethune (Granma, Habana Radio y este portal), alentado por mí ya fallecido amigo y colega Jean-Guy Allard, también canadiense, acerca de cómo salvó la vida de centenares de personas durante la Guerra Civil Española, para años después fallecer por la infección de una herida leve que no se atendió, cuando realizaba también labores solidarias a favor de la China guiada por Mao Tse-tung (Zedong) contra los ocupantes japoneses.
“España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre las cosas que he visto…”. Abandonaría España con esa herida emocional, incurable, que le dejó ser testigo de la Desbandá, la apresurada huida de Málaga a Almería durante los primeros días de febrero de 1937 de unas 150 000 personas bajo el fuego constante de la aviación y los navíos fascistas.
El testimonio de este médico canadiense, plasmado en su crónica El crimen de la carretera de Málaga junto a las 26 fotografías que tomó su colaborador Hazen Sise, fue crucial para rescatar del olvido ese negro episodio de la guerra civil. Movido por un profundo sentimiento de solidaridad, Bethune se dedicó en cuerpo y alma a salvar las vidas de los más desvalidos.
Tras la experiencia española, aceptaría el encargo de Mao Zedong para organizar la sanidad del Ejército Rojo en el norte de China, donde se libraba una guerra contra el invasor japonés. Sin apenas ayuda, realizaba varias operaciones quirúrgicas cada día, convencido hasta su último aliento de la función social de la medicina. Morirá de septicemia, a pie de trinchera, en noviembre de 1939, a los 49 años de edad.
USA SUPERA A EUROPA
Es una batalla que el que más gana, más pierde. Siempre se ha creído que el fascismo esta más extendido en Europa que en Estados Unidos, pero no es así, y desde Washington se manejan los hilos para que la agresiva Organización del Tratado del Atlántico Norte haga todo lo que el establishment norteamericano desee, como ese cerco militar en la frontera occidental rusa que provocó la respuesta de Moscú a los neonazis que controlan Kiev.
El fascismo en EE.UU. no se esconde, sino se muestra
en una negativa ecuación que concatena racismo, supremacismo, odio visceral y violencia legalizada que ahoga al pueblo norteamericano.
Desde el desdén acerca de los millones de víctimas mortales causadas por el nazismo, incluidas las millonarias del Holocausto, hasta las matanzas inverosímiles que causan víctimas de todas las edades, se encuentra el stock de la vergüenza estadounidense, ese contenido del American Way of Life que tanto buscan miles de infelices víctimas de las desigualdades.
De una manera u otra lo anterior coadyuva a que ya no se pueda enseñar el fascismo como un episodio pasado, sino como un peligro presente.
De ahí que algunos se preguntan si ya llegó, o está vigente o todo lo controla el fascismo en Estados Unidos.
Pienso que de manera oblicua en lo interno y más abierta en lo externo, el establishment lo ha acuñado conscientemente para someter aún más al pueblo.
En “El fascismo en Estados Unidos: pasado y presente”, un libro editado por Gavriel Rosenfeld y Janet Ward, dos destacados historiadores del Holocausto, que se publicó en septiembre pasado, combinan ensayos que abordan cuestiones urgentes sobre el presente político –específicamente, si cabe caracterizar al trumpismo como una forma de fascismo– con capítulos sobre movimientos históricos de índole fascista en Estados Unidos, desde el KKK y los vigilantes de Oregón hasta America First.
Ambos historiadores coinciden: “Ya no podemos enseñar el fascismo como un episodio pasado, sino como un peligro presente”
Y es que se solía suponer que la gente se volvería más tolerante porque aprendía su historia o visitaba lugares históricos donde se perpetraron atrocidades. Pero cuando una extrema derecha globalizada está trabajando con gran éxito para construir una forma alternativa de ver esos lugares y la evidencia que representan, esto ya no puede darse por sentado.
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