Cuba: ¿Hacia dónde vamos? (Parte 1 de 3)
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Fotografía tomada de la cuenta de Facebook Fotos de La Habana
Me pregunto en qué momento dejaron de importarnos las personas, ¿cuándo perdimos esos valores de sensibilidad, el ser educado, amable, empático, solidario? La transición de la pérdida de virtudes, de los afectos, fue sin anestesia, y si hoy comparamos la sociedad cubana del año 2023 con la de 1990, podemos advertir que ya somos muy distintos. La desidia se distingue, la encontramos en todas partes, tanto en el vecindario, las instituciones, los negocios privados, los servicios estatales.
Hablo de este periodo porque es el que me tocó vivir. Seguramente mis abuelitos creerían que en los años 90 ya estábamos muy mal y que en 1970 otro era el asunto, porque, claro, las normas y los modos también cambian, evolucionan, pero ahora veo cómo todo retrocede vertiginosamente.
Sin embargo, solo tengo mi experiencia. Hace 30 años la sociedad cubana parecía también estar al límite porque vivíamos penurias, fue una época de mucha dificultad, de baja producción, de migración, asedio desde afuera, aislamiento y nada de ayuda. Pero no recuerdo tanto suceso negativo como ahora, y en ese entonces también iba a escuela, hospital, andaba por la calle, y vivía en comunidad, es decir, puedo comparar.
El pueblo no estaba especialmente feliz porque a duras penas se alimentaba y por tanto casi todos estaban muy delgados aunque su constitución fuera distinta. Era común que vistiéramos con ropas hechas en casa, los zapatos —a menudo un solo par— eran para todo y nuestros padres nos los remendaban para que aguantaran tanto caminar por la falta de guaguas porque lo importante era llevarlos limpios y que nos protegieran los pies. Y el sol era igual de cruel en verano, y los apagones de electricidad fueron muy agotadores. También enfrentábamos dificultades con el acceso a medicinas e insumos, y similares fueron todos esos males que hoy achacan a que seamos como somos.
O sea, las condiciones sociales y económicas no eran mejores que en este momento. ¡Ah, pero eran otros tiempos! ¿O éramos otras personas? ¿Cuándo nos endurecimos tanto que nos hicimos de piedra?
Y hablo de tales circunstancias de vida porque por lo general los que saben, y los que no, creemos que en parte la economía modifica al ser humano, y las condiciones de entonces no fueron privilegiadas, cada familia vivió necesidad y quedó marcada para siempre por resistir lo peor hasta ese momento. Por eso no entiendo cómo antes nos mostramos —creo— mejores en cuanto a sentimientos.
Recuerdo que de camino por la calle los desconocidos saludaban y preguntaban cómo está como si de verdad les importara, se decía con permiso, por favor, disculpa, gracias; y si el vecino inventaba alguna receta con la famosa pasta de oca, nos daba a probar orgulloso de lograr darle forma a aquella masa amorfa. La solidaridad siempre me llamó la atención, y funcionaba así, al menos a mi alrededor, e intuyo que de igual forma con los demás, aunque siempre hay sus ovejas negras porque en aquellos, en los de antes, en estos tiempos, y en el futuro, siempre hubo, hay y habrá individuos roñosos, de malas entrañas, mal educados, bandidos, de todo. Mi percepción es que no estuvo tan masificado. Habría que hacer un estudio multidisciplinario para llegar a conclusiones científicas al respecto.
Fotografía del fotógrafo Roberto Suárez tomada de su cuenta en Facebook Cuba en Fotos
Guardo en mi memoria con mucha nostalgia a Lili, auxiliar pedagógica de mi escuela primaria Augusto Olivares, que me llevaba a su casa y me ofrecía lo poco que tenía, un refresco, papeles y lápices para dibujar, o la televisión en blanco y negro para ver los muñequitos hasta que llegaran mis padres a las mil y quinientas porque trabajaban demasiado y lejos; o al profesor de ajedrez, Andy, cuando estando yo en segundo grado me acunó por perder los 20 centavos de las MTT y pagó por mí con tremenda dulzura solo por calmar mi frustración ahogada en llanto de extraviar la moneda. En ambos casos me refiero no tanto al episodio de ternura sino a que sin tener compromiso no se quedaron solamente en la palmada en la cabeza para dar aliento, sino que se involucraron, simpatía mediante. ¿Será que antaño teníamos más tiempo para el cariño social? —por llamarle de algún modo a ese comportamiento raro de sentir y actuar con empatía, de acompañar o hacer el bien sin mirar a quién.
También analizo que no tuve un solo maestro que gritara groserías para imponer respeto, no a mí que era un pan, tampoco a los intranquilos Eugenio y Raúl. Aparentemente educar obedecía entonces a un concepto más integral. Tampoco recuerdo un solo momento de bullyng, dicho por una cuatro ojos con motonetas y acné, niña mimada con ligas en las piernas hasta la cintura, casi ermitaña y apática social, con todas las injustificables características para la burla; pero también había gente alta, gorda, flaca, negra, mulata, albina, con dientes grandes, nariz ganchuda, es decir, un mundo tan diverso como lo es hoy, y los niños no parecían prestar atención a esas superficialidades. Otra es la historia actualmente, y ¿a qué debe responder? Digo yo que a la educación, a los patrones impuestos, a la repetición de conductas.
Comprendo que en la casa, en la escuela, e incluso en la calle con los transeúntes, recibíamos otros contenidos en forma de valores que nos hizo aprender cómo proceder según el contexto, cómo responder un saludo cortésmente, cuándo hacer silencio, de qué manera hacer el bien ayudando a los demás, cómo ser generosos, no abusar de las otras personas ni con choteo ni con actos. Condenábamos lo mal hecho, castigábamos el egoísmo, premiábamos lo positivo.
No tengo solución para aportar. Muchas veces he conversado con otros y me he preguntado de qué modo podemos recuperar el ser bueno, pero no lo sé.
Mientras vamos en espiral hacia el abismo de los valores, siento que estamos en un círculo vicioso difícil de evadir. Escapar de la miseria siempre me ha resultado en extremo complejo, sobre todo cuando tantos factores están incluidos, pues la educación de la bondad se nutre entre todos. Por tanto, sin el ejemplo de nuestros semejantes será casi imposible que emulemos costumbres, y luego el desgaste también aporta que no cumplamos lo interiorizado, que deje de importarnos ser bien portado y tenderle la mano al prójimo.
Me preocupa qué será de las próximas generaciones si cada día somos menos agradecidos y recíprocos, ¿qué le heredaremos a los demás, qué sociedad sórdida hemos creado desde la pereza y el conformismo?
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Carlos de New York City
alexander
carlosvaradero
Carlos de New York City
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