El asalto al Moncada y la grandeza de una generación
especiales
Los asaltos a los cuarteles Moncada, Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, Bayamo, el 26 de julio de 1953 están entre los hechos más significativos de la historiografía cubana del pasado siglo.
Su importancia no solo radica en el hecho de que marcó el inicio de una nueva etapa de lucha armada contra los gobiernos corruptos y manipulados desde la Casa Blanca, sino que demostró la existencia de una generación que estaba dispuesta a todo por alcanzar los ideales de Martí, Mella, Villena y los generales de la guerra del 68 y del 95.
¿Quiénes eran? Comandados por el líder de la revolución cubana, Fidel Castro, procedían de las capas más humildes. Trabajadores, estudiantes, obreros, en su mayoría cansados de los continuos desmanes de los gobiernos que Cuba había tenido desde 1902.
¿Qué sucedía en la Cuba de los años 50? El pueblo estaba cansado de un Estado que no resolvía los males que aquejaban a la sociedad cubana. El sistema de educación y de salud era deficiente y la gran mayoría del campesinado cubano era analfabeto o semi-analfabeto, mientras la desnutrición y el parasitismo era común en la población infantil. Nada parecía que iba a cambiar con el golpe de estado de Fulgencio Batista del 10 de marzo de 1952, que truncó las esperanzas de que el Partido Ortodoxo ganara las elecciones de ese año.
A pesar de que existía un fuerte sentimiento antibatistiano en la sociedad cubana, ésta estaba inmovilizada, quieta, como resignada a la suerte que le había tocado. Se necesitaba una acción que hiciera despertar a la población.
Ante esa realidad, Fidel comienza a reunir a jóvenes que estaban dispuesto a reivindicar las ideas de José Martí, justo en el año en que se cumplía el centenario del nacimiento del Apóstol. Se afirma que ya para principios de 1953 el movimiento contaba con el reclutamiento de alrededor de 1 200 jóvenes. Todos entrenados bajo las propias narices del dictador Fulgencio Batista.
Las anécdotas contadas por el líder de la Revolución hablan del sacrificio de muchos de los que participaron y murieron en los hechos del 26 de julio. Algunos vendieron los muebles de su casa, el puesto de trabajo, otro liquidó los aparatos de su estudio fotográfico con los que se ganaba la vida; otro más empeñó su sueldo de varios meses, aquel vendió su laboratotio de productos framacéuticos. Así fue como poco a poco se logró reunir el dinero necesario para la compra de armas, el alquiler de los carros y los uniformes de sargentos que se utilizarían en la acción.
La fecha escogida para el asalto fue el 26 de julio y el lugar, Santiago de Cuba. La idea era tomar por sorpresa el cuartel Guillermón Moncada, la segunda fortaleza militar de la isla, que tenía alrededor de mil soldados y más de tres mil armas, que serían entregadas al pueblo santiaguero. Fidel estaba convencido que una vez alcanzado el objetivo, muchos se unirían.
Otro de los factores que influyó en la decisión de tomar el Moncada, fue que la ciudad celebraba en esos días sus tradicionales carnavales. Nada haría sospechar la presencia y el trasiego de jóvenes de otras provincias.
El plan de ataque se había preparado bajo un meticuloso silencio. Solo los jefes al mando sabían con exactitud el objetivo final. Reunidos en la Granjita Siboney, a escasos kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba, en la madrugada del 26 de julio, Fidel explicó al resto de la tropa cual sería el objetivo final. Sin perturbarse y con el paso al frente, 120 jóvenes partieron convencidos que esa noche serían héroes o mártires. La suerte estaba echada y no había marcha atrás.
Junto al asalto al Moncada, Fidel había dado la orden de tomar el cuartel Carlos Manuel de Céspedes en la ciudad de Bayamo con el objetivo de prevenir el contraataque que pudiera producirse por carretera.
Por errores, producidos por la propia inexperiencia militar de aquellos jóvenes, no se logró el objetivo final. Sin embargo, historiadores y expertos militares señalan que el plan de Fidel y su aguerrida tropa era casi perfecto, y que de haberlo logrado hubiera puesto en jaque al gobierno de Batista desde aquel temprano 26 de julio de 1953.
Algunos murieron en el asalto, y la gran mayoría fue capturada y cruelmente torturada hasta la muerte. Entre ellos estaba Abel Santamaría, segundo jefe al mando. Testimonios de ex militares y de sus propios compañeros hablan de la valentía de este joven revolucionario que prefirió morir y perder sus dos ojos antes de delatar a sus compañeros. También estuvieron Melba Hernández y Haydée Santamaría, quienes a pesar de su condición de mujer fueron torturadas psíquica y físicamente.
Por la gran presión que ejerció el pueblo santiaguero, que se movilizó en solidaridad con los asaltantes al Moncada, Batista no tuvo más remedio que detener la orden que había dado de asesinar a diez por cada soldado muerto durante el ataque y bajar el tono de las torturas.
Aquellos jóvenes con su actitud habían dado un ejemplo de clara valentía, de firmeza de principios y sobre todo habían demostrado que eran dignos herederos de Martí, Maceo, Agramonte, Céspedes, Gómez. Con su determinación marcaron el camino inrrenunciable de la lucha como único modo de alcanzar la verdadera independencia nacional y justicia social que se logró tras el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.
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