Disfruten estos cuentos
especiales
Al impulso de unas palabras del actor Errol Flynn citadas en un programa de televisión: «No es lo que hablan de mí, sino lo que susurran…», un vecino vino a contarme algo que le pasó. He aquí, más o menos, como lo vivió y me lo dijo:
Yo andaba alegre con el galardón que me habían otorgado, cuando me cayó encima un cubo de agua fría y hasta sentí que me dieron con el cubo en la chola. En mi trabajo me habían comido a felicitaciones y abrazos; me pusieron en las nubes... Del acto grande al sencillo estaba más a gusto a lo cortico, con mis socios y mis socias. Oye, Orlando metió tremenda trova y me cambió el nombre por el de Perfecto.
La dicha me rodeaba. Hasta que, a la mañana siguiente, Marlene me aguó la fiesta con una triste verdad. Resulta que el del discursito no estaba de acuerdo del todo con mi premio. Ella lo pilló cuando se lo estaba chamullando a un amigote y, entre las opiniones escuchadas, hubo algo así: «Es bueno, pero no es para tanto. Aquí los hay igualitos o mejores».
Ella esperó el momento y, a solas, sonó al cogido fuera de base. El mentiroso trató de explicar entre disculpas lo que no tenía explicación. Yo estaba por ir a buscarlo y pedirle cuenta ocurriera lo que ocurriera.
Marlene me quitó la idea: «Tranquilo, Mota… Él sabe que te lo iba a decir y vendrá a ti para aclarar la situación; tratará de dar a entender que es un equívoco, que él es incapaz… Llévalo suave, sin darle vuelo al asunto. Lo importante es que ya conoces quién es. Allá él con su problema y la envidia que lo devora». Le hice caso y comprendí que hay personas con dos caras y debemos cuidarnos de ellas. Pueden dañarnos mucho más aún.
Aproveché el clima de la conversación para contarle algo que tengo atravesado desde hace bastante tiempo. Lo quería soltar sin dar lugar ni nombres reales. Ahora lo comparto con ustedes. Albergado en una escuela política, en los viajes a provincias o al extranjero, llevaba un montón de ropa; como soy regado, la dejaba por ahí, olvidaba recogerla. Así perdí unas cuantas. No le daba trascendencia, aunque eché de menos un pulóver azul claro con botones dorados cerca del cuello, diseñado especialmente por mi mamá. Un día lo encontré. Voy para allá, no se apuren.
Un condiscípulo mío había coincidido conmigo en varios de esos recorridos y concentraciones. Aunque residía en otra ciudad, no faltó a la presentación de mi primer libro. Y en cuanto terminé de dedicarle el volumen que le obsequié, me fijé en que ¡llevaba puesto mi pulóver preferido…! Incapaz de decirle algo sobre el hecho, no pude evitar clavarle la mirada a esa prenda de vestir, subir hacia sus ojos, volver a mi pulóver...
Al ver enrojecer su rostro, generalmente de un blanco pálido, pensé: ¿Se habrá dado cuenta? Me agradeció el regalo, marchó rápido sin darme el número de su teléfono y dirección, como habíamos quedado, y nunca más he sabido de él. Ante este caso, digo como Silvio Rodríguez: «Si alguien que me escucha se viera retratado / ¡sépase que se hace con ese destino...!»
El tercer texto lo concebí especialmente para ustedes. Espero que mi vecino también lo disfrute. Lo acabo de escribir, a pocos días de la deserción de un individuo que iba por la vida disfrazado con palabras y gestos altisonantes, muy bien estudiados, sin trasladarlos casi nunca a la realidad. Si alguna vez lo realizó, fue por conveniencia. En esta especie abundan los sí, sí, ¡sí…!
Tenía talento, sin ser extraordinario. Aparte; aunque sea un sabio, ¿de qué valen la cultura y la inteligencia, si se encadenan a la maldad? José Martí manifestó que el talento usado alejado de la virtud debía ser quemado con hierro candente en el fondo de una cueva. Ahora el tipejo, sin patria, pero con amo, desbarra de su país desde territorio enemigo y ataca a lo que antes exaltó, sean personas o labores, con loas, muchas de ellas exageradas e incluso ridículas.
No se equivocó el poeta Alfonso de Lamartine al plantear: «La revolución debe siempre cuidarse de los hombres aduladores. Ellos son los verdaderamente peligrosos». El Che desenmascara al «...tremendo guatacón o el vago que se las ingenia, que anda dando vueltas para no hacer una cosa concreta, es muy fácil saberlo... Cuando se está en una fábrica, ustedes saben cuál es el muchacho inteligente, verdaderamente interesado, despierto en todas las cosas, y cuál es el guatacón, cuál es el arribista y cuál es el vago» (página 462 de Apuntes críticos a la Economía Política).
Debemos tener presente lo expresado por Thomas Mann en su noveleta Las cabezas trocadas: «…todos los seres tienen dos existencias: una para sí mismos y otra para los ojos de los demás. Son y están a la vista; son alma e imagen, y siempre es pecaminoso dejarse impresionar tan solo por la imagen y no preocuparse por su alma».
- Añadir nuevo comentario
- 1675 lecturas
Comentarios
Carlos de New York City
Añadir nuevo comentario