Te doy mis ojos
especiales
Por Justo Planas
Te doy mis ojos es una película calculada para ser perfecta. Los juicios respecto a la violencia contra la mujer suelen llevar una dosis de agónico reclamo. Las películas que incorporan el tema, más si las dirige una mujer (que por razones lógicas observa el conflicto desde un ángulo más personal) como en este caso, suelen convertirse en denuncia, y en ocasiones hasta en ciegos ataques.
Este filme de Icíar Bollaín, sin embargo, terminamos asociándolo con el adjetivo científico (algo de pedagógico sí tiene), y en ciertas escenas parece asumir la distancia periodística de un reportaje. Pero Te doy mis ojos va más allá, estudia las relaciones de pareja situando su mayor interés en una familia disfuncional, con un esposo violento, una mujer sumisa y su hijo. Desde este punto de referencia muestra otras cosas, mujeres fuertes, dominantes, independientes... explica por voz de un personaje cómo toleraban la violencia doméstica esposas de otra época.
Te doy mis ojos sigue más allá. Se desplaza al otro polo, al agresor, comprende al victimario como víctima de sí mismo. Lo escucha, debate con él. Es valuable que Bollaín no le niegue al protagonista masculino el deseo de redimirse, de reconocer sus esfuerzos y de hacernos ver que ama. Tampoco esconde la parte de responsabilidad que siempre tiene la agredida consigo misma, sobre todo al comienzo. Describe con distancia y sobriedad la filosofía de vida que tienen estos matrimonios y sus inconsistencias. Por ratos este filme semeja un discurso cartesiano, que con sus porqués y por tanto nos lleva sencilla y lógicamente a la conclusión que desea.
Escuchamos el testimonio de otros hombres violentos, sus historias, y muy importante sus ideas de lo que es la vida en pareja, qué es normal y qué esperan recibir.
La película cava aún más hondo. Su directora prueba que además de la útil información que ofrece, Te doy mis ojos lleva una carga sustanciosa de sensibilidad cinematográfica.
La fotografía describe la situación psicológica de la protagonista, al comienzo con planos en penumbra, muy contrastados. Y a medida que esos ojos de mujer van intuyendo el camino hacia su plenitud, las imágenes se hacen más luminosas.
La decoración de interiores es, quizás, menos proactiva con la intención del filme; sin embargo, la selección preciosista de los objetos que aparecen en el cuadro y su orden, pudo convertir una cosa de clase media en un espacio visualmente impactante.
Con las lecciones de arte que nos ofrece la protagonista, Te doy mis ojos amplía sus márgenes, araña la esencia del ser humano, su necesidad de otro, de ser dos, los miedos que esto implica.
La actriz, Laia Marull convierte su silencio en un arte de mímica, trabaja con la fragilidad de su voz, la timidez del personaje. Aprovecha cada parlamento para evidenciar el estado psicológico de esta mujer.
En sus conferencias, incluso, no niega que la protagonista es retraída, pero muestra cómo la cáscara de pasividad que llevaba se va quebrando a medida que aprende por medio de los grandes pintores y los mitos clásicos, las hondas raíces del temor, el dolor milenario de la hembra y su fuerza también milenaria.
Son el conocimiento y la comunicación los que la ayudan a encontrar una solución; primero a encontrarse a sí misma, a quererse a sí misma, después una salida definitiva.
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