Rejuvenece la Inmaculada (+ FOTOS)
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Una pieza de arte sacro de nivel excepcional está siendo restaurada por estos días en una antigua aula del otrora Seminario San Carlos y San Ambrosio, hoy Centro Cultural Padre Félix Varela. La obra es una talla en madera policromada, revestida en oro y plata, que representa a la Inmaculada Concepción: el alma pura de María, alzada dulcemente por la luna menguante, sobre un orbe custodiado de querubines, abate con su pie al monstruo maligno. La sierpe lleva en las fauces la manzana del pecado.
Las labores están en manos de dos jóvenes artistas, enamorados de la restauración. Yamila Rodríguez Roben es graduada de San Alejandro y cursa el primer año de restauración en el Instituto Superior de Arte. Junto a ella, Inelis Abad Carrillo, conservador, ha pasado varios cursos en el CENCREM, y opina que el estudio profundo y constante, y la consulta con los especialistas más experimentados es algo imprescindible cuando se realiza un trabajo de esta envergadura.
La representación barroca de la madre mítica está compuesta por varias piezas de madera ensambladas, recubiertas por un estuco (que en su restauración se ha logrado reproducir con carbonato de calcio y una cola realizada con cartílago de conejo). Todo está policromado, pintado con diferentes técnicas, con zonas cubiertas con pan de oro y pan de plata, veladas por corladuras. Mide aproximadamente 2.20 metros de alto (2.30, colocada la aureola), 75 cm de ancho y 56 cm de profundidad.
Esta es la imagen que debe presidir el altar mayor de la Iglesia Catedral de La Habana, templo dedicado a la Inmaculada Concepción. Cuando en 1997, ante la visita a Cuba de Juan Pablo II, la escultura fue removida, se hizo evidente el estado de deterioro en que se encontraba. Al estar emplazada en un lugar elevado, las altas temperaturas reblandecieron la amalgama de resinas de dammar y cera de abejas que, como capa de protección, cubría la figura. Al calor se sumó el polvo, el humo de los cirios, y el salitre de la bahía cercana; sobre la virgen se fue creando una corteza porosa de suciedad que actúo negativamente sobre las capas de pinturas, las aplicaciones y la madera. En ella se establecieron colonias de microorganismos, que se alimentaron de la materia, y cuyos desechos atraían a otros animales.
Además, por desconocimiento, durante muchos años la escultura fue limpiada con aceite linaza. Como esta sustancia es amarilla, fue enturbiando la imagen. El manto azul se fue tornando verde olivo, y así permaneció tanto tiempo que ya nadie la recordaba de otro color.
En ese estado precario recibieron la imagen los restauradores, quienes estaban vinculados desde hacía un tiempo con trabajos artísticos y de conservación de la Catedral. El reto de restablecer la salud de la figura se dificultó con la falta de recursos, pues los productos, herramientas, y algunos procesos necesarios para estas labores tienen precios altos en el mercado internacional.
Pero Inelis apunta cómo en nuestro país el nivel de instrucción y la inventiva pueden salvar las carencias. Y cuando habla de instrucción se refiere a los conocimientos suficientes de química, de física y biología, que permitan conocer las especificidades de las sustancias, qué componentes pueden ser sustituidos por otros atendiendo su composición...
Además debe existir un dominio de cada una de las técnicas artísticas que se empleaban en siglos anteriores en obras de estas características, su historia y alternativas. Por ejemplo, para sustituir los aceites espesados que originalmente se usaban en las corladuras, luego de una investigación histórica, los restauradores han elaborado artesanalmente un barniz claro logrado con resinas de dammar trituradas y aguarrás.
De manera sucinta, los restauradores refieren las etapas del proceso. Lo primero que hicieron fue realizar la historiografía de la pieza. Investigaron sobre la posible fecha, el posible autor, realizaron un estudio iconográfico para dominar las características específicas de esta representación de María, los elementos que la conforman en todos sus detalles, los colores específicos del símbolo.
Luego del estudio –y analizando las características de la pieza escultórica – ubicaron el período de su realización aproximadamente a partir de la segunda mitad del siglo XVII. En este siglo se comienza aplicar el pan de estaño en las imágenes religiosas. En el análisis científico a la que fue sometida la Inmaculada de la Catedral habanera salió a relucir el pan de estaño (en esa época, un polvillo aplicado sobre el estuco) que ubica su realización a partir del siglo XVII y casi todo el XVIII, durante el resto del período barroco. Su autor es desconocido, aunque por las técnicas y las pinturas originales, se calcula que sea de la escuela sevillana.
El local en el que se iba a realizar el proceso de restauración fue acondicionado. Como la escultura no es una sola pieza de madera, sino varias ensambladas, fue construida una plataforma sobre ruedas que permite moverla sin que las vibraciones de la traslación afecten la imagen.
Luego se tomaron muestras de todas las capas que conforman la figura para someterlas al análisis físico químico. Como medida preventiva, inyectaron un fungicida a la pieza para eliminar las posibles colonias de microorganismos que con el tiempo se establecieron en ella. Seguidamente, fue envuelta por completo y puesta en cuarentena para que los gases del fungicida actuaran sobre ella con eficacia.
Durante la cuarentena, los restauradores recibieron los resultados del análisis físico químico y así tuvieron una idea más clara del verdadero estado de conservación de la pieza.
Como la figura estaba craquelada, cuarteada, antes de realizar algún tipo de acción de limpieza en ella, los restauradores debieron fijar todos sus elementos. Cubrieron con papel japonés y cola de conejo toda su superficie, y consolidaron con una resina elástica la unidad de todas las piezas que la componen.
El papel japonés fue asentado con una espátula sobre la superficie y así se fijaron todas las capas craqueladas, la pintura despegada. Luego de un tiempo, el papel fue removido lentamente con un hisopo mojado en agua tibia, hasta ser retirado por completo. Así la pieza quedó asegurada en todos sus componentes, lista para ser sometida a la limpieza sin que se perdieran capas de pintura o algún fragmento.
Seguidamente, fueron contabilizados los faltantes (el brazo con lanza de un querubín, la garra del monstruo, los dedos de la mano de la virgen, partes de la base), y comenzaron a tallarse en madera de cedro, envejecida.
Mientras Inelis construía los faltantes, Yamila fue limpiando la pieza, de arriba hacia abajo, tratando de liberarla de las capas sólidas de polvo. Si, por momentos, la técnica inicial no funcionaba, entonces se aplicaba otro método. Se trató que la inclusión de la química para remover la suciedad fuera la opción extrema, por lo tóxico que pueden ser estos procedimientos. En este proceso de limpieza fueron apareciendo las estrellas del manto de la virgen, detalles que nadie había visto.
Se restableció el estuco en las zonas dañadas, y se dio paso a la aplicación del color. En el reintegro del color a las lagunas –zonas de la figura que han perdido el color – se ha tratado de igualar las nuevas pinturas a los colores originales, a los colores envejecidos.
El vestido de la virgen fue recubierto con pan de oro, y el manto con pan de plata, unas láminas de plata y oro, tan pequeñas y finas que se deshacen en los dedos. Las laminillas fueron integradas sobre la figura, con delicadeza, con una brocha suave y electrizada. Cuando el proceso acabó, la virgen quedó toda vestida en oro y plata. Sobre la zona dorada, fue aplicada una capa de pintura clara que se entresacó por segmentos para lograr el efecto de un encaje fino sobre el oro.
En estos momentos, sobre la plata del manto se aplica una corladura azul. El manto será azul, cubierto de estrellas, un azul que traslucirá un brillo de plata. Al final, la imagen será sometida a una patina de envejecimiento que le dará armonía. La imagen prescindirá del brillo que ha alcanzado para que luzca su antigüedad, algo que los restauradores quieren respetar y preservar.
Ha sido un proceso arduo, de más de seis meses, que está a punto de finalizar. El camino de restauración ha estado lleno de sorpresas imprevistas, dificultades no calculadas. Durante las investigaciones y la restauración los especialistas han estado expuestos a sustancias muy tóxicas, algunas cancerígenas (desde que asumió este trabajo, Inelis ha tenido que ir al hospital varias veces para atenderse afecciones respiratorias).
Pero con solo observar la belleza restituida a la imagen religiosa, ambos jóvenes sienten que han entregado lo necesario. Todo el proceso de renovación ha sido registrado paso por paso; cada técnica utilizada en las diferentes secciones de la pieza consta detalladamente en un expediente, muy útil para futuros procesos de conservación y restauración.
Cuando la labor termine, la pieza regresará a su lugar original, a seis metros del suelo. Luego de emplazada, las labores de conservación serán difíciles. Los restauradores calculan que la imagen debe ser liberada de polvo dos veces a la semana. El cómo lograrlo, será un nuevo reto. Por lo pronto, las personas que visiten la Iglesia Catedral de La Habana, podrán admirar la belleza recuperada de la antigua Inmaculada que, desde su altura, nos observará con ojos nuevos, la tez lozana.
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Roberto Wong
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