Los motivos de Manning

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Los motivos de Manning
Fecha de publicación: 
27 Diciembre 2011
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Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández y Germán Leyens

 

El procesamiento del soldado Bradley Manning por decir la incómoda verdad es una prueba más de la hipocresía oficial de Washington, especialmente si comparamos el caso de Manning con la actuación de la administración Bush, a pesar de las contundentes pruebas existentes de que habían sancionado la tortura y otros crímenes de guerra, señala el antiguo analista de la CIA Ray McGovern.


Cuando me pidieron que interviniera en la concentración del sábado en Fort Meade en apoyo del soldado raso Bradley Manning, me planteé a mí mismo cómo podría proporcionar algún contexto alrededor de lo que se pretende que Manning ha hecho.

 

(En mi charla, para no pensar que tenía que insertar la palabra «pretende» en cada frase, pedí un consenso unánime para utilizar el indicativo en vez del modo subjuntivo).

 

Se me vino de inmediato a la mente la carta que el Reverendo Martin Luther King Jr. escribió desde la cárcel de la ciudad de Birmingham en abril de 1963, de la cual recordaba este párrafo:

«Como si se tratara de un forúnculo que no se puede curar mientras se mantenga tapado y que debe abrirse con toda su fealdad supurante a las medicinas naturales del aire y la luz, la injusticia debe ser asimismo expuesta, con todas las tensiones que su exposición pueda crear, ante la luz de la conciencia humana y el aire de la opinión pública nacional para que pueda sanar».

 

Sugerí que eso fue precisamente lo que Bradley Manning hizo cuando vio la necesidad de sacar a la luz crímenes de guerra como el asesinato indiscriminado de civiles y las torturas que presenció en Bagdad y sobre las que leyó en los cables.

 

De lo que fue testigo fue del inevitable resultado de la guerra de agresión, esa que el Tribunal de Nuremberg posterior a la II Guerra Mundial denominó el «delito internacional supremo», que difiere de otros crímenes de guerra solo en la medida en que contiene en sí mismo el «mal acumulado del todo». ¿Debía obedecer órdenes y mantener la boca cerrada? ¿O tenía que seguir su conciencia y sacar ese horrible forúnculo de acumulación del mal?

 

Lo que admiro especialmente de Bradley Manning es eso: su capacidad, a los 22 años, de discernir entre lo que puede ser una jerarquía –en ocasiones conflictiva- de valores y que, desde una posición moral, algunos valores eclipsan a otros en importancia.

 

Al parecer, Manning en su fuero interno intentaba poner fin a la masacre sin sentido de una guerra de agresión, con toda su maldad acumulada –la tortura y otras fealdades purulentas-, lo que los especialistas en ética denominan un «valor sobrevenido», que implica descartar valores menores como mantener la promesa de secreto requerida como condición para mantener un empleo.

 

Manning eligió romper esa promesa. Y el doctor King, en su Carta desde la Cárcel de Birmingham, perseguía algo análogo. King insistía en que un «individuo que incumple una ley que su conciencia le dice que es injusta» y se arriesga a ir a la cárcel para «aumentar la conciencia de la comunidad sobre esa injusticia, está en realidad manifestado el mayor de los respetos hacia la ley».

 

Cuando los generales mienten


El valor de Bradley Manning me afecta de forma especial. A los 28 años tuve la oportunidad de dar un chivatazo sobre las mentiras de un alto responsable militar estadounidense en Saigón. La prueba era documental (un cable SECRETO/SOLO PARA TUS OJOS desde Saigón); en efecto, no podía creer que los generales expusieran sus engaños por escrito de forma tan explícita, pero lo hacían.

 

Es preciso recordar a los lectores más jóvenes que en aquella época (agosto de 1967) no había WikiLeaks, pero The New York Times era un periódico independiente propenso a publicar pruebas documentales críticas hacia el gobierno. El Times aún no había cogido el hábito de buscar la aprobación previa de la Casa Blanca.

 

Seis años mayor de lo que Bradley Manning era cuando se armó de valor para hacer lo correcto –y con varios cursos sobre ética en mi haber-, sin embargo, no hice nada.

 

Desperdicié una oportunidad única de que los estadounidenses supieran que en Saigón –al infierno con el honor, el deber, el país- campaba una inmensa corrupción en los altos niveles, que Washington nos había engañado miserablemente sobre la guerra y que nuestras fuerzas armadas y los vietnamitas estaban siendo machacados en una Marcha de la Locura.

Y esa oportunidad se produjo meses antes de que tantos acabaran mascando el polvo en la ofensiva comunista por todo el país de enero-febrero de 1968, que marcó el comienzo de la segunda mitad de la sangrienta guerra de Vietnam. Sobre esto estuve discutiendo el año pasado en relación con las revelaciones de WikiLeaks. [Véase en Consortiumnews.com “How the Truth Can Save Lives]

 

En cuanto a Bradley Manning, no se quedó encerrado en un vacío moral. Tuvo el entendimiento y reunió el valor necesario para seguir su conciencia y actuar con integridad.

 

En su correspondencia con Adrian Lamo, el hombre que le traicionó, Manning decía que quería que la gente “supiera la verdad, porque sin información no puedes tomar decisiones bien fundadas como pueblo”. Escribió que confiaba en que sus revelaciones provocaran “discusiones, debates y reformas a nivel mundial”.

 

La primera revelación que salió a la luz fue el video con el ametrallamiento desde el helicóptero Apache, con sonido, en el que se mostraba el asesinato indiscriminado de una docena de civiles iraquíes, incluidos dos periodistas de Reuters y dos niños pequeños que resultaron heridos. El incidente fue debidamente “investigado” por el ejército, declarándose que el tiroteo se efectuó de acuerdo con lo permitido por las Normas de Compromiso del Ejército.

 

¡Uau! El Washington oficial no puede tolerar semejantes revelaciones cuando sigue empeñado en emprender guerras de agresión, con toda su maldad acumulada, en secreto. Por tanto, la administración Obama se propone utilizar a Bradley Manning para hacer una perfecta demostración de lo que ocurrirá a cualquiera que trate de divulgar ese tipo de secretos.

 

A cambio de contar la verdad, esto es lo que se puede esperar: confinamiento solitario y castigo cruel, inhumano y degradante; y una muy larga espera antes de que le sometieran a una charada previa al juicio militar que observé junto a otras personas en Fort Meade, Maryland, la pasada semana.

 

¿Exigencias del mando? ¿Qué opinan? ¿Qué es lo que no cuadra en toda esta situación? Rápido, Que alguien me explique cómo los subordinados del comandante-en-jefe pueden esperar que se lleve a cabo una investigación imparcial, ahora que todos saben ya que Manning “violó la ley”. El jefe todopoderoso lo dijo así.

 

¿Qué pasa con los daños?


Sin embargo, cualquiera que sea la medida de la “culpa” técnica de Manning, ésta se ha visto “considerablemente alterada” por todo ese nerviosismo del gobierno ante los supuestos daños producidos por las revelaciones de los cables diplomáticos. ¿Cómo es que lo sabemos? El secretario de defensa Robert Gates así lo dijo, con esas palabras. Y esta vez estaba diciendo la verdad.

 

Gates se burló del pánico profesional propagado por los círculos oficiales y descartó el impacto negativo de los cables revelados como “bastante modesto”. Había aprendido una lección de las anteriores revelaciones de WikiLeaks de documentos sobre Afganistán e Iraq, mientras la gente normalmente sobria como el presidente del Estado Mayor Conjunto Mike Mullen acusaban a Manning de tener “sangre en las manos”.

 

Cuando el senador Carl Levin, presidente del Comité de Servicios Armados, pidió a Gates que presentara pruebas escritas de afirmaciones semejantes, Gayes no pudo presentar evidencias de que personas reales –al contrario que las reputaciones– habían sufrido daños.

 

También es instructivo ver cómo funcionan los procesamientos selectivos en el Washington Oficial. Manning puede enfrentarse a cadena perpetua por denunciar la matanza de civiles y otros crímenes serios (así como por revelar la absurda sobre-clasificación de documentos del gobierno de EE.UU.).

 

Sin embargo, cuando el presidente George W. Bush y el vicepresidente Dick Cheney confiesan que ordenaron la tortura por waterboarding y otros actos que se consideran tortura ilegal desde hace tiempo, ellos y sus subordinados no son procesados, presumiblemente porque hacerlo provocaría un lío político.

 

Repentinamente hay que dejar de lado violaciones evidententes de la ley porque las superan consideraciones nacionales más importantes, es decir el respeto político en Washington. Pero no existe un juego de malabarismo semejante para proteger al soldado Manning de una posible cadena perpetua por decir la verdad, incluso cuando numerosos expertos creen que sus revelaciones han hecho mucho bien, incluida la inspiración para el derrocamiento de dictadores cuya brutalidad y corrupción fueron francamente descritas en los cables de WikiLeaks.

 

Daniel Ellsberg ha dicho que Bradley Manning es un héroe. Y lo es. Tenemos que encontrar maneras de contar al pueblo estadounidense toda la historia. En estos días no van a obtener toda la verdad (ni nada que se le parezca en The New York Times).

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