Un hombre para Aurora (+ FOTOS)

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Un hombre para Aurora (+ FOTOS)
Fecha de publicación: 
21 Diciembre 2011
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Mi amiga Aurora G.N. se ha quedado sola. Ha terminado su historia de amor y se encuentra en un limbo oscuro del que, al parecer, no saldrá. Su amante, mientras recogía los pedazos, le auguró una vida de infelicidad y ella ha extraviado su destino. Se ha encerrado en su viejo cuarto. Desnuda y sin aliños, se entrega a la angustia de no entender.  Augura que no podrá amar, nunca más.

Se mira en su espejo y pregunta: “¿Soy fea?” “Para nada”, le respondo. “Tu belleza es extraña. No pasará con los años” Entre las nubes grises de la humedad, Aurora observa su cuello largo, sus brazos delgados, su rostro extenuado. Una vez le dijeron en risas que era como Audrey Hepburn. “Sólo necesitas un gran vestido de Givenchy”, le dijeron. “Es cierto”, murmuró en el espejo. “Estoy sola”.

Aurora se acuesta en su cama y llora sobre algodones. Repite que no acaba de conocer a los hombres, no sabe qué esperar de ellos. Es la duda que no le permite ser feliz. “Son tan raros” Y no sé que responderle. Busco en mi fragilidad la respuesta que la saque del cuarto oscuro. Ella, como casi todos, desconoce hasta que punto un hombre es el hombre aparente. ¿Hasta dónde son más fuertes y resueltos? 

Un amigo reflexionó una vez: “Suelen ser más hermosos y llamativos que las mujeres. Sus colores son más vivos, sus olores más fuertes, como ocurre entre los animales. Las hembras son más pequeñas y pálidas, sus colas son más cortas”. Es la necesidad de conquistar a la mujer, de estar armados para luchar por ella por lo que la naturaleza los hace así. Debe ser por eso que la aparición de una hembra hermosa, colorida y segura, suele causar espanto entre los hombres, los intimida y por eso la adoran. La mujer suele tener una fuerza que sale de su vientre fértil, es celadora de la especie. Su resolución es mayor. El macho no. Casi todos los hombres fuertes proyectan la sombra de un niño. Hemos estado aupados por mujeres que, muchas veces, luchan por nosotros las grandes batallas.

Aunque muchos la proclamen, no creas nunca en la completa fortaleza de un hombre. Nos han enseñado a ser invencibles, llevamos una exigencia de actos heroicos pesando en nuestros hombros. Nos han querido negar el derecho a los besos y las lágrimas. Tenemos duros cuerpos desarrollados en sucios gimnasios porque también necesitamos escudarnos en ilusiones, abrir nuestra cola para conquistar, inflar nuestros mofletes para asustar, cambiar de color y no ser percibidos.

Salgo a la calle con la cámara fotográfica. Cerca de la tarde regreso al cuarto oscuro. Coloco las fotos ante los ojos enormes de Aurora. “¿Ves? El mundo está lleno de hombres de todo tipo, de cualquier edad. Cada uno es una historia de dudas y resoluciones, un misterio. Hay hombres que alegran, y otros que se amargan. Algunos van recelosos. Los adolescentes briosos, cuando quedan solos, enmudecen ante el futuro indefinido. Hay grandes padres, con un cariño que amortigua el afecto ausente de una madre. Algunos hombres envejecen solos, después de errar o perder. Otros tienen la suerte de estar acompañados durante toda su vida. Muchos hombres aman a otros hombres con cariño profundo de amigo, a veces mayor que el de hermano; otros los quieren con el deseo puro del amante. Existen los que matan, y ante ellos una mayoría que salva. Hay hombres que no saben qué es realmente un hombre, confundido entre tantas exigencias y sentimientos que se enfrentan. Como las mujeres que los miran extrañadas, necesitan del tiempo para descubrir su esencia, poco a poco. Pero todos buscan ser queridos y, muchos, a quien querer. Mira, Aurora: Cada uno de ellos ha esperado por alguien como tú. No les creas si, disimulando su susto, te dicen que no. Todos están aquí, cerca de ti, también esperando”.

Aurora hace silencio unos minutos y, finalmente, sonríe. Se levanta del lecho y me besa los labios. Secándose las lágrimas camina hacia su ropero; desembolsa una de las mejores creaciones de Hubert de Givenchy, confeccionada por las manos transparentes de siete ancianas francesas. Vestida así, como a la espera de Avedon, abre la ventana del cuarto y la tarde, que se va en rojos y dorados, entra, lo inunda todo. Aurora, una silueta en la luz, suspira, se vuelve con el rostro rojo. Parece que va a reír, correr hacia la noche a punto de estrenar. Esbozando una danza, en el último resplandor de oro, la silueta se desplaza entre partículas del polvo. Al final, se sienta ante su ordenador. Sus dedos largos corren sobre el teclado. Mi amiga Aurora G.N. ha comenzado a escribir una novela.

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