La historia de un «agrito» en La Dionisia
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Todavía era obligatorio usar nasobuco cuando conversamos en el agro que él casi parió en la comunidad de La Dionisia, en La Habana, así que ahí mismo tuve el primer indicio sobre la responsabilidad y la disciplina de Dangel Martínez Martínez: se lo quitó solo cuando le pedí que lo hiciera para que la grabadora de mi móvil lo escuchara mejor.
Por cierto, eso de parir un agro puede sonar rarito, pero es que no hay imagen más completa de la mezcla entre dolores y satisfacciones que un parto, y algo así ha vivido Dangel desde que asumió el reto que le estaban proponiendo como parte del Proyecto de Desarrollo Local (PDL) SIL26.
«Ahora estoy muy contento aquí administrando el quiosco. Lo hemos reparado nosotros mismos, con la ayuda de los coordinadores del proyecto y de los muchachos que trabajan con nosotros aquí. Hicimos la reparación del techo, este mercado estaba destruido totalmente, lleno de raíces, había ratones, la cerca también estaba destruida y se puso una nueva».
Pero si de algo sabe Dangel es de insistir. Me cuenta David Fernández, coordinador de SIL26, que todos los días este muchacho pasaba por los almacenes donde comenzó el PDL y le decía: «acuérdate de mí». Dangel necesitaba y quería trabajar:
«Antes de yo empezar a trabajar en SIL26 tenía oficios, soy albañil y plomero, pero el tema de los trabajos con la pandemia se puso complicado y había inestabilidad: el cemento no aparecía o no aparecían piezas de plomería, se empezaron a dificultar determinados materiales y había inestabilidad en la economía. Entonces yo, con mi insistencia, logré insertarme en el proyecto. Empecé distribuyendo alternadamente y después me quedé fijo; enseguida que se vació un carro para distribuir, obtuve premios, reconocimientos dentro de las propias plataformas».
Todo eso contribuyó a que, en cuanto surgió la idea de rescatar el agro para la población de La Dionisia y convertirlo en un mercado bien surtido, pero con precios más bajos que en el resto, el proyecto confiara precisamente en la perseverancia y el empuje de Dangel, un tipo que te dice así, sin dudarlo, que no extraña sus antiguos oficios, en parte porque los está aplicando ahí en el quiosco, pero «como tal, yo no extraño nada: yo extraño el hacer las cosas bien y echar pa'lante en cualquier cosa que vaya a hacer, quedar bien conmigo mismo».
El sueño se hace a mano
David recuerda al detalle los niveles de abandono y destrucción que tenía el quiosco cuando ellos llegaron: «el techo estaba destruido, el proyecto lo compró con permisos facilitados por el Ministerio de la Agricultura, que en aquel momento atendía el proyecto, pero a precios normales de mercado, sin subsidio alguno, y lo montamos nosotros mismos. El baño lo estamos reparando nosotros, la cerca la montamos nosotros. Ahora andamos en los trámites, que nos está apoyando también el gobierno local, para hacer una instalación oficial de agua, porque todavía no tenemos una acometida. Hemos ido poco a poco transitando por distintas etapas, y lo otro es que ellos mantienen una oferta diaria de viandas, frutas, granos, y en fin, una gama de productos que son más baratos que en los otros quioscos que están aquí cercanos a La Dionisia».
Cuando se reunieron con jóvenes desvinculados de La Timba y La Dionisia para proponerles opciones dentro del proyecto, muchos se sumaron, y algunos permanecen vinculados a diferentes áreas de trabajo en SIL26. Fueron a buscar dentro, y no fuera del barrio, porque David y su equipo (que es un equipo familiar) entienden el desarrollo local «como un proceso endógeno, en el que, de alguna manera, se cree un ecosistema en el que comienza a mejorar la vida de la familia y, de ahí, la de la comunidad».
Y eso ha sido una realidad en el agro, así lo confirma Dangel: «Este proyecto hoy nos brinda un trabajo que nos da una forma de darle buenos beneficios a la familia de nosotros. Yo tengo a mi esposa y dos hijos, una tiene cinco añitos y el otro tiene cuatro; vivimos con mi mamá y mi papá también y están muy orgullosos del trabajo que estoy haciendo.
«Por otro lado, ser de aquí del barrio, conocer a las personas que viven aquí me ha ayudado a saber cómo tratarlas, qué productos comprar, qué productos no comprar para que no se nos estanquen y para que tengan salida, poder tener utilidades y, al mismo tiempo, que de verdad le acerquemos a la casa lo que ellos realmente necesitan. El beneficio, de alguna forma, es para todos: desde mi familia hasta los vecinos».
El cuento de la buena pipa
Claro que todo no ha sido color de rosa. Para ilustrarlo está, por ejemplo, el cuento de la pipa, la cual, si tuviera oídos, habría escuchado la conversación plantada ahí, al costado del agro:
«Esa es de un decomiso, que la gestionaron, la sacaron del lugar donde la decomisaron y la pusieron aquí, y empezaron a dar un servicio hace ya como diez años, pero ya no saben ni de quién es. La teníamos aquí y pedimos que se la llevaran porque nos estaba estorbando para la reparación y nadie venía. Es una pipa que está deshabilitada, que lleva cinco años en desuso, entonces nosotros, por nuestros propios medios, sacamos la pipa para poder hacer la entrada de la mercancía y no tener que usar la misma de los clientes. Luego vino la delegada diciendo que por qué la habíamos sacado. Teníamos el autorizo de Margarita, la delegada de la Agricultura que nos aprobó hacer eso para que no nos frenáramos con la obra», nos contó Dangel.
En definitiva, ni siquiera se sabe de quién es la pipa, allí sigue en la calle, esperando que alguien la aproveche y observando cómo los muchachos de La Dionisia van destrabando todo lo que se traba:
«Hoy estamos haciendo un área de elaboración, pero hemos tenido que parar, porque al poner tres tejas como muro, Planificación Física nos dice que hay que quitarlas, y estamos esperando que se resuelva eso. La idea es aprovechar toda el área útil del local. Han venido inspectores que no se han expresado de la mejor manera, han dicho que esas son unas tejas feas que están puestas ahí, a lo mejor vienen y dicen que esas tejas no proceden por la ley tal y uno entiende; no se han quitado porque la delegada de la circunscripción nos ha pedido que esperemos, pero no nos hemos sentido muy bien con esa situación.
«Todo el proyecto se discutió con el Viceministro de la Agricultura que en aquel momento atendía el barrio, dieron acceso a la compra de los materiales, todo es de conocimiento también del gobierno local y del Ministerio de Comunicaciones, que actualmente atiende el barrio y nos visitan constantemente. Las tejas son para cerrar porque es una exigencia de Salud Pública para poder beneficiar los productos en esa área: lavarlos, pelarlos, picarlos, empaquetarlos, por ejemplo.
«También necesitamos para eso una conexión de agua. Hasta ahora usamos la de un vecino. Nos están apoyando todos los factores y, aun así, no han logrado que Aguas de La Habana haga la conexión».
David apunta: «son desafíos que debe enfrentar un proyecto que quiere ayudar, que tiene el apoyo del gobierno, pero no hay una sinergia entre todas las instituciones y entidades».
¿Por dónde le entran los productos al agro?
He aquí otro berenjenal en el que se han tenido que meter los muchachos de SIL26 y La Dionisia. Resumen de David:
Inicialmente, Acopio mostró interés en suministrar productos, pero ni periodicidad ni calidad, entonces el tema suministros es un reto. Como no se ha logrado con las empresas estatales, como Acopio, tener la calidad y periodicidad requeridas, eso es pura gestión personal de nosotros; de Dangel, en particular.
Les gustaría, pero no han podido conectar con otros proyectos de desarrollo local que compartan su enfoque en cuanto a la economía solidaria y puedan convertirse en aliados para el empeño de traer suministros a mejores precios hasta La Dionisia.
Dangel ofrece otros elementos: «Al principio, aquí no había casi productos, pero hemos ido abasteciendo el quiosco y los vecinos están muy contentos, porque les estamos dando un servicio que no existía aquí. Para lograr eso, hemos tratado de buscar alternativas como comprar las cosas a la mitad con otros mercados, buscar proveedores particulares que nos traigan frutas, porque el sector estatal no lo suministra, entonces es bastante complicado llegar a tener una variedad de productos consecutivamente y con buenos precios. Hay cosas que tenemos igual porque, para tenerlas, no nos queda de otra, pero hay cosas que sí están muy por debajo de productos que se venden fuera, como frijol negro, frijol colorado, puré de tomate, el boniato, el mango y la guayaba. Esos productos están por debajo de productos que venden otros mercados, y nosotros no somos EJT y nos cuesta bastante llegar a tener esta variedad de productos, pero por suerte lo estamos logrando».
El que siembra su maíz...
El que siembra, cosecha. Eso no es cuento de camino ni simple estribillo. ¿Qué ha recogido Dangel después de tanto esfuerzo?
«Primero, he conocido personas maravillosas dentro del proyecto, que tienen un gran corazón, eso es lo primero, y lo otro es que estoy aprendiendo un nuevo oficio, he aprendido varias cosas... Tengo más estabilidad económica y mental, que es muy importante, porque tengo un trabajo fijo, gano un buen salario, eso da estabilidad mental y eso es salud».
Justamente por eso, el vecino de frente al agro, a los 60 años decidió soltar el timón y acercarse a casa. Se llama Manuel Lara Gómez (Manolo) y también nos contó su historia: «Antes de trabajar aquí estuve dos años casi sin trabajo por el tema de la COVID, porque yo trabajaba de taxista, en los carros convertibles aquellos con extranjeros, pero entonces me resolvieron este trabajito aquí y me quedé. Estoy cerca de la casa, más cómodo y más tranquilo; con 60 años no es fácil estar bajo el sol todo el día en un carro sin techo, es un poco tedioso».
Manolo, además de preparar el mejor té de jenjibre de La Habana (para ser justa, no me consta que lo haya hecho él o su esposa), manejaba esos autos clásicos que vemos casi siempre por el Malecón o el casco histórico de la ciudad, sin embargo, ha decidido aprovechar esas y otras experiencias como administrador en la gastronomía en sus nuevas funciones:
«Yo me incorporé cuando esto estaba sin hacerse nada casi, empecé de custodio, haciendo guardias, después empezamos todas las labores estas de limpieza, arreglos, de construcción, aquí apoyando todo el tiempo, ahora soy dependiente. Cuando se resuelva el tema del agua tenemos ideas para mejorar la oferta, la variedad de los productos; hacer, por ejemplo, caldosín, que la gente tenga ya las viandas peladas, envasadas en nailon, eso a la gente le gusta».
Y si alguien puede hablar de la reacción del barrio con autoridad es él, que, además de muchos años viviendo en la zona, interactúa constantemente con sus vecinos-clientes:
«En este barrio hay alrededor de dos mil habitantes y sí, vienen bastante, sobre todo los fines de semana. El horario es hasta las cinco de la tarde y, a veces, si vemos que hay movimiento, hemos estado abiertos hasta las seis o las siete, no nos molesta, porque vivimos cerca. Esto ha sido muy bueno, los vecinos están muy contentos, es el comentario de ellos, que están muy contentos con esto, con la variedad de productos, incluso nosotros les damos hasta servicio a domicilio a algunos viejitos, los ayudamos y les llevamos los bultos a su casa, cooperamos con eso, sin cobrarles».
Que se lo digan al más jovencito del equipo, un conversador de primera que terminó el Servicio Militar recientemente y ha encontrado en el agro y en SIL26 otra familia, y a los 22 años asegura:
«Una cosa que me gustó mucho es el pensamiento que se tiene para este proyecto, que no es para lucrar ni nada por el estilo, sino es, primero, para el beneficio de la gente de aquí, de esta zona, y me alegra mucho verlos que se sienten satisfechos, gente mayor que realmente a mí me llegan mucho, porque yo vivo con mi abuela y mi tío y estoy cuidándolos, entonces me alegra mucho porque yo sé lo que es sufrir eso de tener que ir a buscar las cosas, incluso yo mismo, puedo comprar aquí en un precio bastante barato. Me ha ayudado mucho esta opción».
Darío Daniel Cepeda Mederos llegó al proyecto a través de su hermano, que le presentó a Dangel: «Me explicó que era un proyecto donde mayormente se les daba trabajo a personas que están necesitadas, que en esa situación les era difícil encontrar trabajo. Él me habló claro desde el principio, que era un proyecto que estaba empezando. Yo vine un mes después de él, esto estaba en condiciones muy malas, él me enseñó.
«Entre los tres hemos dado un cambio drástico aquí realmente, esto estaba fatal, todo estaba oxidado, la parte de atrás estaba llena de raíces, tuvimos que limpiarlo todo. Yo cuando empecé no tenía un puesto fijo como tal, pero con el tiempo ya he mejorado, me han enseñado muchas cosas. Esto para mí es una experiencia nueva, yo soy gastronómico, ahora me encargo de la paquetería, pero realmente he aprendido a hacer de todo: lo mismo puedo ayudar en el almacén, atender al cliente... para mí esto ha sido una experiencia muy grande. Cuando entré, no pensé que iba a recibir este apoyo, porque realmente Dangel es mi jefe, pero también lo veo como un amigo, me ha demostrado muchas cosas y yo lo respeto mucho a él.
«Me gusta pensar de la siguiente manera: no me fijo mucho en qué me va a beneficiar, siempre y cuando el trabajo cumpla la función, que es ayudar a las personas», concluyó Darío.
Que pare el que tenga frenos
Lo que sí me quedó claro es que no serán Danger, Darío y Manolo. Ellos van, en buen cubano, «pa' arriba del lío». El jefe espera que «todo vaya por el camino que está yendo y que no nos frenen. Eso es una cosa muy importante, las trabas. Que no nos frenen y seguir como estamos, dando un servicio a la población y a otros que viven más lejos, pero que ya están llegando al barrio».
Y cuenta con el apoyo de Darío: «Aquí nunca falta trabajo. Ahora estamos trabados con el área de beneficio, por lo que ya te han explicado, pero no paramos; a pesar de las trabas, siempre hacemos lo posible por dar el servicio y hacerlo con calidad».
Pero Manolo se oye tan joven y energizado como sus compañeros: «Para nosotros no hay nada difícil, todo aquí lo hicimos con mucho espíritu y estamos dispuestos a seguir adelante y hacer muchas cosas más».
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