Vicente Rodríguez Bonachea, provocación a los universos
especiales
Fotos: Sergio Abel Rubio
El universo plástico de Vicente Rodríguez Bonachea tiene tal embrujo, magnetismo y capacidad de seducción, que a cualquiera que lo contemple le opera como un pasaporte expedito hacia su propio mundo interior.
Confiesa que comienza sus cuadros de forma abstracta, asperjando colores hasta lograr la atmósfera que desea.
Después los puebla con algún insomne astro rojizo o sus personales criaturas: saurios omnipresentes en su obra, lagartijas de cola anillada, hieráticos seres alados con rostros de esfinges que revelan en sus miradas, atisbos de inocencia o rara humanidad.
Supongo en esos primeros estadios de cualquiera de sus piezas, que empieza por los verdes y azules, tan suyos que el crítico Rafael Acosta de Arriba afirma que deberían bautizarse “bonacheanos”.
Rememora que siendo muy pequeño, su padre –quien le enseñó casi todo-, decorador de abanicos, dejaba a su alcance los colores y así se despertó espontáneamente su atracción por las artes plásticas.
Eliseo Diego, ese patriarca de la poesía cubana, en las palabras al catálogo de la exposición “Reflejos” consignó:
“Aquí el agua huele a agua, la noche a noche, el kerosén que arde en los candiles a kerosén inmolándose en un candil”.
Bonachea recuerda que primero que todo quiso escribir poesía, pero las palabras no se le daban a su gusto y, por suerte, lo cautivaron las imágenes, que al paso por su talento y personalidad, resultan también pura poesía.
Preguntado acerca de los poetas que tientan su creatividad, asegura que la lista sería interminable, como confirma un recoleto librero, muy a la mano en uno de los rincones de su taller.
Esta vez es José Lezama Lima, otro hacedor de provocativos universos, con las palabras, fuente inagotable para inspirar hasta lo innombrable, quien le incitó para su próxima exposición “Una oscura pradera me convida”, el dos de diciembre en la galería Orígenes, del Gran Teatro de La Habana.
La idea surgió muy espontánea: Alex Fleites, el escritor, me llamó un día y me sugirió ese poema para título de una obra, que apunté y luego decidí nombrar así toda la muestra, asegura.
Es un poco la continuación de la anterior, “La memoria alucinada”, con esculturas u objetos escultóricos y elementos volumétricos en los cuadros.
“El que a hierro mata a hierro muere” es una pieza tridimensional azul, en la cual juega con el intercambio de roles de presa y depredador entre animales y humanos; en “El reposo del guerrero” remite al misticismo primitivo de casi todas las culturas y en “Medusa” sus pequeñas y anilladas lagartijas encrespadas en una cabellera femenina resultan acertada metáfora de la belleza y la imbricación hombre-naturaleza.
Sobre sus especiales azules, recuerda que para él este es un color misterioso. Cuando estuvo en Chichén Itzá, la Ciudad Guerrera de los Mayas del Nuevo Imperio, en México, apreció que en esas pictografías precolombinas predominaban, después leyó en un libro de Octavio Paz, que confirmaba que para ellos tenía un carácter místico.
En lo personal, identifica al azul con la poesía y por eso en sus obras abundan esos tintes tan suyos.
La recurrencia a los seres alados, según Bonachea, constituye una obsesión de todo isleño y esa ansia de atravesar océanos en vuelo, como dice Joan Manuel Serrat, en su “Pueblo blanco: Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y atravesando lomas…”.
Además, cuenta que a ese simbolismo de libertad, de protección superior ante los imprevisibles avatares del mundo, las alas, técnicamente hablando, con sus líneas diagonales, devienen soluciones ideales para el tema de composición.
Su mundo creativo irradia ternura, inocencia, con una acentuada carga de sensualidad, de erotismo criollo, catalizador eficaz para que al disfrutarle, salten esas chispas que hacen nacer pasiones y, en el mejor de los casos, hasta el amor.
En fin, que “Una oscura pradera me convida”, como todas sus anteriores propuestas, será otra incitación a unirse, sin premeditar, al vuelo fantástico de Bonachea, a una franquicia hacia los universos personales de cada quien, a una excursión onírica, surreal e infinita, al eterno misterio de la condición humana.
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