Televisión cubana: «Las penas que a mí me matan»
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Son muchos los mensajes que por diversas vías llegan a nosotros insistiendo en la responsabilidad ciudadana, en el cumplimiento de las medidas de bioseguridad, pero todavía la totalidad no las acata. Los elevados números de contagios y fallecimientos hablan de esto a las claras. Por tanto, habrá que continuar insistiendo, aunque parezca a veces demasiado reiterado.
Pero ya que es grande la carga que nos golpea con esta pandemia, con esta nueva forma de vivir, impensable tan solo un año atrás —y aunque sea necesario seguir insistiendo en la necesidad de cuidarse y cuidarnos, de informar sobre la situación epidemiológica y su enfrentamiento—, sí que sería bueno dosificar otro tipo de mensajes y productos televisivos.
No hablo ya de los relacionados con la COVID-19, sino de otras producciones y entregas que bien podrían ser sustituidos para evitar ensombrecernos aún más el panorama, y en estos casos, totalmente por gusto.
Si con motivo del Día de los Enamorados vas a poner una película, ¿por qué programar una cargada de drama y enfermedades mortales?, ¿por qué saturar algunos espacios con reportajes y otros materiales que igual tratan sobre padecimientos incurables, tragedias, historias tremebundas…?
Está más que claro que el mundo, la realidad en que vivimos, no es un mar de rosas. Pero, sin pretender ignorarlo, quizás sería conveniente, en bien de la salud mental, del ánimo y optimismo que necesitamos conservar todos, valorar cuándo, cómo, para qué y con qué frecuencia televisar esos otros productos audiovisuales, para que las penas no nos maten, como en el bolero de Sindo.
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