Bolsonarismo pierde, pero la derecha se fortalece
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El presidente de Brasil Jair Bolsonaro
Oímos y leemos muchos comentarios optimistas acerca de la derrota que el partido de Jair Bolsonaro sufrió en las recientes elecciones municipales de Brasil, de como 11 de los 13 candidatos auspiciados por el ultrarreaccionario mandatario quedaron muy atrás en las votaciones y hasta se mencionó que la izquierda tuvo un cierto despertar, aunque sólo ganó en muy pocos lugares y ninguno de importancia.
Optimismo nada fundado, porque los partidos de derecha salieron airosos en la inmensa mayoría del país, algunos de los cuales se han apartado del controvertido presidente, preparándose para asumir el poder nominal en el 2022, porque el real lo tienen desde hace muchos años.
No estamos en la época en que Lula fue llevado injustamente a prisión por Sergio Moro y la inteligencia estadounidense, con el fin de evitar que el pueblo eligiera a un presidente propuesto por la izquierda, sino en la que las clases dominantes que se han impuesto en Brasl tienen como único objetivo acrecentar la riqueza de los capitalistas.
Para ello, tanto en la anterior época de Lula, como en la posterior de Rousseff, consolidaron una correlación de fuerzas en la cual los movimientos populares quedaron definitivamente supeditados a su dominio, tanto en el mercado como en la sociedad y la política.
Para el politólogo argentino Atilio Borón, se trata de “un proyecto refundacional del capitalismo brasileño montado sobre el fracaso del reformismo light del PT y en donde, como en el Chile refundado por la dictadura pinochetista, la alianza burguesa ejercerá el domino público directo sin la molesta intermediación de la vocinglera partidocracia que sólo produce ruidos que perturban la paz y la serenidad que necesitan los mercados”.
A su vez, el ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera indicó que hay que despertar a “la potencia plebeya aletargada por décadas … Sin ese macizo protagonismo de las masas en el Estado, éste quedará prisionero de los poderes fácticos tradicionales que han venido rigiendo los destinos de Brasil desde tiempos inmemoriales.”
Pero, para colmo de los errores, Rousseff eligió a un Chicago Boy para regir el destino de la economía, plegándose a las presiones de todo tipo, incluso de un Congreso ocupado por caciques y coroneles que lo hicieron –lo hacen- un baluarte de la reacción que finalmente la depuso.
Se entregó a los banqueros los resortes fundamentales del Estado, se vino abajo toda la mistificación del “posneoliberalismo” construida a lo largo de estos años por una izquierda que no lo era tanto.
Se cedió ante el chantaje tecnocrático y antipolítico de los resignados que, parafraseando lo que decía Margaret Thatcher, aseguraron que “no había alternativas”, que “era lo único que podíamos hacer”.
Y así llegó Temer, que hacía y deshacía, sin importar que tuviera sólo el 5% de aceptación, y luego un cavernícola Bolsonaro, aceptado incluso por aquellos pobres de capirote que detestaba, y que ha estado llevando a Brasil, con pandemia y destrucción de la Amazonía, al abismo.
Ahora la derecha corriente, como aquel fascismo corriente, se prepara para asumir el poder en menos de dos años, ante lo cual lo único que queda por hacer, para evitar la debacle, es recomponer a las fuerzas populares desmovilizadas.
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