ARCHIVOS PARLANCHINES: El águila del Atlántico
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Días antes del histórico vuelo.
En junio de 1933 los pilotos españoles Mariano Barberán y Joaquín Collar, a bordo del Cuatro Vientos, devoran de un solo golpe el Océano Atlántico medio para unir a las ciudades de Sevilla y Camagüey, implantar un récord mundial de distancia recorrida sobre el mar sin escala, y marcar un nuevo hito en la que algunos llaman la época romántica de las travesías aéreas.
Durante su estadía en La Habana, entre los días 12 y 20 de junio, el capitán Barberán y el teniente Collar, quienes muy pronto desaparecerán misteriosamente cuando viajaban hacia México, reciben la noticia de que los tenientes cubanos Riveri y Rodolfo Herrera se proponen devolver el gesto y en junio de 1934 tratarían de desplazarse en sentido contrario para llegar a España tras derrotar los fuertes vientos que impiden avanzar hacia el este.
Sin embargo, esta quimera no se concreta hasta 1936, cuando el joven cubano-español Antonio Menéndez Peláez protagoniza, a bordo de su monomotor 4 de Septiembre, la odisea Camagüey-Sevilla, tras enfrentar algunas averías por el mal estado de las pistas, ventiscas sobre el Atlántico, tormentas de arena en el Sahara y varias calamidades más.
Menéndez Peláez había nacido el 4 de diciembre del 1902 en el pueblo de Santa Eulalia, perteneciente al concejo Soto del Barco, en Asturias, España, y cuando tiene 14 años su padre se lo lleva a «hacer las Américas» en un peregrinaje no exento de algunos lances caprichosos que termina cuando la familia se radica en la provincia de Cienfuegos, en el centro de la Isla.
Por fortuna, el muchacho se vincula desde temprana edad con la mecánica y las incipientes exploraciones aéreas de principios de siglo, y tras estudiar aviación comercial en la Lincoln School de Chicago, y obtener el título de piloto en un curso de seis meses, adquiere en los Estados Unidos un pequeño avión con el cual funda en 1929 un servicio de Taxi Aéreo muy bien acogido por los cienfuegueros.
Tras la caída del dictador Gerardo Machado en 1933, Menéndez Peláez ingresa como navegante en el Cuerpo de Aviación de la Marina de Guerra de Cuba, y dos años después, le propone a sus superiores la temeraria idea de realizar un vuelo-respuesta al que en ese mismo año habían encabezado Barberán y Collar entre Sevilla y Camagüey a fin de iniciar las comunicaciones aéreas entre Europa y América Central y el Caribe.
Aprobado el proyecto, luego de intensos debates, porque las corrientes de aire atlánticas no son favorables a este recorrido, se empieza a trabajar en el acondicionamiento de un monoplano Lockheed Sirius 88, de cabina abierta, y un motor Pratt & Whitney Wasp de 550 HP. El aparato, propiedad del propio asturiano, cuenta con los instrumentos más completos y modernos que podía ofrecer la industria aeronáutica; pero, se suprime su sistema de radio para disminuir el peso. Luce la bandera cubana en el timón de cola y se le da el nombre de 4 de Septiembre, a fin de conmemorar el derrocamiento de la tiranía machadista.
El 12 de enero de 1936 Menéndez Peláez es despedido por más diez mil personas que se concentran en la terminal aérea de Camagüey para presenciar el inicio de un viaje que, desde el comienzo, está marcado por numerosos descalabros y hechos rocambolescos. Tal es así, que en su camino hacia Sevilla el aeronauta cubre nueve agotadoras etapas durante treinta y tres días en los cuales se imponen su valentía, osadía y su buen olfato ante las largas distancias.
En su salto intercontinental entre la ciudad brasileña de Natal y Banjul (antigua Bathurst), capital en Gambia, al noroeste de África, recorre unos 3 200 kilómetros en 17 horas y 25 minutos. Según el periodista Ciro Bianchi, el héroe se ve obligado a volar, en muchas ocasiones, a escasa altura sobre el agua, guiado por los barcos en ruta.
Desde Bathurst, Menéndez Peláez, el primer aviador de habla hispana en cruzar el Océano Atlántico camino al este, se dirige al cabo Yuby, en el antiguo Sahara español, y el 14 de febrero llega al aeródromo sevillano de Tablada para concluir una de las páginas más memorables de la aviación cubana.
Tras su arribo a Andalucía, el viajero es recibido por el presidente de la Segunda República, Niceto Alcalá Zamora, y asiste a un coctel que se ofrece en su honor en la embajada de Cuba en Madrid y a una cena de gala que lo honra en el Aero Club español con la presencia del Director General de Aeronáutica de España y otras importantes autoridades civiles y militares. Las fuerzas armadas de la península le entregan la Cruz del Mérito Militar y la Cruz del Mérito Naval.
Menéndez Peláez visita la casa de sus abuelos en Santa Eulalia, donde es alzado en brazos por los lugareños, y en Santander aborda el navío Cristóbal Colón que lo trae hacia La Habana en un ambiente de gran expectación. En el puerto le dan la bienvenida miles de personas, y más tarde, es recibido por sus paisanos en el Centro Asturiano de La Habana. Por esos días es, además, ascendido a primer teniente y recibe la orden Carlos Manuel de Céspedes, la más alta que se otorga en el país.
Fue recibido en La Habana con grandes homenajes.
El 3 de abril de 1937 este hombre intrépido se casa con Ofelia García Brugueras, originaria de Cumanayagua, una villa de la provincia de Cienfuegos, donde el matrimonio comienza a residir y aún hoy existe una calle que lleva el nombre del piloto. El único fruto de este amor es Antonio Menéndez García, alias el Gallego Menéndez.
El noviembre de 1937 Menéndez Peláez se suma a la Escuadrilla Panamericana que reúne a tres aeronaves cubanas decididas a recorrer el continente en un raid que incluirá 53 etapas. Sin embargo, el día 29 de diciembre de este mismo año, cuando La Niña, La Pinta y la Santa María despegan de una pista en Cali, Colombia, sufren un espantoso accidente al ser encajonadas por el mal tiempo entre las vecinas montañas.
Los aviones se precipitan a tierra envueltos en llamas. Menéndez Peláez, capitán del Santa María, muere junto al mecánico Manuel Naranjo y a Ruy de Lugo Viñas, cronista oficial del vuelo. Los otros cuatro cubanos que iban en los restantes aparatos también fallecen.
La llegada de los restos de los aviadores a Cuba constituye un impresionante acto de duelo nacional. Los honores miliares que se le rinden en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio Nacional resultan impresionantes y el propio presidente de la República, Federico Loredo Bru, junto a los más altos funcionarios del Estado y el gobierno, hacen guardia de honor. Finalmente, los cadáveres son inhumados en el Panteón de las Fuerzas Armadas de la acrópolis de Colón.
En homenaje al asturiano Antonio Menéndez Peláez existen en Cuba dos placas: una en el aeropuerto de Camagüey y otra en Cumanayagua, aunque para mucho el navegante es un auténtico desconocido. Lástima, porque su arrojo y temeridad pertenecen, por derecho propio, a la memoria histórica de nuestro pueblo.
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