Camilo, el joven que siempre nos sonríe

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Camilo, el joven que siempre nos sonríe
Fecha de publicación: 
4 Febrero 2020
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Quizás porque los cubanos encuentran sus propias esencias en la sonrisa ancha del Comandante Camilo Cienfuegos, tantas veces repetida en sus imágenes, el Héroe de Yaguajay y Señor de la Vanguardia sigue siendo presencia viva en su aniversario 88 (La Habana, 6 de febrero de 1932), a pesar de su desaparición temprana en trágico accidente de aviación, hace 60 años.

En  tiempos en que el bloqueo, las amenazas y otras maniobras imperiales se recrudecen contra la nación antillana a fin de obstaculizar la vida y el desarrollo, el brillante estratega junto al Che de la ofensiva rebelde de Oriente a Occidente, envía el mensaje de que es posible vencer si se enfrentan las dificultades de manera valiente y se avanza con tenacidad, creatividad, ingenio y  buen humor, incluso. Y da en la diana de la idiosincrasia nacional.

Venía del pueblo, por su origen humilde, y siempre fue fiel a su estirpe. Hijo de dos emigrantes pobres españoles radicados en la barriada de Lawton de la capital, desde la niñez mostró la personalidad extrovertida, dinámica y campechana de la mayoría de los hijos de esta tierra. Fue un criollo auténtico o un cubano de a pie, como se dice hoy.

Ya en la juventud era notorio en él su patriotismo, mediante muestras de coraje y rebeldía ante lo injusto y lo mal hecho, el amor por la historia y sus próceres, sentimientos nacidos de la honradez y buena educación cívica inculcada en el hogar, de su manifiesta solidaridad humana, y la alegría de vivir, que eran su sello.

En la adolescencia participó en protestas populares contra el aumento del costo de la vida y en 1954 se incorpora a la lucha contra la dictadura de Batista. Fichado por los órganos represivos, sale del país y busca trabajo en Estados Unidos. Tenía 21 años y fue deportado.

En Cuba de nuevo establece nexos más firmes y directos con el movimiento revolucionario estudiantil. Cae preso y es torturado. Al salir de la cárcel, decide optar por el exilio. Durante una estancia breve en Nueva York, conoce de los planes de Fidel Castro en México, y decide ir a su encuentro en la nación latinoamericana.

Enrolado en la tripulación del yate Granma, salió de la hermana nación el 25 de noviembre de 1956 desde el puerto de Tuxpan con 82 futuros combatientes dispuestos a vencer o morir por la independencia de la patria. El desembarco  por Las Coloradas el dos de diciembre y el duro el bautizo de fuego de Alegría de Pío, confirmaron su decisión de ser fiel a la causa hasta el final.

Reorganizada la diezmada tropa, Camilo se destacó en el cumplimiento de múltiples misiones armadas al mando de Fidel, Almeida y el Che.

Ganó los grados de Comandante del Ejército Rebelde en abril de 1958. Brillaba en tácticas organizativas, ofensivas y de la estrategia. Más adelante, como jefe de la Columna dos Antonio Maceo, realiza exitosas misiones en los llanos del Cauto, fuera del territorio de la cadena montañosa Sierra Maestra.

Al llegar el momento de pasar a la ofensiva final, el 18 de agosto de 1958 el Comandante en Jefe ordena la ejecución de la invasión de Oriente a Occidente, como hicieran las huestes mambisas en la última guerra de independencia.

Camilo combatió al frente de su Columna, en tanto el Che Guevara encabezó la Columna ocho, Ciro Redondo.

Entre octubre y diciembre de 1958 el Señor de la Vanguardia dirigió combates en  zonas apartadas y desconocidas hasta entonces como Seibabo, Venegas, Zulueta —en dos ocasiones—, General Carrillo, Jarahueca, Iguará, Meneses, Mayajigua y Yaguajay.

Tras nueve días de batalla, el sitio de Yaguajay culminó con el triunfo rebelde. Victoria que coincidió con la toma de la ciudad de Santa Clara por las tropas del Che y con la fuga del tirano, el 31 de diciembre de ese año.

La cobarde huida del dictador dejó abonado el camino para nuevos desafíos y artimañas que intentaban abortar el triunfo de la Revolución. Camilo recibió la orden de marchar con rapidez hacia La Habana. Allí tomó el Estado mayor de la tiranía, el Cuartel de Columbia.

A la llegada de la Caravana de la Libertad el ocho de enero a la capital, encabezada por Fidel, Camilo era uno de los Comandantes que lo esperaban, al igual que el Che y Almeida.

Durante su discurso en horas de la noche, el líder de la Revolución demostró la confianza depositada en Camilo con hermosas y sencillas palabras, grabadas por siempre en las mentes de los cubanos.

Fue un año de intenso trabajo y ejecutoria de los jóvenes dirigentes de la naciente revolución, que desde muy temprano empezó a cumplir su vocación de igualdad, justicia social y soberanía nacional.

Tras su fatídica desaparición el 28 de octubre de 1959, pocos meses después del triunfo, el enlutado pueblo y sus compañeros de lucha intentaron en vano encontrar sus restos y los de los dos compañeros que viajaban con él, tras cumplir una trascendente misión revolucionaria.

Su pérdida física significó un duro e inolvidable golpe, solo mitigado por la certeza de que la fuerza de su ejemplo y accionar no envejecen ni desaparecen. En el pueblo, como dijera Fidel, hay muchos Camilos.

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