Escuela Solidaridad con Panamá: Remanso de amor
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Fotos: De la autora
Es Solidaridad con Panamá un remanso de paz. La escuela para niños con limitaciones físico-motoras, ubicada en el municipio capitalino de Boyeros, es expresión de las ideas humanistas de Fidel Castro Ruz, quien la fundó el 31 de diciembre de 1989.
Una preciosa instalación educativa, donde los niños, los padres y los trabajadores son una gran familia.
Era verdaderamente un sueño contar con una institución donde los pequeños con este tipo de discapacidad pudieran aprender a leer, a escribir y a prepararse para la vida.
Así, en los inicios, la matrícula no sobrepasaba los 50 niños, de cuarto grado en adelante, pero luego Fidel conoció que había necesidades en otras provincias y solicitó que se ampliara la cobertura a todo el país.
Han pasado muchos años y Solidaridad con Panamá sigue como el primer día, como Fidel siempre la imaginó, con ese espíritu de salvaguarda de los infantes más necesitados, una institución de la enseñanza especial donde no falta el ingrediente principal: el amor.
En ese logro mucho ha tenido que ver una maestra excepcional, como Esther María La O Ochoa, más conocida por Teté, quien lleva 28 años en el centro. El «alma de la escuela», para quienes allí han visto transcurrir la infancia y la adolescencia.
Esta mujer sencilla —que nació en pleno corazón de la Sierra Maestra, se crió en Palma Soriano y se formó como maestra Makarenko en el llamado plan Minas-Topes-Tarará— llegó a esta escuela dos años después de inaugurada. En un inicio, sería por seis meses, y ya lleva casi una vida.
Al principio todo fue muy difícil, no había descanso, pues siempre hubo alumnos seminternos, quienes salían de vacaciones a sus hogares solo dos veces en el año.
Teté fue organizando el trabajo, consolidando su Consejo de Dirección —que todavía se mantiene—, y tuvo la idea de crear las subdirectoras nocturnas, lo cual favoreció que quienes laboraban por el día, descansaban en la noche.
Poco a poco, a fuerza de consagración y sacrificio, Teté fue haciendo de Solidaridad con Panamá la extensión de su hogar.
Los estudiantes son sus niños, por quienes se preocupa hasta llegar a los detalles. Eso también lo ha inculcado a su colectivo de trabajo, que no solo la respeta y quiere, sino la apoya y sigue en todo lo que se propone.
Teté, al centro. Presente en todo momento y atenta a cualquier detalle que haga feliz la vida de sus escolares.
En la escuela, además de aprender a leer y a escribir, se enseña a llevar la vida según las posibilidades
de cada cual.
Es cierto que una persona no construye sola una obra. Pero, sin duda, ha sido ella una excelsa directora, un ser indispensable que ha logrado hacer de Solidaridad con Panamá el hogar de muchos pequeños y jóvenes; la mayoría de ellos, incorporados en la actualidad a la vida económica y social del país.
Con Nelson Sotolongo, actualmente estudiante de Derecho en la Universidad de La Habana, quien permaneció en Solidaridad con Panamá durante toda su niñez y parte de la adolescencia. Para Teté y la escuela, todo su agradecimiento.
No se le escapa un detalle. El uso correcto del uniforme es condición indispensable en la institución.
Teté es una maestra agradecida. Está consciente de que fue la Revolución quien le puso en sus manos las posibilidades del saber, y a ello ha retribuido con una entrega total a la Educación cubana.
Hoy Solidaridad con Panamá es una bella institución, limpia, espaciosa, cuidada y arreglada. Cuenta con una matrícula de casi 200 muchachos y 138 trabajadores, de los cuales 67 son especialistas en Rehabilitación Física, Psicopedagogía, Psicología, maestros de aula y de Educación Física, profesoras de Educación Laboral, de Terapia Ocupacional y médicos; entre estos, dos estomatólogas.
El gimnasio está dotado de todo lo necesario para que los alumnos realicen la rehabilitación,
pero lo más importante es el empeño que en esta tarea ponen los especialistas.
Vive orgullosa de su escuela, de su Consejo de Dirección, de quienes día a día abren las puertas de esta institución que es paradigma y de referencia nacional. Un lugar que aman los niños, los padres, y todo aquel que mantiene alguna relación con el centro, de una u otra manera.
Entre una y otra anécdota —¡son muchos años!—, contó que una vez estuvo de visita en Inglaterra. «Era una escuela igual que esta y vi unos autobuses preciosos, de verdad que sentí una envidia sana. Uno apretaba un tornillito y era como una especie de elevador, para subir o bajar las sillas de ruedas.
«Entonces pensé: va y, a lo mejor, un día, cuando se acabe el bloqueo, podremos tenerlas. Pero cuando le pregunté al director, supe que los padres pagaban 200 pesos mensuales. Entonces me dije: mira, Teté, sigue con tus guaguas viejas, porque tus niños no pagan ni un centavo. Nosotros tenemos siete ómnibus que viajan la ciudad completa todos los días, y recogen a los alumnos en sus casas por la mañana y los devuelven por la tarde. ¿En qué lugar del mundo se ve esto?»
Junto a Margarita (a la derecha) y a Anisia (izquierda), dos mujeres indispensables, que le han acompañado durante todos los años que lleva en la escuela, y forman parte del Consejo de Dirección.
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Dainey Abreu Socarras
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