«Coreografiar es tener muchos fantasmas alrededor»
especiales
George Céspedes dirige hace algún tiempo una compañía de autor: Los hijos del director. Pero, al mismo tiempo, es coreógrafo residente de la agrupación que lo formó: Danza Contemporánea de Cuba.
Allí bailó por varios años, allí ha creado sus piezas más populares. Lo entrevistamos en uno de los salones de la compañía, después de una sesión de ensayo.
—¿Cómo lidiabas con esa doble condición: bailarín y coreógrafo?
—Yo nunca me propuse ser coreógrafo, yo siempre quise ser bailarín. Incluso, en una etapa muy temprana de mi vida quise ser una estrella de la danza. Afortunadamente, me di cuenta de que eso no era funcional, de que no era posible… Quizás, si hubiera insistido en esa idea, nadie sabe, pero el caso es que comprendí que ese no era mi camino.
«Supe entonces que la danza iba a ser mi modo de expresión. Y traté de superarme a mí mismo, siempre.
«La coreografía sale de la necesidad de utilizar mis propias palabras. Siempre un rol complementaba al otro: el bailarín retroalimentaba al coreógrafo y viceversa. Pero mi gran deseo y mi necesidad, o más bien lo que yo más disfrutaba, era bailar.
«La coreografía era un proceso sufrido, algo macabro dentro de mí, porque eran muchos fantasmas y muertos dándome vueltas a la misma vez».
—Para muchos eres el coreógrafo que identifica a Danza Contemporánea de Cuba en los últimos años. ¿Lo asumes como una responsabilidad? ¿Implica alguna presión?
—Para mí, sinceramente, no tiene ninguna implicación especial. Me tocó un momento en Danza Contemporánea y lo aproveché. Tuve la suerte de que las cosas me salieran bien, pero, sobre todo, tuve la suerte de que me dieran la oportunidad. De alguna manera, me tocó.
«Igual, que me haya tocado no significa que sea por eso bueno. Creo que todavía tengo que superar muchas cosas. Y a medida que pasa el tiempo, te vas dando cuenta de los errores, de las cosas que tienes que aprender y las que te faltan por cambiar. Más desde el oficio que desde la necesidad misma.
«Al principio, uno siente la necesidad y se lanza por un camino, sin pensarlo dos veces. Pero después te das cuenta de que no basta con eso. No solo decir, sino cómo decir, para qué decir, por qué lo dices…»
—¿Hasta qué punto el haber pasado por Danza Contemporánea de Cuba influyó en el bailarín y en el coreógrafo que eres?
—Es que en Danza me hice bailarín y me hice coreógrafo. A pesar de que mis inicios como coreógrafo no fueron en Danza, sino en la Escuela Nacional de Ballet, que fue mi primer laboratorio, fue aquí donde tuve la oportunidad de desarrollarme, o lo que es lo mismo, donde cometí mis más grandes errores. Y también mis más grandes aciertos, por decirlo de alguna manera (eso no me toca decirlo a mí, pero bueno...).
«Así que Danza también fue laboratorio, y al mismo tiempo, escuela personal. Es donde lo he experimentado todo, donde lo he hecho casi todo. A Danza le debo todo… aunque también, en buena medida, me lo debo a mí, he trabajado muy duro.
«Pero realmente ha sido importante esta oportunidad, trabajar con el tipo de bailarines de esta compañía. Estoy convencido de que si no fuera por Danza, no hubiera podido trabajar con otras compañías, de Cuba y del extranjero».
—¿Qué sientes a estas alturas cuando entras a este salón?
—Imagínate. Yo dejé de bailar hace un tiempo, pero esta sigue siendo la misma compañía de cuando entré a los 17 años. Ha pasado por muchos momentos, pero cuando entro aquí es como cuando entro a mi casa. Esa es la mejor imagen: al principio es lo novedoso, pero llega el momento en que te sientes en un hogar. Es donde creas, descansas, te molestas…
«Danza es realmente “mi” compañía, a pesar de que ya tengo compañía propia. Pero mi ser está aquí. De hecho, cuando me preguntan dónde trabajo, lo digo sin pensarlo: “trabajo en Danza Contemporánea de Cuba”, aunque ya tenga otro trabajo. Aquí es a donde pertenezco».
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