ARCHIVOS PARLANCHINES: ¿Qué nombre le vas a poner a tu hijo?

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ARCHIVOS PARLANCHINES: ¿Qué nombre le vas a poner a tu hijo?
Fecha de publicación: 
5 Septiembre 2019
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Los cubanos tenemos fama de ser ingeniosos y ocurrentes en casi todo lo que hacemos. Sin embargo, me parece que en el arte de ponerles nombres originales a nuestros bebés hemos exagerado un poco desde los años 60 hasta acá, a tal extremo, que llamarse en la actualidad Pedro, Juan, María o Esther constituye casi un delito. Y, aclaro, no estoy abogando por el regreso de los Hermenegildo, Pancracio, Simplicio, Olegario, Indalecia o Diosdada. Solo pienso que, en materia de identidad comunicativa, no podemos torcer el rumbo y alejarnos del prójimo. ¡No hay otra!
 

No hace mucho, pasé por la calle Obispo y escuché a una colegiala decirle a otra: «Y a ti te pusieron… ¿Margarita? ¡Ay!... qué cheo… Yo soy Disami y mi novio Usnavi. Mija, hay que estar en la onda…».

En realidad, en las últimas décadas han proliferado en Cuba una gran cantidad de nombres raros y extravagantes que causan espanto a los especialistas del lenguaje, los maestros y los periodistas. Todos los papás quieren que su vástago sea recordado de una manera «única e irrepetible» y no les importa que el vocablo mágico resulte impronunciable o difícil de entender, y ni siquiera refleje le identidad sexual del nuevo miembro de la tribu.
 

En nuestro afán de ser «atrevidos», a veces, le hacemos un raro favor al niño, quien tendrá que cargar durante toda la vida con un apelativo que le enreda la lengua y probablemente odie.
 

Para escoger la designación anómala del heredero, los progenitores usan varias vías: les echan mano a palabras de otros idiomas en su estado original o las adaptan a nuestra lengua, arman híbridos con sus propios nombres o invierten términos. ¡Cualquier idea rara es bienvenida!
 

A partir de 1959, se impone la moda de usar nombres nacidos al calor del proceso revolucionario (Fidel, Raúl, Camilo, Celia…), junto a voces provenientes de la entonces Unión Soviética, como Lenin, Iván, Boris, Irina, Yuri y Tatiana, las que se asocian con otras que nos recuerdan a varias capitales de naciones amigas de Cuba pertenecientes al Lejano Oriente o a África, al estilo de Hanoi o Nairobi, las cuales resultan exóticas para el Caribe.
 

En ocasiones, nos pasamos también de listos y adaptamos al castellano extranjerismos ajenos a nuestra idiosincrasia: Leydi, por lady; Usnavi, por U.S. Navy, y Danyer, por danger. ¡Hasta dónde vamos a llegar!
 

Para mala suerte de algunos recién nacidos, en ciertas oportunidades, los autores de sus días deciden compartir la huella que dejarán, y entonces aparecen mezclas que no siempre se escuchan bien: Robelkis (Roberto y Belkis), Geyne (Gerónimo y Nelly), Mayren (Mayra y René) o Elián (Elizabeth y Juan). ¡Casi nada! Novedosos resultan, igualmente, los «trueques» de sílabas o letras que permiten el surgimiento de denominaciones como Ailed, por Delia; Adianez, por Zenaida, y hasta Orazal, por Lázaro. Sin olvidar, claro, a Descemer (por Mercedes) y a Odlanier (por Reinaldo).
 

Auténticos ajiacos y una provocación para los lingüistas son, además, el invento de unir los pronombres personales yo, tú y él, con el fin de formar Yotuel, y la manía, extendida durante años, de hacer estereotipos con la letra Y: Yanisey, Yumilsis, Yosbel, Yulieski y Yander. Incluso, a Daniel lo convirtieron en Yaniel, por influencia de no recuerdo qué novela brasileña.
 

Lo malo de este proceso es que los niños se ven obligados, muchas veces, a dar agotadoras explicaciones sobre la forma en que se pronuncia y se escribe su nombre, su origen y la identidad del creador. Y ni hablar del sufrimiento que afrontan cuando la maestra pasa la lista. Tuve en la primaria un amiguito que se llamaba Dansisy (por dance easy, en inglés) y siempre llegaba tarde al salón para evitar las bromas y los nombretes de sus compinches.
 

Ya adulto, conocí en Radio Habana Cuba a un joven egresado de Periodismo conocido como Dayesi (sí en tres idiomas), quien siempre lamentaba que papá y mamá se hubieran olvidado del santoral, pues hubiera deseado ser un Jorge, en honor a San Jorge, el santo mártir que derrota al dragón, o un Francisco, por San Francisco de Asís. ¡Pobre tipo!
 

Por fortuna, algunos de los damnificados logran salvar el pellejo y se inventan nombres artísticos, como el caso de la cantante aficionada Yeni, que detestaba su Yenisleidy, o el de Nely, una famosa chef, que casi no podía pronunciar su Nelisdeisys.
 

Por suerte, en los últimos años, se observa una ligera tendencia en la población encaminada a recuperar nombres habituales como Alejandro, Carlos y Daniela, y hasta clásicos como Sebastián, Hernán, Rodrigo, Gonzalo y Jimena. De todas maneras, los expertos creen que los registradores civiles en los hospitales podrían servir de «guías y orientadores», con el fin de bajar de los cielos a la feliz familia, la que, libre en sus decisiones y llena de buena voluntad, puede terminar haciéndole la vida un yogurt a la criaturita antes de empezar a gatear. No hay que olvidar que no solo usamos un nombre: somos un nombre.

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