DE LA HISTORIA DEPORTIVA: Alfredo Evangelista más allá del round doce
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Duodécimo capítulo de un pleito pactado a quince. Muhammad Alí se bate con el hispano uruguayo Alfredo Evangelista. El campeón tiene 37 años, el retador, 21. El aspirante no se ha amilanado en este combate acogido por el Capital Center de Maryland, el 14 de mayo de 1977, ante la realidad y la leyenda enorme que es su rival.
¡Campanazo! Los dos miuras frente a frente. Intercambian golpes. El más joven no retrocede. Es más, daña a su contrario. Rugir de sorpresa y admiración desde los 10 000 aficionados que ocupan sitio en el teatro de la batalla. Ante el televisor, millones observan la escena.
Termina el round. El as aunque sentido, ya en su esquina, ha comprendido que su oponente no es un gato doméstico: ha probado las garras de la fiera. El estadounidense se monta con mayor firmeza sobre el potro de su grandeza y... ¡a pelear!
Cuando aquel muchacho, ahora con 42 años más, conversa con varios periodistas durante suprimera visita a Cuba, supimos de sus recuerdos con respecto a la pelea: “Supo sobreponerse, pero para mí fue un triunfo, y creo que hasta tuve chance de ganarle en el round doce. Fue el combate más importante de mi vida, y a partir de eso me di a conocer".
No exagera el atleta en lo muy bien recogido por Raúl del Pino Salfrán, de Prensa Latina, en entrevista publicada en la revista Orbe. El pretendiente había terminado de pie, batido de tú por tú con uno de los más brillantes boxeadores de todos los tiempos. Rodeado de más alharaca, el argentino Bonavena concluyó noqueado por Alí.
Mareado ante los caminos de la existencia, Alfredo, de 19 años, brillaba en el amateurismo, y respondió a un llamado para jóvenes de peso pesado lanzado por el cubano Evelio Mustelier, más conocido por su nombre de Guerra, Kid Tunero, establecido en España antes de la Segunda Guerra Mundial. Vencedor de tres campeones del planeta, sin ascender a esa cúspide porque la corona no estaba en juego, le negaron posteriormente nuevas posibilidades y el reuma, además, lo obligó a decir adiós al cuadrilátero. En cuanto trabajó con el muchacho, nacionalizado entonces español, comprendió que tenía una joya en sus manos. No le falló el alumno: 14 triunfos en 14 batallas. Resultó el preámbulo de la disputa con Alí. Un año después de su gran tope, sin Tunero cual guía, el as del orbe, Larry Holmes, dispuso de Evangelista en ocho.
“Estaba enfermo y el manager me obligó a pelear porque el contrato estaba firmado”, comenta.
Vendría el tango más conocido por la gente de la disciplina del jab y el upper: a danzar al ritmo de "cuesta abajo es la rodada". Escasea el dinero. Debe ganarse los frijoles. Empieza a trabajar en un recinto recreativo nocturno. Cae en el bache de una ilegalidad. Lo paga con la cárcel. No se pudrió allá: salió confiado en encontrar lo mejor de sí, conseguir andares más hermosos, bien lejos de los pasos corruptos.
No lo atrapó el rencor, el arrepentimiento, sí. Aún sufre con el final de Tunero: “Murió en la miseria. Recogido en un hogar de ancianos. No merecía terminar así”. De Alí opina: “Fue el rey del boxeo, el que revolucionó la técnica; trajo mayor inteligencia. Era un artista...”
En la conferencia de prensa confesó: “Quisiera ver mi vida en un libro. Mi biografía podía ayudar a otros a no caer en mis errores, y todo lo que sirve de mí podría alumbrarlos también".
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