Fuente de la India: deidad de la mitología habanera

Fuente de la India: deidad de la mitología habanera
Fecha de publicación: 
18 Septiembre 2019
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 En su libro La poética Habana el escritor cubano expresa que la Fuente de la India, a lo largo de más de siglo y medio, ha asistido, desde el mismo sitial privilegiado de la ciudad, a las radicales transformaciones que el progreso ha traído a esa urbe.

  Augier se hace eco de las crónicas que cuentan que fue erigida en 1837 por iniciativa del Conde de Villanueva, quien quiso que la figura central de la obra, edificada en mármol de Carrara, simbolizara a la capital de la isla caribeña.

 La vetusta fuente realizada por el escultor italiano Giuseppe Gagguini, esplendorosa, saluda el medio milenio de la Villa San Cristóbal de La Habana.  Está situada en el extremo sur del Paseo del Prado, en una glorieta ubicada justo entre el Capitolio Nacional de Cuba y el Hotel Saratoga.

 Refieren las leyendas que La Fuente de la India o de la Noble Habana constituye una representación donde figura la imagen de la mítica india Habana, esposa del cacique Habaguanex, regente de la zona antes de la llegada de Cristóbal Colón, del cual se cree que toma el nombre la capital de Cuba.

   La instalación fue inaugurada el 15 de febrero de 1837. Su construcción y colocación se debió a la iniciativa del Conde de Villanueva. Tanto esta fuente, como la de los Leones de la Plaza de San Francisco, fueron encargadas a Italia a los señores Gerolamo Rossi y Antonio Boggiano, quienes confiaron el trabajo artístico al afamado escultor italiano Vagina, basándose en los diseños preparados en La Habana por el coronel Don Manuel Pastor con las modificaciones que le introdujo el arquitecto Tagliafichi, de la propia península itálica.

  Está inspirada en una leyenda de una bella aborigen que recibió en el siglo XVI a los navegantes españoles que en 1509 realizaban el bojeo a Cuba. Según los cronistas de la época, al llegar los hispanos al actual puerto de La Habana una india sentada sobre una colosal roca los observaba en silencio y luego se acercó a ellos con cautela.

  Con un gesto circular de sus manos ella hizo referencia a la espaciosa bahía y al monte virgen y pronunció la palabra “habana”. Se dice que uno de los marinos trazó enseguida un boceto de la nativa sentada sobre la roca y la llamó “La Habana”.

  La estatua guarda en su mano derecha el escudo de la ciudad con una llave que representa la posición estratégica de la localidad capital y las tres torres que simbolizan las primeras fortalezas existentes en sus predios.

  En su mano izquierda sostiene una cornucopia con frutas criollas coronadas por una piña. La estatua está rodeada por cuatro delfines de cuyas bocas solían emanar chorros de agua. Una gran concha rodea el pedestal y encima de este, sobre una roca artificial, yace sentada la preciosa estatua.

  Corona su cabeza un turbante de plumas y lleva al hombro izquierdo un carcaj lleno de flechas.

  De ella escribió en 1932 el arquitecto Joaquín Weiss, estudioso del patrimonio cubano:
  “Ese conjunto escultórico urbano, es ya, por sí mismo, la imagen palpable de una síntesis: las convenciones neoclásicas europeas y los elementos americanos que a ellas se suman. La ciudad está representada por una mujer de perfil griego, pero que lleva en su cabeza un penacho de plumas supuestamente “indígena”. Aunque su trono esté asentado, como el de Afrodita, sobre unos delfines, junto a ella están los frutos de la tierra, especialmente la simbólica piña”. Las lenguas de bronce de los delfines sirven de surtidores al agua que vierten en la concha que rodea el pedestal.

  Crónicas de esos tiempos relatan que la noche anterior a su inauguración sopló en la villa un viento tan fuerte que varios árboles y viviendas resultaron derrumbados. Sin embargo, la tela que cubría la estatua ni siquiera se movió.

   La bellísima obra escultórica que identifica a La Habana es visita obligada de cubanos o de personas otras partes del mundo. Cuentan testigos de antaño que poetas de diversas épocas dedicaron sus versos a la Fuente de la India o de la Noble Habana, y es curioso que estos prefirieran el soneto, quizá por ser la forma estrófica que mejor corresponde a la proporcionada estructura del monumento habanero.

  Augier escribió en su libro La poética Habana que era aún reciente la presencia de la edificación de la fuente en el paisaje urbano cuando el poeta de humilde cuna, Gabriel de la Concepción Valdés, conocido por el seudónimo de Plácido, se sintió atraído por el conjunto monumentario. Otros líricos, como José María Heredia y Girard y Emilio Ballagas, también cantaron a la Fuente de la India que airosa, gallarda y acogedora se yergue, siempre hechicera. 

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