Alivio sin Bolton: Desquiciado que se va, otros quedan

Alivio sin Bolton: Desquiciado que se va, otros quedan
Fecha de publicación: 
15 Septiembre 2019
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Tal como Ave Fénix Salvadora, Donald Trump acaba de librarnos por el momento de la presencia de John Bolton como asesor de la Seguridad Nacional de Estados Unidos, algo que ya tenía previsto desde enero pasado, cuando nombró a su adjunto y hoy sucesor Charlie Kupperman.

La salida de Bolton era clamada también hasta por otros halcones menos conspicuos, el establishment que manda, aliados europeos y hasta algunos votantes republicanos alarmados que pudieran hacer mella en la reelección del mandatario.

Sinceramente, la salida del bigotudo émulo de Asterix el Galo y uno de los hombres que han estado declarando abiertamente hasta la conveniencia de una Tercera Guerra Mundial, es algo que debe aliviar a todos, incluso a elementos de poder dentro de EE.UU., que saben que el territorio continental sería reducido a nada en unas cuatro horas si estallara la hecatombe nuclear.

Se va Bolton, por ahora, subrayo, pero por ahí quedan otros individuos peligrosos como Mike Pompeo, un islamófobos ciento por ciento y varios más supremacistas blancos que apoyaban al hoy despedido en sus afanes de declararle la guerra a Irán y a la República Popular Democrática de Corea, y llevar hasta un límite insostenible las relaciones con Rusia y China.

Pero, desequilibrado o no, como se le endosa, el susodicho estaba bastante consciente cuando se hizo millonario en esa trayectoria bélica, aprovechando el maná productor de las drogas en Afganistán, los  emolumentos aprovechados de Arabia Saudita para la consolidación de una organización de la contrarrevolución iraní, con base en Francia.

Recordemos que el nombramiento de Bolton llegó a escasas cinco semanas de la fecha de revisión del acuerdo de no proliferación nuclear alcanzado entre EE.UU. e Irán en el, 2015., y el asesor ayudó a Trump a volar por los aires aquel pacto, como hiciera con el Acuerdo Climático de París, imponiendo de nuevo sanciones económicas sobre Irán y labrando el camino de una nueva guerra, una de las más ansiadas por los sabuesos del militarismo.

Cargo que a veces obliga

El cargo de Asesor de Seguridad Nacional puede resultar de nombre inocuo, pero su influencia es formidable. Instalado en la oficina contigua a la del presidente, participa en todas la reuniones del Consejo de Seguridad Nacional y habitualmente preside las juntas del mismo con el Secretario de Estado y el Secretario de Defensa.

El asesor coordina, revisa y presenta la información que recibe el presidente regularmente sobre asuntos de investigación y los informes que recibe el comandante en jefe del aparato militar del Estado. En momentos de crisis, el asesor informa puntualmente al presidente y consulta con él las decisiones clave.

El puesto sirve, además, para hacer carrera: allí realizó sus pinitos en el Ejecutivo el condecorado general Colin Powell, quien mintió como nadie a Naciones Unidas (cuando Bolton era embajador en dicha institución) sobre la presencia de armas químicas en Iraq, y tuvo además la delicadeza de mandar a retirar antes la reproducción del Guernica de Picasso del salón donde pronunció su discurso. O qué decir de Henry Kissinger, todo un criminal de guerra, que se estrenó como asesor de seguridad nacional antes de completar sus mejores jugadas en los campos de Vietnam, Chile o Timor Oriental y recibir luego el Premio Nobel de la Paz.

Hablar de su desprecio a los pueblos llevará mucho tiempo, y escribirlo ocuparía estantes enteros. Para él no deberían existir gobiernos y pueblos como Venezuela, Cuba y Nicaragua. Su desprecio a la ONU queda recogido en estas palabras:" Naciones Unidas no existen. Existe una comunidad internacional que de vez en cuando puede liderar el único poder real que queda en el mundo, que es Estados Unidos".

Señaló también a la Libia de Gadafi (cuando este era aliado de Occidente), o a la Siria de Assad, reclamando el derrocamiento militar de ambos. En el 2011, declaró convencido que “lo que más nos hubiera convenido habría sido derrocar al régimen sirio. El mejor momento para hacerlo probablemente hubiera sido justo después de eliminar a Saddam Hussein, cuando teníamos cientos de miles de tropas en la región”. Para Bolton, la Guerra de Iraq fracasó, porque no llegó a la Tercera Guerra Mundial.

Pero Bolton no discrimina geográfica ni ideológicamente: en el 2002, le sopló a Judith Miller, una periodista de The New York Times, de las mentiras que cimentaron la guerra de Iraq, que el gobierno cubano estaba desarrollando armas biológicas, y sugirió la intervención en suelo cubano para “derrocar al régimen y acabar así con la amenaza”.

Su manual de vender guerras apenas cuenta con un puñado de estrofas, que repite hasta la saciedad, como si de versículos del Corán se tratase: Estados Unidos no puede esperar más; será demasiado tarde; la amenaza es inminente; la diplomacia ha fracasado; la comunidad internacional no actuará y Estados Unidos debe ejercer su supremacía y defenderse… En eso Bolton es más plano –y menos cínico— que sus colegas, que a menudo revisten su discurso de la necesidad de exportar democracia, o valores liberales.

Bolton es un hombre con una misión ideológica –la supremacía estadounidense a toda costa— que rezuma en su manera de ver el mundo del hipernacionalismo sin la “rémora” del aislacionismo que suele acompañarla.

Y esto es solo una pequeña parte de una leyenda hoy en suspenso, que podrías continuar en un nuevo mandato de Trump, su querido amigo.

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