PENSANDO Y PENSANDO: Tienda y escuela

PENSANDO Y PENSANDO: Tienda y escuela
Fecha de publicación: 
29 Agosto 2019
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Los medios de comunicación se hicieron eco de la odisea que significó para muchos padres la compra de los uniformes escolares. Las colas, en no pocos lugares, fueron un reto a la paciencia. Pero, como sucede casi siempre, en septiembre todos los niños asistirán a los actos de inicio del curso con sus uniformes.

Tendrán en sus aulas la base material de estudio, lo imprescindible: los libros de textos, las libretas, los lápices. Cada uno tendrá su pupitre. Y lo principal: todos contarán con su maestro, sin que las familias tengan que pagar por él.

El Ministerio de Educación ha garantizado la cobertura, y la situación es mejor que años anteriores, pues gracias al incremento de los salarios en el sector presupuestado miles de profesionales que habían abandonado sus puestos en búsqueda de mejores oportunidades regresarán más motivados.

Aula, libros y libretas, uniforme, maestros… con eso basta para ofrecer educación. La calidad dependerá del empeño y la capacidad del personal, del cumplimiento cabal de los objetivos específicos de cada grado, de la complementación de la escuela con la familia, del apoyo de las disímiles instancias de la comunidad.

Y también, claro, del compromiso de los niños y sus padres.

La escuela, se ha dicho muchas veces, es una institución básica, sostén de cualquier proyecto de nación. Un país sin buenas escuelas, es un país sin raíces.

Por eso no se puede ver la educación como mero gasto de recursos, sino como una inversión para el futuro.

Que una parte tan significativa del presupuesto nacional esté dedicada al proceso educativo, en todos sus niveles, no es un alarde propagandístico (como piensan algunos), sino una apuesta por el desarrollo integral de la sociedad.

Los muchos desafíos de la educación cubana contemporánea, sus problemas y potencialidades, no incumben solo al personal docente y a los funcionarios de determinados ministerios: tienen que ser objeto de un debate nacional.

Y ese debate tiene muchas aristas e implicaciones puntuales. Hay fenómenos relativamente recientes, por ejemplo, que inciden en el acceso igualitario a la educación. No pocas familias están asumiendo la escuela como espacio de exhibición de determinado nivel de vida, traducido en los implementos, la ropa, el calzado que llevan sus hijos a las aulas.

La equidad que promueve el uniforme se tambalea ante esa emulación por llevar la mochila más espectacular, las zapatillas de marca, tabletas y celulares sofisticados.

Preocupante es el círculo vicioso que se establece: padres que no cuentan con muchos recursos realizan grandes sacrificios porque sus hijos “no pueden ser menos que nadie”.

Más preocupante todavía: los niños llegan a asumir con naturalidad la lógica de que vale más quién más tenga… y puede llegar a suceder que un estudiante con excelentes resultados académicos sea subvalorado por sus compañeros porque no use la mochila de moda o porque calce zapatos sencillos.

El reconocimiento en las instituciones educativas tiene que estar ligado al desempeño escolar, no a elementos accesorios. Hay que estimular el estudio, la disciplina, el entusiasmo ante las actividades deportivas y culturales, los vínculos con otras instituciones comunitarias.

Los maestros tienen un rol importante en ese sentido. Pero no solo, ni siquiera sobre todo, los maestros. La clave está en la familia.

Obviamente, es legítimo y hasta necesario que los padres se interesen porque sus hijos vayan a la escuela con todo lo que necesiten; lo improcedente es que actúen como si pasillos, terrenos deportivos y aulas fueran pasarelas para mostrar lujos y privilegios.

A la escuela se va a estudiar, a formarse en valores, a intercambiar en igualdad con otros niños, a crecer…

Tienda y escuela no son conceptos equiparables.

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