PENSANDO Y PENSANDO: La «justicia» por mano propia

PENSANDO Y PENSANDO: La «justicia» por mano propia
Fecha de publicación: 
22 Agosto 2019
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Al final de cada emisión de Caso cerrado (Telemundo), después de los créditos, un letrero advierte que algunos de los casos están dramatizados, asumidos por otras personas, para proteger la intimidad de los implicados.

La propia conductora, la doctora Ana María Polo, ha admitido en entrevistas que muchos de los litigios que se dirimen en el programa están arreglados, porque «lo que vale es el mensaje que se transmite».

Pero buena parte de las demandas se sostienen en situaciones tan sórdidas, tan groseras, tan violentas… que el mero hecho de hacerlas públicas ya podría generar un debate ético.

Pero esa no es la lógica: lo importante es que el producto sea rentable. Y lo morboso vende. Siempre se podrá adaptar el concepto de lo correcto.

¿Por qué gusta tanto Caso cerrado? Primero porque es un espectáculo perfectamente funcional: ágil, «pirotécnico», bien estructurado…

En segundo lugar porque hay conflictos de la cotidianidad que siempre llaman la atención, motivan simpatías y antipatías: el público puede identificarse con esas situaciones.

Y por último, pero no menos importante, porque la obscenidad publicitada cautiva a importantes segmentos de la audiencia: esa sensación de ver desde la barrera (a salvo de cualquier implicación práctica) un proceso escabroso, satisface deseos que no siempre se admiten públicamente.

Se puede responder con elemental sentido de la decencia a las dos primeras demandas. De hecho, muchos programas de televisión lo han hecho con éxito y sin escandalosas concesiones.

Atender la tercera «necesidad» es un poco más complicado: ¿Dónde está la línea de contención? ¿Quién la establece?

Puede incluso que Caso cerrado se avenga a lo política y académicamente correcto cuando ofrece «soluciones» a conflictos generados por la violencia de género, el machismo, la homofobia… o por intereses encontrados en disímiles ámbitos de la convivencia humana.

El problema es la naturaleza de la mayoría de esos conflictos: los productores convierten los «litigios» en grotesco carnaval de antivalores, y la manera en que son «resueltos» está lejos de ser decorosa.

Tan o más grosera que demandantes, demandados y testigos puede llegar a ser la propia doctora Polo, quien muchas veces se regodea en una poco disimulada superioridad.

Como si muchos de los litigantes fueran seres inferiores. Todos los acuerdos, todos los contratos previos, todas las jurisdicciones otorgadas… pudieran parecer papel mojado ante este espectáculo de degradación.

Y aunque los realizadores aseguran que las historias son absolutamente reales, resulta evidente el énfasis en la liviandad y la impudicia. Todo por un puñado de dinero: Muy triste ha sido ver a algún que otro actor cubano «interpretando» a un abrumado demandante.

Caso cerrado puede parecer incluso divertido. Y ciertamente, muchas situaciones son hilarantes. Lo preocupante es que para algunas personas la doctora Polo devenga una especie de árbitro universal, referente indiscutido de ética.

Hay quien ve los programas con plena conciencia de «la trampa», muchas veces para pasar el rato… Pero otros se los toman muy en serio, hasta el punto de que los asumen como enseñanza de vida.

La divinización de la doctora Polo es un éxito de la industria de la tontería, que no está gestionada precisamente por tontos.

Convendría aprender a separar la paja del grano. Por supuesto que esas situaciones (incluso, las más manipuladas) pueden existir y existen. Pero se puede (y se debería) lidiar con ellas con dignidad, sin convertirlas en atracción de feria.

La justificación más socorrida, «eso es lo que quiere el público», es discutible: eso es lo que se le ofrece al público para canalizar ciertas demandas, sin detenerse en otras consideraciones. Y con claros intereses.

Es fácil frivolizar la justicia, la vocación de justicia, el anhelo de justicia. Lo complicado es tratar de equiparar ese «circo» con los desafíos de la realidad. En Caso cerrado no lo intentan… aunque la doctora Polo diga que su programa es la vida misma.

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