Cumplir la máxima de Por La Habana lo más grande...

Cumplir la máxima de Por La Habana lo más grande...
Fecha de publicación: 
13 Agosto 2019
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Mientras el ómnibus realizaba su extenso recorrido, ella imaginaba cómo quedarían finalmente cada una de las obras que por estos tiempos reciben algún tipo de beneficio constructivo de cara a los 500 años de La Habana y, sobre todo, cuánto durarían los arreglos o las nuevas inversiones.

Ese mediodía, en la intersección de las calles de Palatino y Santa Catalina, varios trabajadores pintaban las rejas de la antigua Finca de los Monos, instalación que está llamada a convertirse en un centro moderno para “aprender jugando” con el empleo de las nuevas tecnologías.

Y continuaba recreándose con las imágenes de otras construcciones en ejecución o ya terminadas, como el majestuoso Capitolio de La Habana, la Plaza de Cuatro Caminos, los edificios multifamiliares y la terminal de la llamada Lanchita de Regla, en La Habana Vieja o, simplemente, las modernas y funcionales paradas de guaguas que se han levantado recientemente en el municipio de Plaza de la Revolución.

Sin duda alguna, detrás de cada una de estas edificaciones restauradas —salvadas de la indolencia, del paso del tiempo y hasta del olvido— no solo está el esfuerzo de miles de trabajadores sino, además, millonarios recursos puestos a disposición del pueblo.

¿Será posible conservar la belleza de estas obras?, ¿su cuidado se realizará con absoluta responsabilidad? ¿quienes deberán rendir cuenta por ello estarán conscientes del valor de todos esos inmuebles?, son algunas de las preguntas que alguien con sensatez pudiera hacerse, sobre la base de vivencias que arrojan, desgraciadamente, todo lo contrario.

Hace un par de año, mientras asistía a un concierto en el teatro del Edificio de Arte Cubano (antiguo Palacio de Bellas Artes) presencié cómo los adolescentes y jóvenes del barrio patinaban velozmente por las aceras colindantes y maltrataban la hermosa estatua de la autoría de Rita Longa, que da la bienvenida.

En esa oportunidad un visitante le comunicó a un custodio del lugar lo que estaba sucediendo y la respuesta que dio fue la siguiente: “A mí solo me importa lo que ocurra aquí adentro, con lo de allá afuera nada tengo que ver”.

Tal respuesta fue una especie de mazazo para quienes nos preocupamos por lo que estábamos presenciando. Sin embargo, no hubo una llamada de atención, ni siquiera un “asomarse” para provocar una actitud coercitiva ante quienes estaban acabando con el ornato público de este hermoso lugar, patrimonio de nuestra cultura.

De ahí que resulta necesario “poner el parche antes de que aparezca el hueco”, como dice el refrán popular.

En noviembre venidero la capital mostrará sus mejores galas, varias son las obras que quedarán inauguradas por esos días de celebración y resulta imprescindible pensar desde ahora por su cuidado y asumir con seriedad que tales construcciones (reparadas, reconstruidas o edificadas) están llamadas a sobrevivir años, quizás décadas, pues no es justo derrochar lo que el Estado ha dispuesto para su funcionalidad y disfrute.

El hogar, la familia, la escuela, deben tener entre sus propósitos educativos el cuidado de los bienes sociales. Sí, es verdad, no es mío, no es tuyo, pero es de todos.

Los habaneros nos sorprendemos cuando visitamos otras provincias, y encontramos ciudades pintadas, arregladas, con una limpieza reluciente. Entonces la admiración brota a flor de piel. ¿Somos o no somos todos cubanos?

La actitud pasiva antes descrita en el Edificio de Arte Cubano, por mencionar un ejemplo, debe dar paso a respuestas de enfrentamiento frente a lo mal hecho y contra ese espíritu devastador que caracteriza a algunos ciudadanos, a quienes poco les importa residir en lugares limpios, bonitos, funcionales, que sean la verdadera cara de quienes los habitamos.
 
La máxima de Por La Habana lo más grande —a propósito del aniversario fundacional— no puede pasar de moda. Ello implica mayor respeto por una ciudad que es de todos.

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