Ese día para siempre

Ese día para siempre
Fecha de publicación: 
16 Julio 2019
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El verano es vacaciones, recreo, disfrute... Pero es también graduaciones, al menos en esta Antilla Mayor.

Cada julio, en el país egresan cientos de miles de muchachos de los distintos niveles de enseñanza.

Para aquellos que, en particular, concluyen la enseñanza superior, ese día de julio es de los que nunca se olvidan. Queda inmortalizado en fotos, videos, y en ese flamante título en papel alba, que huele a oficialidad por las cuatro esquinas y, entre firmas, cuños y folios, representa el término de una etapa muy importante en la vida de cada quien.

Es un punto de inflexión no solo para el recién graduado, también para su familia. Hay madres y padres a quienes no se les encienden las barriguitas porque no son cocuyos, pero, si pudieran, por tanto orgullo, andarían irradiando luz durante semanas enteras.

Y es que cuando se ve al hijo o hija sosteniendo por primera vez su título de licenciado, ingeniero o médico, vienen como en avalancha un montón de recuerdos que tienen su coronación en ese documento.

Llegan aquellos primeros días de preescolar cuando le enseñabas a sostener el lápiz, a trazar aquellos círculos, a organizar conjuntos. Llega también la maqueta de los aborígenes cubanos que construyeron juntos en Primaria, la llamada de la maestra de Secundaria porque «el niño se fajó»; vienen igual aquellos días de nervios para los exámenes de ingreso; luego, ya en la Universidad, las madrugadas en que te levantaste para prepararle un café que le ayudara a estudiar.

Son tantos los disfrutes y sobresaltos evocados, que pareciera como si también los padres vencieran junto a los hijos una etapa de sus vidas. De hecho, así es.

Y más triunfo resulta todavía, más mariposas aletean a uno entre pecho y espalda, si «el niño» es el primero de la familia en graduarse de la Universidad.

Lo que no pudieron ni la abuela ni los padres ni los tíos, él lo consiguió. Aunque por momentos se las vieran negras en casa y él más de una vez se repitiera —sin atreverse a decirlo a la vieja— que cuánta falta le haría una laptop. O, sentado en el otro platillo de la balanza, se animara diciéndose que ahora sí, que dejo la carrera y me meto a la chapistería con el primo.

Pero no la dejó. Y ahora sostiene en sus manos el título de graduado de nivel superior mientras la mirada le anda revoloteando entre dos orillas: gratitud y felicidad.

Sí, en el verano cubano hay días que son para siempre.

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