ZONA CRÍTICA: Por qué hace falta una Bienal

ZONA CRÍTICA: Por qué hace falta una Bienal
Fecha de publicación: 
24 Abril 2019
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Algunos critican que el Estado dedique un presupuesto para la XIII Bienal de La Habana en medio de las actuales dificultades económicas. He aquí algunas de las razones por las que hay que defender esta cita de las artes…

“Si la aplazaron una vez porque no había recursos para celebrarla —razona una conocida en Facebook—; mejor la hubieran suspendido definitivamente; el horno no está para pastelitos”.

Ciertamente, para “pastelitos” no está el “horno”, pero la Bienal de La Habana no es un capricho, un gasto innecesario…

Algunos, en efecto, creen que el arte es un lujo, algo de lo que se pudiera prescindir en los momentos complejos. Porque el arte no se puede comer, porque el arte (generalmente) no produce riquezas… asumiendo la riqueza en su dimensión puramente material.

Pero los aportes del arte, aunque no “contables”, son extraordinarios.

El arte eleva la calidad de vida (no solo de pan vive el hombre) y contribuye al diálogo efectivo del individuo con el entramado en el que se inserta, que lo integra.

Renunciar a ese impacto en el más amplio espectro de la ciudadanía (o al menos, renunciar a la pretensión de democratizar cada vez más ese impacto) equivaldría a circunscribir ciertas experiencias estéticas al disfrute de elites, cerrando a grandes mayorías una importante ventana al conocimiento del mundo y sus circunstancias.

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El presupuesto de la Bienal no es multimillonario (no podría serlo en un país pobre, que enfrenta difíciles circunstancias), pero utilizado racionalmente, atendiendo a las jerarquías artísticas y las necesidades puntuales de artistas y espectadores, puede garantizar una convocatoria más que digna, que contribuya a mantener un derecho inalienable: el pleno acceso a la cultura.

La cultura (no es pura consigna) nos hace más libres.  

En esta Bienal hay opciones para todos los públicos (para cumplir esa demanda un tanto populista): aquí hay propuestas de disímiles estéticas y visiones conceptuales, aquí se integran discursos múltiples y, algo importantísimo —se ha dicho mucho—: se va más allá de los espacios tradicionales para la exhibición, para la socialización del arte.

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Hay personas que recorren ahora mismo el Malecón de La Habana, por ejemplo, y tienen a su disposición una importante producción artística… es muy probable que muchas de esas personas nunca hayan puesto un pie en una galería.

Llegar a esos sectores pudiera parecer una utopía en otro contexto. En La Habana es una realidad.

El público de la Bienal es, probablemente, el más heterogéneo de Cuba.

En la Bienal, el arte sale al encuentro del espectador. Eso, se mire como se mire, es una ganancia. Esa es una de las razones para defender la celebración de este encuentro, por más que resulte complicado organizarlo.

Y hay más: la Bienal es la principal plataforma para el arte cubano contemporáneo: muchos artistas quieren estar en la Bienal porque la Bienal es una vitrina, en un país que no cuenta con una Feria de Arte consolidada…

Pero esa condición opera en los dos sentidos. Para el público es la oportunidad de descubrir la obra de interesantes creadores, cubanos y extranjeros. Y disfrutar la experiencia, y dejarse “provocar”, y participar en el debate que se le propone.

El arte no es ámbito puramente contemplativo, es (puede ser) mucho más; el arte incide en todos los esquemas sociales.

Los que le señalan a la Bienal una vocación puramente propagandística deberían recorrer buena parte de las exposiciones.

Las propuestas no son “complacientes”, no siguen pautas impuestas desde una oficina, no se construyen precisamente “torres de marfil” (aunque regodearse en estilizaciones “estériles” también es un derecho del creador); casi todo el arte (el de “afuera” y el que se concibió aquí) está comprometido con sus circunstancias… en la manera en la que la creación puede hacerlo: no hay que pedirle al artista lo que tocaría pedirle al político.

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La gestación y socialización de sentidos, la incitación a pensar y a cuestionarse circunstancias… son también ganancias, aunque parezca mínimo su alcance y poca sus concreción pragmática.

La complejidad del panorama amerita recreaciones complejas, estimula la creatividad.

La Bienal, de acuerdo, puede resultar válvula de escape, pero puede ser también punto de partida de un debate serio y responsable sobre los desafíos más actuales.

Hay que producir y distribuir más comida, pero eso no significa que se tenga que “producir” y compartir menos arte, buen arte: los espacios naturales para la realización estética (condición humana) de cualquier forma van a ser ocupados por “productos” de disímiles calidades (nadie rechaza la belleza, independientemente de cómo la conciba).

La Bienal es (tendría que seguir siendo) una apuesta por el arte de altísimo vuelo. La virtud de la belleza. Su inefable utilidad.

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