JOVEN Y ARTISTA: «El teatro es una manera de salvarnos»

JOVEN Y ARTISTA: «El teatro es una manera de salvarnos»
Fecha de publicación: 
3 Abril 2019
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Maikel Chávez llegó a La Habana desde Caibarién siendo casi un niño, con un montón de historias y personajes en la maleta y una obra hermosa que, ya montada para el teatro, encantó a cientos de espectadores, de todas las edades.

Ha pasado el tiempo y ahora mismo es un reconocido (y galardonado) actor, titiritero, dramaturgo y escritor cubano. Lo entrevistamos para esta serie…

—¿Hasta qué punto se parece el Maikel que responde esta entrevista al que llegó a La Habana hace más de una década?

—Yo creo que lo que diferencia a este Maikel de 35 años de aquel guajirito que llegó a La Habana con apenas 17 años son precisamente los años que han pasado. Yo sigo teniendo esa máxima que defendí desde el primer momento: la alegría tienes que vivirla con alegría infantil, porque así llegan las oportunidades.

«Eso es lo que he hecho toda mi vida: jugar al teatro.

«Yo recuerdo que hace poco, cuando hice voces para el Elpidio Valdés de Juan Padrón, él me dijo que esto que hacíamos era muy divertido, que nos gustaba mucho y que encima nos pagaban por hacerlo.

«Me he dado cuenta que sí, que hay que divertirse mucho. Tienes que apropiarte de tu obra como si fuera el gran juego… pero un juego bien serio».

—¿Y dónde está la seriedad de ese juego?

—Hay que entender la diversión como un estado del alma. Esta es una profesión que lleva mucho estudio. Recuerdo que cuando entré a la Universidad de las Artes, mi maestro de dramaturgia, Freddy Artiles, me obligó a estudiar teatrología. Yo le decía: yo no tengo nada que ver con eso; y él me respondía que sí, que yo tenía que estudiar teatrología para que viera el fenómeno de mi obra desde otro punto de vista; para que te separes y sepas analizar…

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En una puesta con su compañía, Teatro Pálpito. Foto: Javier Carvajal.

«Al principio yo no lo entendía, pero después me di cuenta de que me aportaba muchísimo. Sobre todo al escritor que soy. No soy el mismo. Una cosa era cuando tenía 17 años, cuando escribí Con ropa de domingo (que fue un espectáculo que me trajo grandes alegrías), y otra cosa es ahora, cuando escribo ahora. He visto un crecimiento en cuanto a la técnica.

«Todo eso se logra con estudio, replanteándote constantemente los procesos creativos, no te puedes estancar. Si yo me hubiera quedado con la fórmula de Con ropa de domingo, que fue tan exitosa, que tuvo tantos premios, con la que giramos tanto… pues no hubiese crecido.

«Tuve que ir probando otros estilos, tranzando otras estrategias».

—Eres actor, titiritero… y también dramaturgo, escritor. ¿Cómo llevas esa dualidad?

—Jorge Oliver, en los Estudios de Animación del ICAIC, me dijo que yo estaba loco. Él también está loco, por cierto. Y esa locura radica precisamente en tratar de buscarle matices a lo que uno hace.

«Cuando yo estoy en el teatro, y no estoy actuando (es mi obra, pero no estoy actuando), pues yo hago la banda sonora, hago el sonido. Me gusta participar siempre, de cualquier manera. Cuando estoy escribiendo para niños, narrativa y no teatro, también estoy dibujando los personajes. Yo me paso el día entero dibujando.

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Junto a Jorge Oliver.

«Las personas de la radio, que me conocen, saben cuándo yo estuve en el estudio porque dejo los guiones llenos de dibujos, de caricaturas… Esas caricaturas suelen ser los personajes que aparecen después en las obras, en los libros… o que me ayudan a mí como actor a la hora de interpretar.

«Yo no lo veo divorciado. Yo veo el trabajo del actor, del escritor y del director como un todo que se comunica, como un aporte a mi crecimiento».

—¿Por qué hay que hacer teatro?

—Porque es una manera de salvarnos. Se trata de crear sobre el escenario otra realidad, tu realidad, el mundo que te gustaría, no necesariamente el mundo en que vives.

«Desgraciadamente en el mundo en que vivimos no todo es como uno quisiera. Pero yo desde el teatro puedo hasta transformar la realidad.

«Puerto de coral, por ejemplo, es la historia de mi familia. Pero hay mucha ficción, hay muchas cosas que son lo que a mí me hubiera gustado que hubiera sido mi familia».

—¿Cuál es tu público ideal?

—Yo le tengo pánico al público. Todos los públicos son distintos. Yo he tenido espectadores que reaccionan maravillosamente bien con mis obras y luego salen diciendo que no les gustó la obra. Y también he actuado frente a personas que se mantienen callados durante toda la función, yo salgo deprimido del teatro, y después resulta que vienen y me dicen maravillas de la obra.

«Mi público ideal es aquel que dialogue con mi obra. No el que “la entienda”, eso me parece absurdo: entender o no entender, sino aquel que se comunique con ella y recoja la esencia».

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—¿Qué se le puede decir a un niño y qué no desde un escenario?

—El niño de estos tiempos no es el niño de hace cuarenta años. Los escritores de teatro para niños, los que trabajamos para niños en sentido general, tenemos que ser consecuentes. Estos niños tienen ya acceso a las nuevas tecnologías. A estos niños, desgraciadamente, en muchos cumpleaños les ponen música para adultos, y escuchan conversaciones de adultos.

«Con el niño de aquí y ahora dialogo sobre problemáticas complejas. Escribí un libro, por ejemplo, donde hablo de la muerte. Yo creo que el niño tiene que estar preparado para enfrentar esos dramas.

«Antes, hablar de la muerte con un niño era un tabú. Ahora no tanto: hay que prepararlo, tienes que ayudarlo a crecer.

«Pero yo siempre desde mis obras establezco un diálogo doble: escribo la obra para el niño, pero también para el padre.  Por eso mis obras casi nunca las enmarco en el “teatro para niños”, es más bien teatro para toda la familia.

«Hay dos niveles de lectura. Y así, de alguna manera, estoy obligando al niño a que le pregunte al padre.

«En Con ropa de domingo, por ejemplo, había funciones en que los padres terminaban llorando, y los niños se quedaban extrañados al ver eso. Eso me encantaba, porque el niño dialogaba con el padre: “¿Por qué lloras con esta obra si yo me estoy riendo?”»

—Haces radio, cine… pero pareciera que tu casa es el teatro. ¿Qué es para ti la compañía que te ha acogido?

—Teatro Pálpito es mi familia. Lo es todo. Ariel Bouza me enseñó casi todo lo que yo sé del teatro. Sobre todo me enseñó a amar el teatro. Él es maestro de actuación, y también es un excelente actor (yo le insisto para que actúe más, pero dice que ya está muy viejo para eso, aunque ya lo tengo casi convencido para que actúe en la próxima obra).

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Junto a dos actores muy queridos: Corina Mestre y Ariel Bouza.

«En Teatro Pálpito tenemos a veces grandes discusiones en medio de los procesos creativos, pero son discusiones que aportan al crecimiento de la obra.

«A veces yo intervengo en la puesta en escena, Ariel interviene en el texto, los actores lo dinamitan casi todo… y ese trabajo en colectivo, desde el respeto, es algo vital.

«Yo no concibo mi vida sin Teatro Pálpito. Sé que va a seguir si yo no estuviese. Pero me encanta esa metáfora: yo no concibo mi vida sin esa compañía».

—¿Hasta qué punto escribes para el niño que fuiste?

—Yo siempre escribo y actúo para el niño que soy. El día que me levante y deje de sentirme niño, yo creo que se murió todo.

«Una de las cosas que más yo disfruto es ponerle las voces a los dibujos animados en el ICAIC. Y lo hago de la misma manera en que yo jugaba cuando era pequeño. Yo me recuerdo poniéndoles voces a muñequitos, piedrecitas…

«A veces voy por la calle hablando con los perros y los gatos se me cruzan. La gente pensará que estoy loco (también es un ejercicio para entrenar los resonadores y buscar las voces).

«Pero mi mayor aspiración es que la vida para mí siga siendo siempre un juego».

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