CRÍTICA DE CINE: Hannah

CRÍTICA DE CINE: Hannah
Fecha de publicación: 
28 Enero 2019
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Hannah, de Andrea Pallaoro y con Charlotte Rampling en una exhibición imperial, es buen ejemplo de ello. No en balde, todo el empeño de la cinta es retratar el hueco entre nosotros y el resto. Nada más importa.

Como hace no tanto hiciera en esa perfecta y desolada radiografía de la desolación misma que es 45 años, de Andrew Haigh, Rampling insiste en trabajar a media luz. Quizá en la simple oscuridad. A solas siempre.

La película se detiene en la historia breve de una anciana que, tras dejar a su marido en la cárcel, sigue con su vida. Asiste a clases de teatro para aficionados, trabaja como limpiadora, acude a la piscina, alimenta (o lo intenta) a su perro...

Inteligente, calculado y doloroso estudio sobre la identidad, sobre lo que significa ser algo o alguien en el más complejo vacío.

Toda la propuesta del director se resuelve en la intensidad de unos gestos necesariamente mínimos. Todos ellos giran de forma metódica y cada vez más profunda sobre la herida de un silencio doloroso, de un pecado impronunciable. Imperdonable. Sus hijos la rechazan, su entorno la ignora, su memoria la castiga.

El resultado es un inteligente, calculado y doloroso (mucho) estudio sobre la identidad, sobre lo que significa ser algo o alguien en el más completo vacío. La grave gravedad de lo que pesa.

Y en medio, una Charlotte Rampling con la más brillante vejez imaginable. Pocas actrices son capaces de llorar por dentro como ella lo hace; nadie como ella está en condiciones de cargar de significado cada uno de los más intrascendentes gestos cotidianos. En soledad.

Es uno de los procedimientos recurrentes de cierto cine contemporáneo: seguir de forma minuciosa y estrecha a un personaje en el curso de lo que se configura como una rutina cotidiana, a menudo sin dar mayores explicaciones (en Hollywood no pueden evitar insertar algún flashback) y sin incurrir en lesa psicología.

Este vaciado de la ficción clásica nos deja encerrados con el solo juguete de la observación, de la importancia de los sonidos y de la temporalidad, frente a los ya algo pasados de moda placeres de la vieja dramaturgia.

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