DE CINE EN CINE: Traducir dolores

DE CINE EN CINE: Traducir dolores
Fecha de publicación: 
13 Diciembre 2018
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A sala llena, el Acapulco, como otros cines capitalinos, fue testigo del aplauso a uno de los largometrajes que concursan en la categoría Óperas Primas del 40 Festival de Cine de La Habana: la coproducción cubano-canadiense “Un traductor”.

Basado en hechos reales, el tema de este filme de 107 minutos, merecedor del premio a Mejor Dirección en la edición 21 del Festival Internacional de Cine de Shanghai, constituye por sí sólo un tanto a su favor. Por vez primera se aborda desde la cinematografía el tratamiento médico recibido en Cuba por los niños rusos afectados en el desastre nuclear de Chernobil.

Pero “Un traductor” implica más que el acercamiento tangencial a tamaña catástrofe.

Malin, profesor universitario de literatura rusa es sorpresivamente compulsado a trabajar como traductor durante la asistencia médica que reciben en esta isla los menores de la entonces Unión soviética, impactados por el accidente nuclear.

Luego de una inicial inconformidad, se involucra hasta lo más hondo de sus sentimientos en la tragedia que viven esos menores golpeados por la radioactividad, sus familiares, y también el personal médico cubanos que les atiende.

Dirigido por los hermanos cubanos Rodrigo y Sebastián Barriuso González, quienes se inspiran en lo vivido por sus propios padres -y así lo explicitan al concluir el filme-, hubiera sido quizás conveniente referencia más abundante y explícita a la catástrofe de Chernobil. Como aconteció a fines del pasado siglo (1986), sus motivos y consecuencias pudieran resultar demasiado distantes en e l tiempo y, por tanto, poco conocidos por los más jóvenes.

Conmovedora pudiera ser de los principales adjetivos que acompañen a esta entrega, con guión de Lindsay Gossling y dirección fotográfica a cargo de Miguel Ioan Littin Menz.

Una pena que en ocasiones la historia no logre la esperada progresión dramática y, a modo de noria, gire y gire en torno a un mismo punto sin desplazarse lo necesario, sobre todo durante el primer cuarto de película.

En primera instancia, la cinta apela a sentimientos y emociones cuyas compuertas sabe abrir el trabajo actoral. No por gusto el brasileño Rodrigo Santoro, en el protagónico de Malin, fuera nominado a los premios Fénix como mejor actor iberoamericano del año por esta película.

Con profesionalidad le secundan Maricel Álvarez, en el papel de la enfermera argentina, y en el rol de esposa, Yoandra Suárez, quien previo a la presentación en el Acapulco comentara a los asistentes sobre la carga emotiva que había significado para ella participar en la película.

Y si logrado se percibe el desempeño actoral de los protagonistas, así como de otros participantes –lástima que Doimeadiós en un papel secundario no tuviera oportunidad de brillar más, como es habitual en sus presentaciones-, merecedor de aplausos especiales resulta el desempeño de los niños, en particular quien encarna a Alex con sus expresivos y profundamente tristes ojazos.

¿Los desencuentros de la pareja formada por Malin y su esposa, impactada en su dinámica por las nuevas exigencias y dramas que enfrenta el profesor?, ¿la historia de entrega y sufrimiento desencadenados en el protagonista? Ambos y más pilares sustentan esta película que bien traduce el sentir humano.

Diciembres y otros meses.

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Y si “El traductor” se concentra en los dolores asociados a una catástrofe nuclear como la de Chernobil, la coproducción panameño-colombiana “Diciembres” lo hace en los derivados de la brutal invasión estadounidense a Panamá, acontecida el 20 de diciembre de 1989.

Ganadora de Mención especial a su guión en la XVII Festival de Cine Independiente de Roma, esta entrega de 87 minutos es una de las cuatro producciones panameñas incluidas en el Festival, este caso en la sección Panorama Latinoamericano.

“Diciembres” ofrece la original versión de su director y guionista Enrique Castro Ríos de la tragedia que significó aquella invasión.

La historia que desconcertante y violentamente inicia con el ataque del perro Sultán a otro que finalmente muere entre sus fauces, deriva en los dramas y angustias de cuatro personajes: la madre, esposa e hijo del protagonista, un fotógrafo víctima de la invasión que intentaba testimoniar.

Pero quizás en la propia originalidad del planteo estriba uno de los talones de Aquiles del largometraje. Tanta retrospectiva, tanto imbricarse de tiempos, del pasado y presente de los personajes, consigue, por momentos, oscurecer el discurrir de la trama.

Sin embargo, tales “densidades” no emborronan la principal virtud del filme: mantener vivo el recuerdo, los dolores que signaron ese pasaje de la historia panameña y las lecturas que de él se derivan.

Parlamentos poéticos en boca del fotógrafo asesinado, cuya voz en off va narrando e interpelando a los personajes, se conjugan con muy valioso material de archivo: imágenes documentales contenidas en la operación Causa justa.

De tal modo, su condición de largometraje de ficción se fusiona por instantes con lo documental y testimonial que estremece y mueve a la reflexión de la mano del buen arte.

Porque buen arte es también esta cinta con una edición de altos quilates que le imprime un singular ritmo galopante, tanto como galopa en el pecho el corazón a ritmo de angustias.

Símbolos, retruécanos, la poesía del horror, la serenidad de la derrota, el alto valor de las imágenes –como subraya una y otra vez el director- se entrelazan en “Diciembres”.

Al decir de Castro Ríos, habla de la resonancia de los hechos a lo largo de los tiempos. Y sí que habló, alto, claro y doloroso durante este Festival de Cine de La Habana.

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